Se ha hablado y escrito mucho acerca de los votos que Mariano Rajoy y sus secuaces consiguen para Podemos cada vez que alguno de ellos escribe o habla, pero desde la creación del partido morado apenas se ha dejado escuchar un leve susurro sobre su contrapunto, y es que las declaraciones y actuaciones presentes y pasadas de los podemitas refuerzan más si cabe las convicciones y las posiciones ideológicas de la derecha, desde la cavernaria más rancia hasta incluso las posiciones más centradas (si es que las hay). En mi opinión los efectos vacunatorios de Podemos se ciernen incluso por el alma del PSOE como una gota de tinta morada extendiéndose por una servilleta de papel rojo desteñido. Este efecto, perfectamente natural entre posiciones ideológicas tan enfrentadas, no es negativo en sí, y de hecho, al ser inevitable facilita el llamado juego político tanto como la lógica facilita el ajedrez.
Pero por otra parte surge la duda al plantearse si un estratega vocacional como Pablo Iglesias no es consciente de ese efecto. Su entrevista con Risto Mejide, con aquel aire tan relajado y ¿sincero? iba dirigida sin duda a su club de fans, por lo que aquella ¿espontánea? declaración del aburrimiento y cansancio que le producen la política y, sobre todo, la rutina parlamentaria, bien podría haber sido una mera pose, sobre todo viendo las ganas y el afán que viene demostrando estos días por lograr, como mínimo, la vicepresidencia.
Sabemos ahora que el gobierno norteamericano se aseguró de la victoria del movimiento nacional, y probablemente se encargaron ellos de elegir a Franco, o como mínimo de aprobar su elección, como el pelele acomplejado ideal para frenar el avance de la izquierda en la Europa meridional. Respecto a eso, suele mencionarse el comunismo como objetivo, pero recordemos la brutal persecución del socialismo en EE.UU., que incluso en la actualidad mantienen amplios sectores de la población. También hace muchos años que sabemos de las maniobras que el Pentágono y la CIA llevaron a cabo para la financiación directa o indirecta de diversos regímenes o de movimientos insurgentes, cuyo primer gran exponente que viene a mi memoria fue el escándalo del Irán-Contra, si no recuerdo mal, en la época de Ronald Reagan; aunque sé bien que ese tipo de operaciones tenían ya una tradición de, al menos, varias décadas.
De modo que sumando dos y dos, uno vislumbra una peligrosa y creíble sospecha de duda en las actuaciones de Podemos, y muy especialmente en las de Pablo Iglesias; incluso Albert Rivera podría no ser más que un contrapeso para equilibrar el febril empuje con que surgió el podemismo en unos cuantos medios de comunicación de muy variada línea editorial.
Naturalmente, no estoy insinuando que Pablo sea un pelele surgido a propósito para frenar a la derecha; primero porque no sé hasta que punto puede ser un pelele (si de hecho lo es), y segundo porque, que sepamos, siempre ha sido de izquierdas (otra cuestión es hasta qué punto lo era de una forma activa). Pero ¿y si fuese una figura radical (que malamente ha fingido transversalidad) alentada desde las más ortodoxas posiciones del sistema para que, cual barra de grafito en un reactor nuclear, ayude a controlar y a encauzar el descontento con las políticas opresoras del neocapitalismo (al estilo de Siryza), así como las protestas y, en su caso, las revueltas populares?
No hay que olvidar cómo el surgimiento de Podemos ahogó la voz del 15M en los medios, creando incluso una espesa confusión entre ambos movimientos en un primer momento, cómo los del 15M se distanciaron de la figura de Pablo desde el principio, y sobre todo, él de aquellos; tengamos presente también el profundo desencanto de unos cuantos miembros de Podemos, cargos electos incluso, algunos de los cuales llegaron incluso a dejar el partido. Y sobre todo, recordemos cómo se desactivaron inmediatamente todas las protestas cuando Podemos aún era poco más que una asociación con aspiraciones políticas.
Naturalmente, todo este análisis se reduce a meras conjeturas y desde luego, de tener razón, no implicarían necesariamente que Pablo fuera un agente vivo, ya que quizás no sea más que un zombi, un insecto cuyos movimientos y reacciones políticas naturales son aprovechados discretamente por agente que influye en su entorno, que es en cierto modo lo que somos todos los demás, como individuos más o menos integrados en una sociedad compleja dentro de la cual las acciones principales escapan a nuestro control. Como quiera que sea, dadas las sorpresas que el tiempo nos va deparando en relación a los sucesos políticos del pasado, más nos valdría estar atentos cual gato escaldado para no vernos metidos de nuevo súbitamente en otra olla de agua caliente.
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