Abolir

La prostitución no es feminista. Defender la prostitución no es feminista. Lo que SÍ es feminista es abolir la prostitución. Penar al consumidor. Culpabilizar al putero. Encarcelar al que fomenta y consume. Ayudar a las mujeres a dejar la prostitución, a vivir otra vida y ser dueñas de ella, sí lo es.

Sin embargo, teniendo todo esto tan claro, nos estamos encontrando con un grupúsculo de gente que está “matizando” la prostitución y la equipara a un trabajo. Un trabajo normal, de los que se hacen para vivir. Lo sindicaliza.

Convertir a las prostitutas en trabajadoras es normalizar la esclavitud. Porque todos los que tenemos trabajo, vendemos al empresario nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario y unas condiciones laborales (Seguridad Social, vacaciones, pensiones, etc.). Los autónomos también tienen derechos laborales reconocidos. Pero volvamos al principio. Vendemos nuestra capacidad de trabajar. No nuestro cuerpo.

Las prostitutas son personas que venden su cuerpo por dinero. Es decir, durante el tiempo que dura la “relación comercial” con el cliente, éste al pagar por ese servicio, es dueño de ella. Si cualquiera de nosotros compra un coche y luego lo estrella contra un árbol, será cosa nuestra, porque hemos destrozado algo que nos pertenece. El cliente de la prostitución cree que tiene derechos sobre el cuerpo de una mujer porque lo compra. Ella cobrará o no por ello, dependiendo de la situación en la que se encuentre, pero no dejará de ser un bien de consumo. Las personas no somos bienes de consumo. No somos coches, cartones de leche o despachos de abogados. Somos seres humanos. No somos comprables ni vendibles. Somos libres y nuestros cuerpos solo nos pertenecen a nosotros.

Los regularizadores de la prostitución (y hablo en masculino porque los más interesados en conseguirlo son los proxenetas, en su gran mayoría hombres) utilizan el argumento de que cada mujer, al ser dueña exclusivamente de su cuerpo, puede venderlo sexualmente si le interesa hacerlo. Pero coinciden varias circunstancias que echan por tierra su argumento. La mayoría de las personas que ejercen la prostitución son víctima de trata. Se calcula que el número  de personas que sufren esta lacra es de aproximadamente 600.000 personas al año de las que el 80% son mujeres.  Se calcula que la prostitución es un sector que afecta a casi tres millones de mujeres en todo el planeta. Además cada vez son más jóvenes, de hecho se estudia el fenómeno de la infantilización de la trata. España es uno de los principales destinos de Europa de mujeres para explotación sexual. El perfil de la víctima de trata es una mujer joven, con bajo nivel cultura, bajos recursos económicos y en situación de vulnerabilidad social. Es decir, la gran mayoría de las personas dedicadas a la prostitución son obligadas por sus circunstancias personales y engañadas por aquellos que sacan rédito económico de su situación (un rédito muy grande).

Las cifras económicas de la prostitución son superiores a las del tráfico de drogas. Millones de euros de dinero negro a repartir entre proxenetas, dueños de clubes, traficantes de personas, policías y políticos corruptos, etc. Todo un desfile de seres dignos de admiración. Y esos millones de euros salen de los cuerpos de mujeres a las que se las engañó con un futuro lejos de su pobreza. La prostitución es un mundo sórdido donde las que más sufren son las que la ejercen.

Además de todo lo expuesto, nos quedan otras razones que justifican el por qué las feministas luchamos por la abolición total de la prostitución. Son razones humanas, de derechos básicos, de derechos humanos.

Experiencias en otros países han demostrado que legalizar la prostitución no ha acabado ni con la trata, ni con la explotación ni con el consumo. Es más, Alemania, es el claro ejemplo. Hace poco leí un artículo en el que se exponía la situación actual y no solo no había cambiado sino que se estaba haciendo aún más sórdido si eso era posible. Rebajas, dos por uno en polvos, ofertas, etc,  estaban llevando a las mujeres a situaciones realmente insostenibles. Sin olvidar la violencia que desde el proxenetismo se ejerce contra ellas. Muchas son violadas o golpeadas violentamente si se niegan a aceptar. Son literalmente obligadas a ejercer.

Se dice que es el oficio más antiguo del mundo. Pero lo que no se dice es que la cultura machista creó la prostitución. Mujeres violadas, viudas sin recursos, madres solteras, niñas huérfanas han sido desde la noche de los tiempos obligadas bien por sus sociedades o por sus circunstancias, a prostituirse para salir adelante, sufriendo todo tipo de vejaciones y humillaciones tanto por sus “clientes” como por los demás miembros de su grupo social. A partir de ese momento, siempre había una pobre mujer que necesitaba encarecidamente comer, una vivienda o algo para sus hijos y un hombre dispuesto a dárselo si se dejaba usar. Niñas vendidas a cambio de deudas o por un trozo de tierra que labrar. Llevamos veintiún siglos así. Se las ha llamado de todo, putas, prostitutas, meretrices, rameras, zorras, milonguera, fulana, furcia, pelandrusca, etc. De hecho cuando los machistas nos insultan por las RRSS siempre hay alguno que utiliza alguno de estos sinónimos. Es increíble que nos llamen putas de forma despectiva y vejatoria cuando ellos son consumidores. Usan el insulto y usan a la persona.

El sexo es una función humana pero no es obligatoria como comer o respirar. Muchos justifican el servicio porque se sienten marginados por el resto de las mujeres, porque tienen algún defecto físico o bien porque les produce placer hacerlo con alguien que no les va a exigir nada, ni atención, ni empatía, ni sentimientos. Pero la persona que está debajo de la puta, es un ser explotado, humillado y expuesto a los apetitos del que paga. Una persona que durante un rato deja de ser ella misma para ser lo que otro desea que sea. Puede sufrir violaciones, abusos, violencia, prácticas sexuales abusivas, deshonestas. Es sencillamente un trozo de carne al que utilizar. Una cosa. Algo que consumir. Una propiedad esporádica con la que el putero hace lo que mejor le conviene.

Muchas son las voces de los grandes foros internacionales, que exigen cambios normativos en las legislaciones de cada país para acabar con la esclavitud del mundo moderno. Se nos abren las carnes pensando que países como Tailandia, Colombia o Kenia, reciben miles de turistas que viajan hasta allí solo por el sexo. Sexo con mujeres cada vez más jóvenes, algunas de ellas sencillamente niñas. Páginas web donde los cuerpos femeninos son expuestos en un escaparte virtual para satisfacción del que mira. Cuerpos voluptuosos en posiciones excitantes para captar clientes. Videojuegos donde los personajes femeninos están ahí para que se haga con ellos lo que se estime oportuno. Mujeres vendidas a bajo coste.

Desde el feminismo más básico, siempre se ha luchado para acabar con el negocio. Pero hoy, proxenetas de todo tipo y calaña, se cuelan, se infiltran, en las asambleas feministas reclamando que obviemos que millones de mujeres y niñas de todo el planeta siguen siendo algo que se compra y se vende. Quieren que cerremos los ojos a la explotación más antigua y básica de las mujeres. Que miremos para otro lado cuando ellos hacen sus negocios con los cuerpos de seres humanos que sufren heridas psicológicas de por vida.

Pero lo más triste no es solo que proxenetas y puteros quieran imponer su ley en aras de un feminismo rancio que enmascara un ansia de seguir supeditando a las mujeres a sus necesidades sexuales y económicas. Lo más descabellado es ver como mujeres que ocupan cargos públicos, que han sido elegidas en votaciones libres, defienden el derecho femenino a ejercer la prostitución.

Si tan lícito les parece, tan feminista ¿estarían dispuestas a vivir en el oscuro mundo de la prostitución? No, ninguna de ellas lo haría. Ni alcaldesas, ni diputadas ni tuiteras más o menos homeopáticas, dejarían su vida para ser prostitutas.  Porque nadie quiere esa “profesión”. Nadie quiere ser explotada, expuesta a la intemperie como un cacho de carne para ser comprada por el mejor postor. Ninguna de ellas ha pasado una noche en una calle, en pleno invierno, abrigada con un tanga y unos tacones, esperando que un baboso se suba encima, escupiendo sus bramidos de placer en el cuello, mientras penetra sin ningún tipo de miramiento. Nadie quiere hacer una mamada en una esquina, escondida entre matojos, por cinco o diez euros. Las personas que lo tienen que hacer, darían media vida por poder dejarlo.

Señoras feministas partidarias de regular la prostitución: sean verdaderamente empáticas con las prostitutas e imaginen un día, solo un día, caminando dentro de su piel. Y después al día siguiente sigan defendiendo lo indefendible. Pero nunca, jamás, vuelvan a decir que su posición es feminista. Porque cuando permitimos que se siga comprando y vendiendo cuerpos de mujeres, cuando queremos legalizar la vejación, cuando regularizamos los más bajos instintos, cuando mercantilizamos los cuerpos femeninos, cuando asumimos que un hombre puede pagar por lo que voluntariamente no se entrega, cuando nos parece bien que se compre nuestra sexualidad, ,cuando se enseña a un hijo que así se tiene sexo asegurado, cuando dejamos que un hombre nos diga cómo, cuándo y por dónde, cuándo nos digan que las putas evitan las violaciones porque realmente se las viola a ellas, se podrá llamar de muchas formas, pero desde luego, feminista, NO.

Sobre belentejuelas 74 artículos
Me gusta ser diferente. Feminista, atea, de izquierdas. Baloncesto. Autora de El Espejo.

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