Cuando cualquiera de nosotros nos referimos a la sociedad patriarcal o el patriarcado, no estamos haciendo referencia a un señor gordo con traje gris (como en Momo), con un bigote espeso y un puro, que manda un mensaje de WhatsApp a todos los hombres del planeta a primera hora de la mañana, para que traten a las mujeres con las que se relacionan de una forma determinada. Tampoco les dicta sus sentimientos ni les indica cómo de mal pueden llegar a comportarse en esa jornada concreta.
La sociedad patriarcal se puede definir como la organización social basada en una familia controlada por el criterio del padre, es decir, del hombre, que tradicionalmente era dueño de todos los bienes de esa unidad social. Controlaba el dinero y las propiedades. Ese dominio de las cosas materiales se extendía a los miembros de su familia, siendo el hombre quién decidía qué, cuándo, dónde, cómo y por qué vivía cada miembro. Podíamos llegar a decir que el hombre era dueño de sus familiares y como cabeza de familia decidía toda su vida.
La evolución humana ha permitido que en nuestros días esa estructura patriarcal de familia esté desaparecida en muchos países (pero no en todos, por desgracia de mujeres e hijos), sobre todo en occidente. A día de hoy, las mujeres también somos dueñas de propiedades, podemos tener dinero personal, elegir nuestro trabajo (no sin trabas por supuesto) o con quién queremos compartir la vida. Los hombres en la mayoría de los casos, no pueden dictar nuestras existencias de forma directa.
Sin embargo, los principios básicos de la estructura patriarcal, se han transformado para seguir teniendo vigencia. Si bien es cierto que los hombres no tienen formas legales e institucionales de obligar a obedecer sus dictados, las formas de dominación se han mantenido como algo invisible que se mueve y extiende sus tentáculos a todos los ámbitos de la sociedad. Ningún hombre puede decirle a una mujer que no compre una casa, pero el patriarcado puede ponerle las cosas difíciles al procurar que su salario sea menor. El hombre no puede decirle a ninguna mujer que no puede ser médica o fontanera, pero si crea un invisible techo de cristal para limitar su crecimiento laboral hasta el punto donde él quiere que llegue. Nadie ve ese techo, pero todas sabemos que existe.
Los mecanismos invisibles sirven para disimular comportamientos y costumbres que se mantienen en el tiempo para no desaparecer. Y también sirven para impregnar todas las capas sociales, todos los estamentos, todas las instituciones y todas las normativas. Cuando se permiten legislaciones que condicionan el salario femenino, su pensión, su evolución laboral y social, se está aplicando ese mecanismo invisible. Cuando se utiliza el cuerpo femenino como mercancía de compra venta (incluso aplaudida e impulsada por partidos políticos legales) se está usando un invisible. Si un juez rebaja la pena por maltrato, violación o agresión a una mujer con la excusa que más a mano tenga, por muy descabellada que pueda parecer, está utilizando un invisible para llevarlo a cabo.
Los mecanismos invisibles son a día de hoy, la forma que tiene el patriarcado de mantener el poder sobre la vida, los cuerpos, los sentimientos y las necesidades de las mujeres. Algunas de nosotras recibimos contestaciones que nos asombran por descabelladas, pero que al que las ha emitido, le parecen de lo más normal porque está utilizando inconscientemente un invisible.
Los invisibles están interiorizados y normalizados por la sociedad. Se han convertido en estereotipos y prejuicios que se perpetúan prácticamente sin darnos cuenta. Algunos se vuelven muy obvios y entonces, incluso los hombres los ven, como el rosa y el azul como método para la diferenciación o los juguetes sexistas. Siempre encuentras algún descerebrado que compara los dolores menstruales con una herida puntual en una pierna, omitiendo que el solo hecho de la longevidad de los dos, ya hace la comparación ridícula. Esos comentarios son demasiado evidentes como para no producir rechazo en todos, hombres incluidos.
Pero quedan millones de invisibles que no se erradican, porque casi ni vemos que están ejerciendo su maléfico poder contra las mujeres. Algunos los justifican con que son tradiciones, pero nadie ha dicho nunca que porque un comportamiento sea tradicional inmediatamente se convierta en correcto. Por suerte, muchas tradiciones se han eliminado y no hemos dejado de respirar de forma inmediata.
Los cuidados, la ternura implícita, la maternidad deseada, la belleza y sus cánones, la organización doméstica, la educación de los menores, la preocupación por nuestra prole o nuestros ascendentes, la reducción de jornada asumida, la incapacidad para desarrollar ciertas tareas, la ornamentación de los cuerpos, el amor romántico o simplemente el amor, la delicadeza, la tan manipulada sumisión sexual, el histerismo, etc, etc, etc son mecanismos invisibles para seguir determinando previamente los sentimientos, comportamientos y actitudes femeninas. No es solo, que el estereotipo se haga permanente e imborrable, sino que algunos de estos mecanismos llevan parejos hechos puramente físicos.
Si damos por hecho que la mujer es mejor criando hijos y organizando las tareas domésticas, los hombres no tendrán necesidad de hacer su parte. Normalizando que todas las mujeres tienen como fin existencial parir criaturas que perpetúen la vida, no nos extrañará que alguien nos diga que lo hagan incluso para que sea otro el que se convierta en eterno. Cuando alguien llama para pedir una solución a un problema y contesta una mujer, el mecanismo invisible permite que se asuma que ella no puede y se llame tantas veces como sean necesarias hasta que un hombre pueda arreglarlo. Partiendo de la base de que el cuerpo femenino es bello y está creado para trasmitir esa belleza natural de forma involuntaria, podemos usarlo para adornar cualquier spot publicitario, mercancía o bien de consumo, ya que invisiblemente se asume, que no es ofensivo, porque el objetivo es hacer hermoso lo que estamos vendiendo.
El colmo de la invisibilidad patriarcal se alcanza en los sistemas judiciales y policiales. La mujer maltratada (que representa el punto más alto en la pirámide machista) es tratada primero como alguien que miente por sistema (el invisible es dar por bueno que el hombre maltrata por razones objetivas, no por el hecho de que ella es una mujer), después si se la cree llegamos al segundo invisible, porque no ha denunciado antes (el desconocimiento del proceso del maltrato se sujeta en otro invisible, que es el desconocimiento, ya que es mejor no conocer para no tener que empatizar) y a partir de ahí, la cadena de invisibles se desborda. Comienzan los: no es para tanto, ella le va a defender, no ha habido suficientes denuncias, ya tiene una orden de alejamiento, no hay ensañamiento en chorromil puñaladas, le rebajamos la condena porque estaba celoso, borracho, drogado o enajenado de dolor porque ella ya no le ama. De esta forma, se desencadenan un sinfín de invisibles exclusivamente dedicados a implantar un pensamiento patriarcal que se transforme por birlibirloque en una sentencia judicial en la cual, lo que menos importa es la mujer. Ella ha sido asesinada a golpes y él pagará con tres o cuatro años de cárcel. Ella ha sido violada y ellos siguen libres por la calle.
El invisible más común es la negación. Ese está presente en un porcentaje tan elevado de hombres que es incontable. Este invisible utiliza el lenguaje como arma de expansión. Manipular el lenguaje es muy rentable patriarcalmente hablando. Las denuncias falsas por ejemplo son la estadística a la que se recurre con cada vez más frecuencia. Incluso se utilizan por personajes públicos para hacer hincapié en la maldad natural femenina, que es el invisible al que aferrarse cuando no nos gusta un resultado. El insulto es otro invisible muy recurrente para dejar en evidencia a la otra parte. Y otro muy potente es la culpabilización. Hacer que las mujeres se sientan culpables de los comportamientos, reacciones, necesidades de los demás es un invisible que puede ser muy agresivo si se atacan ciertos aspectos de esa rancia masculinidad machista o ya, si se tiene un dominio importante del invisible, lograr que las mujeres se sientan culpables de las miles de maldades que pueblan este mundo. Incluso del hecho de sentirse culpables.
Detectar algunos invisibles es una tarea ardua y pesada porque muchos también son utilizados por algunas mujeres para justificarse o simplemente porque forman parte de su propio bagaje cultural. Algunos, los más destacados son desmontados por el feminismo y se van destruyendo poco a poco. Pero otros son tan sutiles y tan escurridizos que todavía hoy, no hay más maquinaria para detectarlos que nuestro propio cerebro. Y ese es el mayor de los problemas, porque la gran masa de cerebros que deberían estar alerta para descubrir al invisible, están envueltos en una enorme y gruesa capa de invisibilidad cuya función principal es impedir que puedan ser desmontados.
Las sociedades cambian y evolucionan cuando lo hacen sus miembros. Acabar con la sociedad patriarcal depende de nosotros y de lo preparados que estemos para detectar a los invisibles y destruirlos, por minúsculos que sean. Para lograrlo nos quedan años de educación y de lucha. Porque el verdadero enemigo del invisible es el conocimiento, la mente crítica y las necesidad vital de mirar hacia dentro de nosotros mismos y cambiar lo que funciona mal. Y muy pocos están dispuestos a reconocer que hay algo muy grande e invisible en su interior, que no es correcto.
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