En el momento en que escribo estas palabras, solo sabemos que Laura ha aparecido muerta. Después de días de búsqueda, un vecino paseando ha encontrado su cuerpo. Las últimas noticias es que se hay evidentes signos de violencia.
Laura solo vivió unos pocos días en su destino como maestra. Un pueblecito de Huelva que ha sido testigo de la desaparición y muerte de una joven de 26 años. Una joven a la que le dio tiempo a contarle a su novio que había un vecino que le hacía sentir miedo. Que la observaba, la miraba insistentemente. Esa mirada terrible que hemos sentido todas la mujeres alguna vez. Laura será para los vecinos del pueblo la joven osada que pensó que podía practicar deporte en soledad.
A partir de este momento, la carroña mediática se pondrá en marcha. Programas hablando de ella, de su pasado, de su presente y de su futuro. Entrevistas a los vecinos, algún familiar lejano o amigos de su infancia. También se harán programas sobre por qué iba sola, qué necesidad tenía, porque se marchó a Huelva dejando familia, novio y amigos atrás. Desde ahora, Laura será vapuleada en los medios, que de una forma casi imperceptible comenzarán a desgranar cada átomo de su vida, buscando quizá, una pequeña base de exculpación para su posible agresor, si no judicial al menos si televisivamente.
También se escucharán las voces de los hombres que exigirán que no se generalice, que asesinos ha habido siempre pero no por eso los hombres son todos iguales. Que ellos respetan a las mujeres que para eso tienen hermanas y madres (como si el resto de mujeres fueran invisibles y no tuvieran importancia). Comenzarán los insultos más tradicionales, feminazis, locas, exageradas, misándricas. Habrá políticos que se escudarán en las leyes que no les satisfacen para argumentar su posible abolición. El machismo sacará la artillería pesada para volver a defenderse. Pero no podemos olvidar que aunque no todos los hombres son asesino, la gran mayoría de mujeres mueren a manos de un hombre.
Ahora le toca a la Guardia Civil esclarecer los hechos y detener al culpable en caso de que lo haya. Pero lo más importante es que ella está muerta. Laura puede ser la última víctima de una larga lista de mujeres asesinadas. ¿Quién en ese pueblo podría tener motivos para matar a una joven profesora de instituto? ¿Qué razones pueden esconder los vecinos de un pueblo de Huelva para asesinar a una joven zamorana? Esas preguntas tienen fácil respuesta. Ninguna. No hay razón aparente para la muerte de la joven, que no sea algo más escabroso y profundo. Razones tan escabrosas y profundas como las que impulsaron al asesino de Diana Quer o el de Nekane o el de muchas otras. Asesinatos que tienen un transfondo común. Se las mató por ser mujeres. Mujeres que se negaron a hacer lo que un hombre deseaba, que no se rindieron, que les plantaron cara.
Cuando las feministas reclamamos justicia, no lo hacemos por datos vagos e inexistentes como el maravilloso mundo de las denuncias falsas, ni mucho menos. Lo hacemos porque las mujeres muchas veces morimos por ser mujeres. Los datos están ahí y son accesibles para todos. Mujeres libres a las que quitar la libertad. Mujeres jóvenes y bellas a las que robar su juventud y su belleza. Mujeres que llevan años aguantando malos tratos y vejaciones. El asesino siempre tiene una extraña razón para justificar su crimen. Y los jueces, muchas veces, por desgracia también.
El feminismo es la ideología que defiende a las mujeres de una sociedad patriarcal y machista que merma las vivencias de la mitad de los habitantes del planeta. El feminismo grita las injusticias, exige los cambios sociales y judiciales. Obliga con su presión a modificaciones en los códigos penales para el endurecimiento de las penas. Educa para que las generaciones futuras no perpetúen los mismos roles y estereotipos. Enseña la libertad sexual. Lucha por mejorar las condiciones laborales de ese inmenso grupo de personas que forman las mujeres. El feminismo no intenta estar por encima de nadie sino a su altura. Con los mismos derechos y las mismas oportunidades. En condiciones parejas y no discriminatorias.
Por eso nos odian, nos insultan o nos humillan. Porque todo eso que el feminismo trata de derrocar significa el poder del otro. Del otro inmenso grupo de seres que también pueblan este planeta. Tumbar los privilegios, demostrar la posición ventajosa de la sociedad, implica cambios profundos en la mentalidad y comportamientos masculinos. Algo que muchos hombres no están dispuestos a asumir. Pensar que las mujeres son algo más grande e importante que cuerpos expuestos públicamente para el disfrute y el aprovechamiento del hombre es tan difícil de aceptar como lo fue en su día, aceptar que la Tierra no era plana.
La postura masculina tiembla ante el avance del feminismo, simplemente porque ese avance resta poder. Es cómodo y fácil vivir en una sociedad donde eres el preferido. Donde tu existencia solo está condicionada por tus propios logros. En la que nadie te pone una traba por tener algo colgando entre las piernas. Eso te hace sentir que tienes el control, que puedes con todo. Y entonces llega una mujer y te demuestra que estas equivocado en el razonamiento de lo que para ti es natural. Tu orgullo machuno se siente herido, te hace volverte vulnerable y eso no te gusta. No es una sensación que puedas gestionar porque nunca te enseñaron a tener que hacerlo. Y tu mente machista y dominadora ideal mil y una barbaridades para lograr volver a tu posición de poder y acallar las bocas que te demuestran tus conceptos erróneos.
El feminismo es la verdadera revolución. Porque es la única ideología que une a millones de seres humanos. Todas y cada una de nosotras, luchamos cada mañana para avanzar un milímetro en esta sociedad llena de vallas que saltar. Pero cada pequeño paso se convierte en un enorme salto porque le damos millones. Nuestros pies caminan al unísono para que nadie se quede rezagado. Para que ninguna tenga una traba que impida su avance. En el momento que una cae, nosotras recogemos su legado y le hacemos nuestro. Porque somos hermanas. Y cuando una cae caemos todas al menos durante unos instantes. Luego, sacudimos nuestras lágrimas del rostro, respiramos hondo y volvemos al camino. Jamás abandonamos a nuestras muertas, son nuestro más preciado equipaje. Ellas nos hacen fuertes porque nos gritan desde sus tumbas que deben ser las últimas. Que ya ninguna más ha de morir por ser una mujer.
Mañana, Laura seguirá muerta, pero millones de mujeres apagaran un despertador y se levantaran de la cama de una casa que comparten con padres, hermanos, maridos, novios, parejas, hijos o no comparten, sencillamente viven solas. Se vestirán y saldrán a la calle a seguir gritando, a seguir luchando y a seguir diciéndole al patriarcado que están frente a él. Y que el muro de mujeres podrá sufrir golpes que hagan que se desprendan algunos ladrillos pero no se va a caer, porque está anclado en lo más profundo de la tierra. En lo más antiguo. En lo que no se puede aniquilar.
El feminismo es la base de la torre social. Y cuando la base se mueve por las embestidas de un terremoto de millones de mujeres moviéndose en la misma dirección, las capas superiores no encuentran clavos suficientes para poder sujetarse. Más pronto que tarde caerá como una catarata que arrastrará a su paso la violencia, el odio y la injusticia.
NOTA: he tomado prestada para este artículo, la imagen que Laura creó. Espero que desde el cielo de las mujeres libres donde ahora nos estará mirando, me perdone este atrevimiento.
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