Que estamos en el siglo XXI es algo indiscutible que nadie puede poner en duda, básicamente porque es un hecho físico. El tiempo transcurre, no se para, no espera a que nos adaptemos a él. Y en España, desde que gobierna el PP, el correr del tiempo nos ha pasado por encima dejándonos atrás.
Siempre se ha dicho que la sociedad va muy por delante de los políticos, porque ellos tardan mucho más tiempo en adaptar leyes e instituciones a lo que ocurre en la calle desde hace tiempo. Sin embargo, en los últimos años en España, la sociedad se ha aferrado a un par de clavos ardiendo, y en vez de seguir el avance natural, ha preferido seguir anclada, evitando a conciencia el devenir del tiempo. Tengo ya una cantidad importante de años, he pasado por muchas décadas en mi vida y nunca he tenido la desgracia de contemplar, como ahora en el año 2017, que la sociedad que me rodea es más retrógrada, cañí y retrasada que me ha tocado vivir.
La política que el Partido Popular ejerce en nuestro país, ahora apoyada por el muy cuñado y mucho cuñado de Albert Rivera y con un PSOE que ni tan siquiera se reconoce, ha dado rienda suelta a todas las hordas de viejunos fascistoides; quiero recalcar que con viejuno no me refiero a que se trate de ancianos con estrechez de miras sino a todos los que sus mentes están tan cerradas que son incapaces de ver más allá de sus narices y respetar a aquellos que no piensan igual; ya que se ha abierto la espita por saber quién de todos es más conservador, más recalcitrante y más intransigente. Ahora, la gente normal que piensa en libertad, que admite los cambios sociales y humanos como algo lógico y natural, somos los raros.
Prueba de lo que digo son por ejemplo las sentencias judiciales impuestas a varios tuiteros, por haber colgado 140 caracteres en una red social parodiando el asesinato de Carrero Blanco. Son como dirán muchos, “ejemplarizantes” y sobre todo desproporcionadas. Es increíble que un país como el nuestro, caracterizado siempre por hacer humor de cualquier cosa, contemple como una chica es condenada a dos años y medio de prisión por incluir un chiste sobre el hombre que voló por la calle Claudio Coello. Que a un concejal del Ayuntamiento de Madrid se le haya perseguido y perseguido por reproducir en Twitter las palabras de otro, sobre unos atentados terroristas que incluso a la afectada le fueron indiferentes. Y así con todo. No es que la sentencia en sí sea exagerada, es que en circunstancias normales jamás habría que haber juzgado el hecho.
El otro día leí, como en una concentración en la Gran Vía Madrid, dos chicas se dieron un beso en la calle y ante los gritos de los transeúntes de zorras, putas, brujas y demás, fueron reprimidas por los agentes de la policía. ¡Ellas! Y todavía me horroriza más que los comentarios de la noticia fueran justificando la acción policial. ¡Cuidado homosexuales! que ahora demostraros el amor que os sentís no solo es pecado o enfermedad, susceptible de ser curado como un catarro, es que la sociedad española del año 2017, sigue escandalizada por ello. Un país pionero en el matrimonio homosexual, sigue sintiendo asco y vergüenza porque dos mujeres se besen en público.
Todos los días, alguna noticia en prensa o televisión habla de violencia contra los homosexuales, las mujeres, los niños, los refugiados, los actores, los músicos, etc. En España la violencia contra los que no son como uno mismo, está justificada siempre por el bien de la sociedad. Pero ¿Qué sociedad? ¿La que permite que existan asociaciones que fomentan e ilustran la vida de un dictador? ¿La que destina dinero público para la rehabilitación de iglesias franquistas? ¿Qué se revuelve cuando se aplica la Ley de Memoria Histórica y se borran las huellas en nuestras ciudades y pueblos de los restos de una dictadura? Pues sí, esa es la sociedad que nos ha traído el PP y el retraso en el que nos vamos sumando día a día.
Cuando uno se pone a recordar y se da cuenta que hace treinta años las personas estábamos dispuestas a adaptarnos a cualquier cambio con una mente esponja, a valorar las cosas tal y como eran, y observa que los hijos de los que llevaron a cabo los cambios, son más antiguos que sus padres, descubre con estupor que se ha convertido en un ser asocial. Ahora, los que tenemos la capacidad para discernir qué es un chiste y qué no lo es, somos como bichos raros.
El día que desde el gobierno se aplicaron leyes como la Ley Mordaza o desde que el conservadurismo más propio del siglo XIX se impuso a base de votos en las urnas, la sociedad se ha dividido en dos facciones: los que seguimos queriendo luchar por ser cada vez más libres, más justos y más abiertos contra los que pugnan cada mañana por ser más gazmoños. Los seres humanos que habitan en nuestro país sienten que tienen que defender unos valores que no les corresponden. Se impone el criterio de aquellos que toman la tradición, aunque sea bárbara, como algo unido a ellos y que ninguno de los demás se puede saltar. No hay más que ver los comentarios en las RRSS, artículos en prensa o algún informativo en la televisión para comprobar que hasta las nimia de las circunstancias es motivo de queja, disputa o denuncia por un sector de la sociedad, que ha visto en la política del PP esa tabla de salvación ante los que intentamos seguir caminando hacia delante.
Ya no hay descaro en proclamar la falta de raciocinio. Si Nacho Duato en una entrevista critica que en España la cultura se menosprecia y se denigra, siempre habrá un grupito capaz de leer que es un antipatriota o un estómago agradecido que critica solo por hacer daño. Ese es el ejemplo del camino que está tomando nuestro tiempo. Vamos a quedarnos aquí, anclados en un espacio-tiempo de bochorno y escarnio, insultando y humillando a todos los que no se sabe porque razón, prefieren los avances sociales a la inmovilidad.
Si se recorta el IVA cultural será porqué los cómicos son gente de mal vivir. Ante la falta de inversión en I+D, se justifica porque no es tan necesario investigar como nos venden. Que nuestros científicos o profesionales sean más respetados fuera de nuestras fronteras que aquí, será porque los formamos bien pero no necesitamos que su esfuerzo mejore nuestra sociedad. Nosotros con tener procesiones, fútbol y a Inda criticando rojos, tenemos cubiertas todas nuestras necesidades.
Me asusta enormemente ver como la sociedad camina hacia atrás. Como se puede llegar a justificar que haya gente que no puede pagar la luz y morir de frío en aras de una sociedad que malgasta el dinero público en enriquecer a cuatro mindundis, que se sientan cada domingo en el palco del Bernabeu. Inquieta pensar que los ídolos de la gente sean personas que acuden a programas como Sálvame o Aventuras en Pelotas mientras se minan las inquietudes de los jóvenes que desean progresar y aprender. Aterra la idea de que un chiste pueda llevar a una persona a prisión o inhabilitarla de por vida en su labor profesional. En esas estamos, con el aplauso de una marabunta de más de diez millones de personas que siguen a día de hoy, votando para que gobiernen los partidos que les están dando aquello que reclaman: cerrazón mental y atraso social. La destrucción va avanzando y si no hacemos algo pronto por cambiarlo, en poco tiempo, esta nuestra querida España, será la misma que Miguel Delibes denunciaba en «Los santos inocentes». Sigan aplaudiendo a los que les quitan la educación a los ciudadanos para convertirlos en marionetas manipulables, que sin pararse dos minutos a pensar, saltaran como si les pisasen el rabo en la defensa de una sociedad que les está condenando a vivir en un eterno mundo gris.
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