Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha pensado que su apetito sexual era una necesidad y un derecho, de tal manera que lo podía obtener siempre que lo deseara de una forma o de otra. Podía tener una novia o una esposa, una amante, una puta o podía obtenerlo por la fuerza. Violando a una mujer, una niña, un niño u otro hombre.
Para muchos hombres, los siglos cargados de avances sociales, tecnológicos, científicos y culturales no han hecho mella en cuanto a su satisfacción sexual. Por eso, en pleno siglo XXI, seguimos sufriendo abusos, violaciones y prostitución.
Siempre hemos escuchado que la prostitución era el «trabajo» más antiguo del mundo. Esa frase obviamente la debió inventar un hombre para justificar que las mujeres tenemos que estar dispuestas al sexo siempre que el hombre lo desee, y si no lo estamos, nos lo compran, jugando con algo tan básico y necesario como vivir.
Las mujeres se han dedicado a la prostitución por múltiples razones, pero quizá la más común y que engloba a casi todas las demás convirtiéndolas en secundarias, es la necesidad. La falta de recursos, de dinero y la imposibilidad de conseguirlos de una forma que no fuera utilizando su cuerpo como única herramienta de trabajo, convirtieron a millones de mujeres en putas. Durante siglos, las mujeres estaban fuera de la educación, no asistían al colegio, ni a la universidad y su grado de analfabetismo era prácticamente del 100%. Su futuro laboral pasaba por los servicios domésticos, la crianza de sus hijos y las labores del campo. Más tarde pasaron a ser obreras en las fábricas, con salarios menores que los de los hombres y teniendo como primeros opositores a sus compañeros de trabajo. En cualquier época sin embargo, había prostitutas. Mujeres que se quedaban embarazadas sin estar casadas, violadas o ultrajadas que ya no tenían cabida en su sociedad se les condenaba sistemáticamente al ejercicio de la prostitución.
Estamos en el siglo XXI y un porcentaje altísimo de prostitutas están en la misma posición que veintiún siglos atrás. Siguen estando explotadas, siguen siendo ultrajadas y siguen siendo utilizadas por unos hombres que continúan pensando que sus apetencias sexuales deben ser satisfechas.
Redes de tráfico de mujeres, recorren el ancho y largo mundo, obligando mediante coacción, violaciones y violencia, a miles de mujeres y niñas a ser prostitutas muchas veces en países que no podrían ni situar en el mapa.
Ahora, algunas mentes pensantes, están dándole vueltas a la idea de la legalización de la prostitución, como método para acabar con la explotación. La legalización de esta actividad, solo beneficiará al proxeneta, al dueño del lupanar y al explotador sexual, porque convertirá en un negocio legal, la explotación de mujeres y su utilización con fines comerciales y sexuales. Es decir, usarnos como seres únicamente sexuales, sera legal. Pero se seguirá usando el cuerpo femenino. Algunos hombres continuarán pagando a unas personas para poder obligarlas a tener sexo con alguien con quién ellas no han elegido libremente y en igualdad de condiciones y no podrán resistirse, ni negarse ni nada, ya que será una transacción comercial legal.
La forma de acabar con este trabajo ancestral, es ir contra el consumo. Penalizar al putero, educar para acabar con la idea del derecho sexual, convertir el uso de la prostitución en un delito. Que pague el que cree que su dinero lo compra todo. Porque no todo está en venta y las mujeres no somos bienes de consumo.
Hoy, como ya habréis adivinado escribo un relato sobre la prostitución y lo que el dinero sucio puede hacer con un ser humano. Tener necesidades reales, de alimento, vestido, casa o educación, nos hace vulnerables. Una sociedad sana ayuda a paliar esas necesidades y persigue a quién piensa que todo eso se puede acabar, vendiendo seres humanos.
Espero que lo disfrutéis y me hagáis participe de vuestras opiniones
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