Durante toda la legislatura del Partido Popular (2011-2016, esperemos que se termine en junio de una buena vez) hemos sido testigos de la increíble vuelta a un pasado que nadie en su sano juicio quiere recuperar, tanto desde las instituciones, con leyes de tinte dictatorial y franquista como desde los miembros del partido que conforman el gobierno.
El consejo de ministros, ha realizado excentricidades que rayan en la locura, como las llevadas a cabo por el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en sus entregas de medallas a las imágenes de las vírgenes. Digo imágenes, porque dentro del propio sentido común y de la estabilidad mental, pensar ni siquiera una vez que una estatua de escayola o de cualquier material, encierra el espíritu de la que según la Biblia es la madre de Jesucristo, es casi una auto declaración de esquizofrenia. Ni que decir tiene cuando el propio ministro sin ningún pudor, admitió la compañía de su ángel de la guarda, Marcelo, que le ayudaba a aparcar. Sin comentarios.
No pretendo, ni mucho menos, inmiscuirme en los sentimientos religiosos de ninguna persona. Parto de la base de qué si yo no tengo, otro es muy libre de creer en lo que le de la real gana. Pero de ahí, a llevar a cabo actos institucionales de calado religioso, no solo contraviene las normas de esa Constitución que tanto admiran y que tienen en un pedestal, sino que además convierte a nuestro estado de derecho en una burda imitación de una dictadura bananera.
Hemos sido testigos de una ministra de Trabajo, que no sabe lo que es trabajar, rogarle a una virgen (qué fijación con las vírgenes, si Freud los pillara…) ayuda para que los más de cuatro millones de parados, encuentren el camino recto de la beatitud y acepten a cierra ojos, trabajos precarios, mal pagados y sin derechos como los que su gobierno ha creado en estos años y de los que se sienten tan orgullosos.
Con todo esto, me refiero a esa escalofriante y terrorífica intromisión de lo que ellos llaman la Santa Madre Iglesia (esa secta de pederastas y sus encubridores, que viven en un lujo sin control y que se toman la libertad de pensar por todos nosotros, soltando exabruptos por la boca como si no hubiera un mañana) en la vida política. Franco iba de la mano de obispos y cardenales a todos sitios. Admitieron su entrada en las catedrales bajo palio como si de un Carlomagno bajito y de voz aflautada se tratase. ¿Y por qué? Pues porque la iglesia, siempre, siempre ha estado de la mano de los poderosos. Durante la guerra civil, cedieron a las tropas rebeldes y después al gobierno, espacios religiosos para convertirlos en cárceles. Veáse por ejemplo, la cárcel de Porlier, colegio de escolapios que sigue ejerciendo como tal, donde miles de presos republicanos vivieron en condiciones infrahumanas hasta los juicios sumarísimos que los llevarían a la muerte o a condenas de 30 años. Algunos de ellos salieron de entre sus muros para ayudar a la construcción de una de las mayores aberraciones arquitectónicas que tenemos la desgracia de contemplar: el valle de los Caídos. Todo un ensalzamiento al espíritu franquista construido para dar cristiana sepultura “al sepulturero mayor “ según palabras del poeta y donde dejaron sus vidas miles de presos republicanos acarreando las piedras que sujetan esa cruz que rompe la hegemonía de un paisaje maravilloso como es la Sierra de Guadarrama.
¿Por qué en una España declarada laica y aconfesional, la iglesia sigue estando en primera línea? Pues porque todavía no ha habido un político con lo que se necesita tener para enfrentarse a ellos. Ni Adolfo, ni Felipe, ni José María, ni José Luis ni por supuesto Mariano ni su corte de miembros del Opus, han hecho nada por quitarse a los señores de negro y morado de la espalda. La iglesia sigue siendo dueña y señora de la vida de millones de españoles que mantienen unas tradiciones absurdas y que no se basan en nada demostrable, pero qué si no lo hicieran, serían objeto de miradas insidiosas entre sus círculos de amistades. Esa falta de integridad para romper con una institución sangrante, que recibe más dinero público que algunos departamentos públicos, sigue siendo hoy una de las grandes asignaturas pendientes de este país.
Controlan una parte muy importante de la educación concertada y subvencionada. Luis Vives en el siglo XVI cuestionó seriamente el papel de la iglesia en la educación. Hablaba de una educación manipulada y controlada por una religiosidad que apartaba a los niños y universitarios del camino del conocimiento, con métodos de aprendizaje obsoletos y repetitivos. En aquella época ya los obispos se mostraron en contra de los avances en pedagogía, que ponían en entredicho sus metodologías medievales y lavacerebros. ¿Os suena de algo? Pues sí, cinco siglos más tarde siguen sujetando sus palabras en los mismos argumentos y siguen llevando a cabo políticas educativas aleccionadoras, que perpetúan en la sociedad comportamientos que van más allá de la simple educación. Las grandes familias españolas no llevan a sus hijos a la educación pública, donde pueden mezclarse con chavales de distintas clases sociales y aprender una convivencia pacífica. No, ellos llevan a sus hijos a colegios donde su status se mantiene inquebrantable. Centros que lograrán educar a la nueva generación de políticos, empresarios e industriales que un día devolverán a sus tutores todo aquello que ellos les inculcaron: inmovilidad social, predominio económico y poder.
La asistencia social, sobre todo en el mundo de la vejez, sigue en gran medida en manos de congregaciones religiosas. Imágenes espeluznantes de monjas llevando ancianos en estados lamentables a las urnas para introducir papeletas, de las que son incapaces de ver ni las letras más grandes, pero que ayudaran a un partido que necesita de esos votos seniles para mantenerse en el poder, están en nuestra retina grabadas como reflejo de una sociedad decrepita que está atada de pies y manos a una institución que tendría que mantenerse exclusivamente en el terreno más íntimo y personal.
La iglesia sigue actuando en el siglo XXI, como si el tiempo no fuera más que un hecho físico que no se puede controlar pero que no puede romper el duro caparazón donde ellos se esconden. Hoy, políticos relevantes como nuestros actuales ministros actúan a diario según el mandato de un poder sutil, secreto y dominante. Piden ayuda, se confiesan ante ellos, esperan consejo y llevan a cabo unas políticas institucionales que favorecen el mantenimiento de una secta. Dinero público a raudales, intromisión en la elaboración de leyes como en la ley del aborto o la de educación, protección institucional y judicial ante delitos tan ruines y vergonzantes como la pederastia o el abuso infantil, ataques constantes a los derechos de la mujer, cuyo destino según su criterio debería estar siempre ligado a la maternidad y el matrimonio, están a la orden del día. Y mientras eso no acabe y la iglesia salga de una vez y para siempre de la vida civil, este país no cambiará nunca.
Estamos siendo testigos, como algunos alcaldes de los elegidos en las últimas elecciones, se van sutilmente apartando de los actos religiosos o dejan de invitar a la curia a los actos institucionales, siendo durante atacados desde el partido más popular de todos. Aunque no solo los populares se rodean de altos cargos de la iglesia. Hemos comprobado como la más socialista de las sultanas andaluzas, acude con profunda convicción a procesiones rodeada de religiosos y legionarios, ejerciendo no como Susana Díaz sino como la Presidenta de la Junta de Andalucía.
La iglesia es una losa sobre nuestra vida política. Es ese lastre que no hemos sido capaces de soltar y que nos mantiene sujetos a una vida y una época que hay que sacarse de encima como sea. Significa ese vínculo que no se ha roto con un franquismo trasnochado y caduco que está anclado en la vida política de una forma casi invisible, pero que se deja traslucir en cuanto los partidos de derechas llegan al poder. Y que una parte importante de la ciudadanía tiene pánico de dejar escapar. Franco se apoyó en ellos para derrocar a un gobierno legítimamente establecido y mantuvo su palabra durante los cuarenta años de dictadura imponiéndonos su doctrina y proclamando a quién quisiera oírlo que éramos la reserva espiritual de occidente.
El día que esos señores dejen de estar presentes en la mente de los políticos, que sus necesidades e imposiciones no sean de relevancia para la elaboración de leyes y se les aplique la misma justicia que a los demás, pagando por sus propiedades, expropiándoles lo que no es suyo como la Mezquita de Córdoba o miles de terrenos que han ido adquiridos de forma ilícita…, entonces de una buena vez seremos un país del siglo XXI. Hasta ese día el medievo y su oscuro manto de incultura, dominará nuestra vida.
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