Muchos son los casos a lo largo de la historia de hombres afectados por la misoginia, ese increíble estado personal que causa un sentimiento de odio hacia las mujeres.
El alcalde de Alcorcón, David Pérez, ese que compite con Jorge Moragas en el ranking del mejor pelazo del PP, ha protagonizado un aberrante escándalo durante estos días, al ser descubierta una de sus más ocultas debilidades: es un misógino de tomo y lomo. Oculta esta aberración por la pátina de su catolicismo más rancio, que se ha destapado tras hacerse público un vídeo donde lo más bonito que decía de las feministas es que somos una banda de mujeres frustradas, amargadas y atormentadas en nuestra vorágine de defensa de los derechos del género femenino; que hemos convertido nuestro cuerpo en un patíbulo para fetos no deseados y que todo nuestro interés es extender nuestra maldad a todas las demás mujeres que, sumisas y obedientes, acatan los dictados de maridos y confesores.
Como buen político que es, David Pérez, ha lanzado al viento unas declaraciones, excusándose de sus palabras y haciendo hincapié en la manipulación informativa de la que ha sido objeto por parte de grupos ultra radicales antisistema de profunda izquierda, que en un afán de desprestigiar su labor política, han hecho un corta y pega, para crear unas imágenes donde mostrarle como el diablo misogino. Nada más lejos de la realidad. Sus declaraciones son las que son y nadie ha necesitado manipular nada para mostrar al alcalde tal cual es.
Su defensa, se basa en un argumento sólido donde los haya y que nadie en su sano juicio podría poner en duda:
[Tweet theme=»basic-white»]“No soy machista porque trabajo con mujeres”. ¡¡Ole tus cojones!![/Tweet]
Si los machistas y misoginos que pueblan nuestras ciudades y pueblos, no se relacionasen con nosotras, en el trabajo, en las tiendas o en el transporte público por ejemplo, el gueto de Varsovia se quedaría pequeño para que se hacinasen todos dentro, huyendo de las hordas femeninas, ansiosas de comerse con patatas a estos pobres varones, víctimas del feminazismo que pulula por la sociedad, oculto en los cuerpos de las mujeres.
Pobre David, otro político pepero que se suma, sin pedirlo él, a la larga lista de cargos públicos que sin quererlo ellos, son atacados y vilipendiados por las feministas. León de la Riva, Arias Cañete y así un largo etcétera de hombres que han sufrido en sus carnes la maldad desenfrenada del género femenino. Menos mal que su jefa, que es una mujer, ha salido en su defensa, cuando todo el pueblo enfervorecido pedía su cabeza en el cesto, argumentando que si pide disculpas, borrón y cuenta nueva. Ahora solo queda buscar la excusa perfecta para que sus relaciones con los ultra católicos educativos que sacan colegios de debajo de las piedras, sean miradas como gestión política y no como lo que es. Una forma como otra cualquiera de extender su brazo acusador a las mujeres libertinas que en vez de ponerse un delantal y hacer la cena de su prole bajo la estricta mirada de su dueño, se plantan al mundo por montera y luchan cada día para hacerse visibles en una sociedad que trata por todos los medios de ocultarlas.
Pero quizá el adalid de la misoginia española, ese hombre que tiene a gala la defensa incondicional del pobre género masculino, dominado por las bandas organizadas de brujas, putas y zorras de las mujeres, es sin ningún género de dudas, Arturo Pérez Reverte.
Sus escritos, sus artículos y sus palabras en general, no tratan más que demostrar que los hombres no son más que delicados e indefensos títeres en manos de esas malísimas mujeres que se reúnen en aquelarres, día sí y día también, para despellejar al pobre varón hasta convertirle en un ser inútil, incapaz de salir adelante en un mundo dominado por la perversidad femenina.
Varios son sus artículos de defensa del macho frente a las mujeres. El adjetivo feminazi es reiterativo en cualquiera de sus argumentaciones así como el de zorra, castradora, dominante o perversa.
En su artículo “La merienda del niño” desgrana con cauteloso paso, los sinsabores que puede sufrir cualquier víctima masculina de un divorcio español. Nada más empezar nos encontramos con una lapidaria frase para referirse a la ruptura matrimonial y que como todo el mundo sabe es el argumento básico que utiliza cualquier mujer en esa situación: «Ahí te quedas, gilipollas, porque me tienes harta», aludiendo al hecho de que una mujer seguramente ficticia, decidió romper la relación con su amigo probablemente ficticio también. Es bien conocido que cuando las mujeres nos comprometemos con un hombre, firmamos con sangre un contrato vitalicio, donde sin declararlo expresamente nos comprometemos a vivir con él pase lo que pase, por el resto de nuestras vidas. Impensable es que nosotras, personas sin cerebro y sin sentimientos, lleguemos al punto de dejar de querer a alguien en algún momento y tomar la decisión de continuar nuestra vida en soledad, porque solas no sabemos hacer nada. Para eso tenemos a los hombres, que piensan muy bien y toman de forma excelente, decisiones por nosotras. También es llamativo en el artículo, que Reverte, haga alusión a las amigas de la susodicha. Tiembla Zugarramurdi, que lo que hacemos nosotras alrededor de un café sí que es magia negra y lo demás tonterías. Talibanes de la alimentación sana, Gestapo materno escolar, son algunos de los dulces y sutiles calificativos que el autor utiliza para referirse a las mujeres que intentar salvaguardar a sus vástagos del amor incondicional de un padre desprotegido, cuyo único interés es afianzar la relación con su hijo y crear complicidad.
No creo que Pérez Reverte sea un hombre de los que pueda llegar a matar a una mujer, de violarla o de maltratarla física o psicológicamente. Realmente no lo creo. Pero que no llegue a ser un ser violento, no le impide derrochar una inagotable sarta de insultos y críticas en contra de las mujeres, en especial contra las que no ocultamos nuestro profundo feminismo, palabra y obra que deben producirle pesadillas y urticaria. Amparado en XL Semanal a día de hoy sigue publicando los vomitivos exabruptos que su mente es capaz de idear, y donde comparte espacio con otros defensores acérrimos del macho español como Carlos Herrera o Juan Manuel de Prada. Sin embargo, la tarea que estos mal llamados intelectuales llevan a cabo con sus palabras, es un respaldo subliminal y sistemático, una defensa velada que puede servir como justificante a todos los que sí son capaces de maltratar mujeres en todos los niveles. Ellos y sus artículos, enarbolan la bandera de la defensa machista dando alas a los miles de descerebrados que son incapaces de juntar dos frases con lógica y que se apoyan en ellos y en sus publicaciones como adalides de la misoginia más pura, del machismo más salvaje y de la primacía de lo masculino en la sociedad.
Ellos y solo ellos, son capaces de con un artículo, sacar de sus cavernas a todos los neandertales que siguen existiendo y darles un apoyo cultural en su defensa de la primacía masculina. No hay más que leer los mensajes de apoyo que reciben en las redes sociales cuando son recriminados por las mujeres y los hombres con lógica. Son los padres ideológicos de esa horda de machos alfa que pueden llegar a justificar la violación de una joven en una ambulancia en estado de inconsciencia, de cinco salvajes abusando de una cría en las fiestas de San Fermín o los que basan su defensa ante el asesinato de su pareja en: la maté porque era mía y me dejó.
Gracias Pérez Reverte por tus palabras, que lograrán que quizá se perpetúe en el tiempo un ideario donde las mujeres no somos más que seres cuyo único interés es destrozar la vida de unos hombres ingenuos, débiles y sometidos al poder destructor de una cadera que baila bien, unas pestañas que aletean embrujando al que las mira o unos labios sensuales que piden a gritos ser partidos de un puñetazo.
Tus seguidores incondicionales, esos que aplauden cada vez que inventas un sinónimo discriminatorio hacia las feministas, serán los que continuarán llevando a cabo atrocidades que lograrán que las mujeres podamos tener miedo por la calle al volver de noche a casa, porque siempre habrá un desalmado que envalentonado por tus palabras y reconociéndose en ese pobre divorciado al que su zorra, puta y bruja mujer abandonó, se tome la justicia por su mano. Porque todos sabemos que hoy, las leyes siempre se van a poner del lado de la fémina que destrozó su vida, convirtiéndole en un pelele más en manos de una “mala mujer”.
Es más que posible que la mujer lleve luchando por su vida, su dignidad y su identidad desde el origen de los tiempos. El odio a las mujeres, la misoginia, también tiene el mismo origen lejano en el tiempo. El hombre se siente superado por la mujer, y la trata de someter, en principio fisicamente, y más tarde por todos los medios a su alcance, para intentar mantener una superioridad que sabe que no existe. Tal vez sea este sentimiento de inferioridad del hombre que no es capaz de esforzarse por superar su debilidad, o el de alguno, que al superar estos sentimientos, se cree superior, lo que le lleva a esta situación de incontrolable de odio a las mujeres. A pesar de la lucha de algunas mujeres y hombres por eliminar ese odio, y a pesar de los avances conseguidos, la sociedad esta muy lejos de superar esta lacra, estos ejemplos del artículo de Belen son destacados pero no aislados, pues el problema está muy arraigado en la sociedad y desgraciadamente muy lejos de poder resolverse. La buena noticia es que muchas mujeres y hombres no nos rendimos.
Mal van unos y mal van otras… ¡qué desastre! ¿Tan difícil es de entender que hombres y mujeres nos necesitamos porque, de lo contrario, se acaba la especie? ¿Unos y otras no se dan cuenta de que, cuando se complementan, llegan más lejos de lo que llegaría cada uno por su lado? Ni las mujeres son tan malas ni los hombres, tampoco; la cuestión es tenerse un respeto exquisito. Y si no puede ser, mejor solitos que mal acompañados.
Tienes razón María, es posible que lo más básico sea el respeto. Pero además de respetarnos, muchos hombres y algunos con muchísimo poder, se dedican a poner trabas legales para que las mujeres permanezcamos siempre en el rol que ellos nos han asignado. Nosotras siempre vamos mal y lo que hay que lograr es que no vaya mal nadie. Que vayamos juntos y en igualdad.