Cuestión de conceptos

Se ha comentado y divagado mucho sobre cómo nos verían seres extraterrestres si vinieran alguna vez a estudiarnos, sobre qué pensarían de nosotros. Encontrarían sin duda muchos motivos de asombro, y no pocos de extrañeza; no obstante, no hay que atravesar miles o millones de años de luz de espacio sideral para hallar seres que se maravillarían o, simplemente, se extrañarían de nosotros, de nuestros conceptos. A mi parecer, de entre todos los motivos que pueden parecer absurdos o aberrantes a un ser ajeno a nuestros modelos sociales, es el uso que hacemos del dinero hoy día, especialmente después del proceso evolutivo que ha seguido a lo largo de la historia.

Para empezar, nuestro sentido de la propiedad es ciertamente singular en un animal gregario, en un ser social como el que somos. Vivir en sociedad implica compartir, y cuanto más estrecha es la convivencia entre individuos, más estrecho es el rango de propiedades que no se comparten. Así, vemos que el número de individuos dispuestos a compartir su país es mucho mayor que el de aquellos que aceptarían compartir su ciudad (se entiende, con otros individuos o comunidades), y este montante es a su vez muy superior al de individuos que podrían llegar a compartir su piso en general, o su cuarto de baño o, finalmente, su ropa (por no poner de ejemplo algo tan cuestionable y controvertible como el cepillo de dientes).16737

La limitación de los recursos naturales a nivel local, así como la incapacidad de muchos individuos de acceder a un recurso concreto por sí mismos por meras limitaciones físicas, de habilidad, o de conocimientos, dio pie al nacimiento del comercio: intercambio de bienes (a los que pronto se unirían los servicios) que uno puede obtener más o menos fácilmente a cambio de aquellos que le son inaccesibles. Esa limitación de recursos naturales podría haberse debido a la especialización de las diversas especies de animales y plantas de las que el ser humano se ha servido desde las épocas más remotas, incluyendo esos invisibles agentes que hacen fermentar el grano o la fruta, tan necesarios para producir derivados lácteos y alcohol, pero el ser humano no se preguntaba por el motivo por el que se daba, simplemente la aceptaba sin más.

En las épocas más primitivas, así como en las sociedades en las que, dado el entorno, el estilo de vida era más sencillo, lo que podríamos llamar “unidad básica de consumo” era la comunidad. Se cazaba, recolectaba o construía para la comunidad, la cual más tarde, a través de alguno o algunos de sus miembros, proveía a cada individuo según su necesidad.

La llegada de las diversas formas de dinero en distintas épocas y lugares no cambió esto sustancialmente al principio, aunque sí que introdujo una atomización de esos núcleos comunales, que de toda la tribu se redujeron a la familia y, más recientemente, al individuo. Pero incluso en este último caso aún tenía un sentido admisible la relevancia del dinero como justificante de la riqueza personal basándose en el esfuerzo individual y en la capacidad de iniciativa.

Sin embargo, en la actualidad el mundo vuelve a ser una aldea, una tribu, que comparte recursos y cuyos miembros, por el bien de la convivencia y hasta de la supervivencia de la propia tribu, están obligados a repartirse los recursos en atención a las necesidades de cada uno.

Así las cosas, quienes ostentan el poder, esto es, no ya las multinacionales, sino sus verdaderos dueños, reavivan viejas rencillas y temores o inventan otros nuevos para asegurarse de mantenernos divididos en grupos rivales o, al menos, bajo sospecha. Nos bombardean con informaciones y contrainformaciones acerca del radicalismo de ciertos grupos, que no por cierto resulta menos manipulado o utilizado en favor de unos determinados intereses, acerca de la escasez de recursos, con el consiguiente recelo hacia el otro (el extranjero, el de otra subespecie humana, vulgarmente llamada “raza” o, últimamente, hacia el desposeído: el indigente, el desahuciado, el refugiado, el perseguido por su fe o sus ideas, y hasta el desplazado a causa del cambio climático), y en última instancia acerca de la falta de confianza en el desconocido o, llegado el caso, en la propia familia o pareja, para lo cual el anonimato de las redes sociales les ha venido como anillo al dedo.

No obstante, sin confianza no hay sociedad posible; sin un compromiso implícito en buscar el bien del grupo por encima del bien individual no hay comunidad, ni convivencia. Y sin embargo son los individuos que se benefician de esa falta de confianza quienes más la defienden y la alientan. Pero la gran mayoría de individuos sí que estamos dispuestos a convivir según esos patrones.

Dos de los elementos de los que más suelen servirse esos divisionistas son el dinero (tanto el físico como el virtual) y el esfuerzo personal. Y habiendo de sobra del primero, por negarse a repartirlo con justicia, niegan también el acceso a millones de personas a ese esfuerzo personal que contribuya a enriquecer el abastecimiento de la sociedad.

Es por eso que quiero pediros que no os dejéis engañar: hay recursos para todos; hay techo y comida para todos; hay empleo, sanidad y educación para todos. Y hasta hay libertad para todos. Siempre que estemos dispuestos a compartir lo que hay con los demás. Esta aldea global necesita declararse oficialmente “tribu humana” y declarar el planeta “espacio común compartido”, no para su mera explotación, sino para su cuidado y mantenimiento como si el planeta entero fuese un pequeño huerto del que se alimenta una familia: con empatía (palabra que mi corrector ortográfico, curiosamente, no reconoce), con justicia, y también con cabeza, sin sobreexplotar ningún recurso, haciendo uso de los mismos conforme se vayan necesitando, reutilizando las sobras de todas nuestras acciones…

Sin embargo, hay que hacer cambios, amplios y profundos como un océano, que van desde generalizar el trabajo como un bien comunitario más, sin privatizar su gestión, hasta prescindir del dinero. No os engañéis, no es ya necesario y sin embargo consume una cantidad ingente e innecesaria de todo tipo de recursos:

«costes de su fabricación, guarda y transporte (costes en materiales, recursos, mano de obra y tiempo); la eliminación del dinero también liberaría para otros usos miles de toneladas de metales como el cobre, el níquel, el oro y la plata, además de otros, miles de toneladas de papel no reciclable (con el coste en árboles que eso implica) desperdiciado en billetes que antes o después serán destruidos, y miles de hectáreas de cultivos de algodón y lino, materiales usados también en la fabricación de billetes; y además, como decía antes, millones de personas e incontables recursos para fabricar, guardar y transportar todo eso» (“El Dilema de la Edad)

Y además enriquece a millones de personas que no producen nada físico, que ni siquiera trabajan, o en todo caso lo hacen en el sector de servicios: asesorías de muy diverso tipo y de dudosa ética, servicios de compañía, y otros muchos. Ojo, no los califico de ilegítimos, y mucho menos de ilegales, pero sí que resultan faltos de ética en un mundo en el que se pretende dar importancia a la dignidad del trabajo y a la productividad. Paradójicamente, esta adoración de la productividad la realizan quienes sólo pueden justificar un productividad financiera, quienes no saben lo que es el trabajo físico… En definitiva, quienes menos dispuestos están a reducir lo escandalosamente mucho que tienen para que todos podamos tener lo básico.

Es, más que necesaria, imprescindible, y más que urgente, perentoria, una revolución que empiece ya a cambiar todo. Pero como individuos intoxicados con el viejo régimen, es imprescindible y perentorio que comencemos el cambio, la revolución, antes de nada, por nosotros mismos; de lo contrario el viejo carrusel se pondrá en marcha atado a sus vetustos mecanismos, y nos llevará de vuelta al punto de partida.

Cualquier ser inteligente sabe que de la cooperación nace el progreso. Cualquier ser inteligente sabe que es suicida destruir el mundo de cuya supervivencia depende la tuya propia. Y no hay derroche de recursos más colosal y absurdo que el dinero, sobre todo en un mundo globalizado y digitalizado. De nosotros depende despertar y tomar las riendas antes de que cualquier extraterrestre que venga a estudiar nuestro modo de vida en vez de aplicar conocimientos de sociología se vea obligado a usar los de arqueología. Y el tiempo sigue descontando…

Sobre sinelo1968 43 artículos
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