En el anterior artículo de Protestona, titulado La Dueña del Cortijo, en el que hacía clara referencia a Susana Díaz y a su “social” gestión de la vida pública andaluza, Protestona trató una serie de asuntos relacionados con la miseria que sufren miles de personas en esa comunidad autónoma, en la que la Junta de Andalucía debería observar con más detenimiento su gestión más que nada, para que las personas de Andalucía puedan ser eso, personas y no simples ratas que vagabundean por las calles.
La lectura de ese artículo, publicado el pasado cuatro de mayo, me hizo aflorar una desagradable experiencia que tuve que vivir en esa comunidad apenas una semana antes de la publicación del mismo. Resulta que mis raíces nacen en la provincia de Córdoba, tierra que solo pisarla me provoca una cascada de recuerdos de mi infancia y de mi adolescencia; buenos y malos recuerdos, pues allí tengo a gran parte de mi familia y allí permanecen después de su paso por este mundo. Por razones de supervivencia, mis padres emigraron y me crié en un país distinto a España, distinto en idioma, en costumbres y en forma de entender la política y la gestión pública.
La vida va pasando y aquellas personas de las que dependimos durante gran tiempo, llegan al momento en el que tal vez sean ellas las que dependan de nosotros por acercarse paulatinamente al final de su viaje en el mundo. En esos momentos, sean meses o años, es cuando más necesitan de nuestra presencia, de nuestro apoyo, de nuestra ayuda y de nuestra comprensión. Conociendo de la limitada autosuficiencia y de lo delicado de su estado de salud así como de su alegría cada vez que visita su tierra, me ofrecí a llevar a su pueblo a un ser muy cercano a mi durante una semana de vacaciones que tenía pendiente. Ver la cara, la expresión de ilusión y alegría de esa persona al poder ver a familia que no emigró en su momento, al ver y charlar con sus amistades de toda la vida, causó en mi interior una sensación placentera; la sensación de paz que provoca saber que se está actuando en bien de aquellas personas a las que se quiere.
La semana hubiera sido fantástica de no haber sido por una desafortunada caída, una caída que en caso de haber sido sufrida por mi no hubiera tenido más consecuencia que unos puntos de sutura en la cabeza y alguna conmoción probablemente, pero habiéndola sufrido una persona anciana de ochenta y dos años, el resultado fue, además de las que hubiera sufrido yo, pérdida de conocimiento, una vez recuperado pérdida de memoria reciente, repetición de frases, desorientación, vista perdida, etc. Asustado por lo que estaba viendo, un hombre me ayudó a sentar a esta persona y se ofreció a llamar a una ambulancia pero ya me avisó de que entre que viniera y tal, tardaría un tiempo. Encontrándonos en plena sierra morena disfrutando de sus paisajes primaverales, rápidamente me di cuenta de que lo que me dijo aquel hombre tenía mucho sentido; la ambulancia tardaría, así que sentamos a esta persona en mi coche y salí zumbando para su pueblo cordobés. Durante el trayecto comenzó a ser consciente de que algo le había pasado, pero no recordaba haberse caído, también desvariaba, cosa que conociendo a esa persona, me preocupaba aún más.
Una vez en su pueblo, que no es para nada pequeño, llevé a esta persona al servicio de urgencias médicas. He de decir que tal como entramos y acabé de dar los datos, nos hicieron pasar de inmediato atendiéndonos un enfermero al que mientras le atendía las heridas más evidentes le iba contando qué es lo que había pasado. Al poco vino una médica a la que le expliqué de nuevo qué había pasado, como fue el golpe así como todos los síntomas neurológicos que había observado. Pues bien, después de explicar todos los síntomas así como de ser observados algunos de ellos por estos profesionales, las pruebas diagnósticas para descartar una hemorragia cerebral o cualquier otro tipo de problema derivado de un fuerte golpe en la cabeza, fueron nulas. El tratamiento recibido se saldó con la única prueba diagnóstica (si así puede considerarse, que lo desconozco) de alguna que otra pregunta a la persona interesada, alguna instrucción de mover uno u otro brazo y con la comprobación de la respuesta de las pupilas. A continuación, los correspondientes puntos de sutura, betadine, gasas y andando. Ah, eso sí, me dijeron que estuviera muy al tanto durante las primeras 24 horas, que si notaba que tenía más sueño de lo normal, o que si tenía náuseas o vomitaba lo llevara con urgencia y entonces lo desplazarían a Córdoba capital para hacerle más pruebas.
Por suerte o por desgracia (luego sabremos por qué), durante esas 24 horas no tuvo ningún síntoma de los que me mencionaron, o al menos yo no supe observarlos. La cuestión es que durante los siguientes días no observé nada fuera de lo normal excepto algún que otro desvarío o puntuales pequeños problemas de equilibrio; características que volví a explicar al cabo de unos días en el mismo centro sanitario al acercarnos para cambiar gasas y que fuera de nuevo vista esta persona por un médico. Me dijeron que nada, que esas cosas eran normales y que no tenía por qué preocuparme. La cuestión es que una vez acabada esa semana de “vacaciones”, al volver a nuestro país de residencia y no estando yo muy satisfecho, llevé a esta persona al servicio de urgencias del hospital que tenemos por aquí.
Aquí y a diferencia que en Córdoba, al explicarles el motivo de la visita y lo ocurrido, lo ingresaron en un box médico, le hicieron las típicas pruebas orales y de psicomotricidad para comprobar lo que deban comprobar, y además diferentes analíticas así como una tomografía axial computerizada (TAC) para descartar cualquier tipo de pequeña hemorragia, derrame, infarto cerebral u otros. Resultado: por el motivo que fuera y a consecuencia del golpe, sufrió un pequeño infarto en el cerebelo (sistema que se encuentra en la parte posterior baja de la cabeza y que controla entre otros, el sentido del equilibrio).
Me resulta evidente que de haberse hecho estas pruebas en Córdoba, no se hubiera podido evitar ese pequeño infarto pues la consecuencia es la caída, pero también me resulta evidente la miserable y pobre atención que se le presta a las personas que requieren atención médica en España, o al menos en la comunidad andaluza. Que haya sido necesario que esta persona sea atendida en otro país para averiguar que sufrió un infarto en el cerebelo, es cuanto menos triste, triste por la calidad de un servicio que no hace muchos años, los políticos españoles se vanagloriaban. Por suerte no sufrió ningún pequeño derrame ni pequeña hemorragia cerebral, porque de haberla sufrido y haber presentado unos síntomas inequívocos, entre que yo hubiera llevado a esa persona al servicio médico de su pueblo y después que éste hubiera decidido trasladarla a la ciudad de Córdoba (si es que lo hubiera decidido así), igual para entonces ya hubiera muerto o hubiera quedado con unas secuelas irremediables. En cualquier caso, es muy penoso que para averiguar lo que ocurrió en el interior de su cabeza haya tenido que ser tratada en otro país y seis días después del accidente.
Mientras que servicios públicos tan esenciales como la sanidad son objeto de recortes financieros sin precedentes, la Junta de Andalucía y sus responsables se permiten el lujo de tener que devolver hasta 800 millones de euros a la Unión Europea, o que el Fondo Social Europeo de ésta tenga bloqueadas desde 2014 sus subvenciones a la comunidad andaluza por culpa de sus corruptos cortijeros. Todo un auténtico asco. Menos mal que en Andalucía disfrutan de la gestión pública de la del cortijo, que si no… Y espérate a que se presente como secretaria general del PSOE y tengamos la «suerte» de que entre de presidenta del gobierno, que vamos a flipar…
… casi nah la experiencia.
Un TAC y a las primeras de cambio. Y aquí si ni siquiera lo insinuas, poco menos que se enfadan. Y ya no tanto por que lo consideren innecesario, si no porque ya desde las instancias superiores sanitarias, se adoctrina para que se entienda que solo ha de hacerse en caso «necesario». Esta «necesariedad», tan relativa, esta incluso protocolizada. Y el problema radica en que hasta la misma comunidad médica lo asume como «normal». Y la justificación, es que no hay medios, y hay saturación, y solo para los casos «realmente necesarios».
Notese que entrecomillo para leer en segundo plano y mas alla de la literalidad.
Pagamos el pato los ciudadanos, pero tambien esa comunidad médica que se ve instrumentalizada y condicionada por no poder ofrecer el servicio que ellos saben que sería lo obvio, por culpa de esos recortes y esos «protocolos» o «politicas» de «reforma» que dicen los politicos «sirven para adecuar mejor los servicios».