Cuando saltan a la prensa noticias acerca del espionaje que vienen haciendo las agencias de inteligencia americanas, de pronto a la gente parece que le viene a la memoria que tienen vida privada, y que tienen derecho a que ésta lo siga siendo. Da igual si se habla de un espionaje masivo a todos los ciudadanos, o del espionaje a los mandatarios de algunos de los países más importantes, si bien en este último caso la alusión a una discreta amenaza a nuestra seguridad privada nos hace sentir aludidos sólo tangencialmente, como si nos consolase la idea de que no somos lo bastante importantes para que nos espíen.
La masiva cantidad de información que recibimos a diario, constantemente, hace que no nos detengamos a analizar en profundidad las implicaciones que algunas de ellas (muchas, en realidad) pueden tener en nuestro modo de vida, directamente o indirectamente. Así, cada una de esas noticias tiene el efecto de arrojar una piedrecita a un tranquilo estanque: se remueve un poco la superficie y se forman ondas que pierden fuerza y profundidad rápidamente conforme se expanden. Incluso podríamos decir que la opinión pública se comporta como un líquido embalsado con mayor precisión: a mayor densidad de información, mayor densidad del líquido y, por tanto, menor efecto tiene una noticia del mismo calado. A veces, y no pocas veces, los medios de información tratan de saturarnos con ella de tal forma que lo que era agua de forma natural acabe siendo un estanque de mercurio, que se traga sólo cosas muy pesadas, y aun eso lo hace sin alterarse apenas.
Cuando Edward Snowden le contó a Ana Pastor cómo se recogen datos de manera masiva e indiscriminada parece que trató de calmarla con un mentira tan colosal que no habría cabido ni en la Plaza Roja: no filtran los datos, sólo los almacenan para usarlos cuando les interese. Pero claro, ella, viéndole, se limitó a acunarle mimosamente mientras le animaba a contarnos el cuento tan milimétricamente preparado.
Si hay algo que un informático especializado en gestión de datos debe saber es que la información amontonada no sirve para nada. Buscar algo en ella es como intentar localizar una servilleta usada concreta en un vertedero. La información, cuando llega en grandes cantidades, hay que procesarla (esto es, filtrarla), clasificarla, etiquetarla, y guardarla lo más ordenada y accesible que se pueda, siempre dentro de aquello que resulte viable. Dado que las agencias de información de todos los países importantes (los del Tercer Mundo son meros títeres de las grandes potencias) cuentan con presupuestos virtualmente descomunales para esos menesteres, parece que el campo de las medidas viables resulta extremadamente amplio.
La otra faceta fundamental es el origen de la información. Snowden, no sé si para no echarse más tierra encima, o porque no es más que otro surtidor que sirve para saturarnos de información, dijo que se grababan todas las comunicaciones. Es una falsedad equiparable a la mayor que se nos pueda ocurrir.
Veamos. Los ordenadores que manejamos personalmente en privado, los teléfonos (no sólo los móviles, también los fijos) y las tabletas contienen y/o transmiten básicamente toda nuestra vida privada; ahí termina la verdad. Nuestros dispositivos electrónicos no se limitan a esos. Voy a hacer una lista de todos aquellos que pueden proporcionar información a quien esté interesado en ella:
Me he limitado a comentar sólo los aparatos que son más comunes y más importantes en cuanto a la calidad de la información que ofrecen. Aparte están:
— los lectores de libros digitales, si pueden descargarse libros directamente, quiere decir que también se comunican por Internet, pero la única información que aportan es qué hábitos de lectura se tienen, lo que por sí mismo resulta de escaso interés. Pero si le conectas una memoria USB que “alguien” te ha pasado con un libro prohibido o censurable, entonces eres susceptible de padecer de alguna forma una cierta censura o, más probablemente, control, por parte del Estado, no importa cuán democrático se proclame.
— los contadores de la luz, que permiten calcular qué aparatos se enchufan y en qué periodos de tiempo, dando información de hábitos de vida, episodios de insomnio;
— los sistemas de alarma, que indican qué edificios están protegidos y mediante qué método;
— las cámaras de vigilancia públicas y privadas, que recogen constantemente nuestros movimientos y algunas de las cuales pueden hacer una identificación y seguimiento de un individuo concreto;
— los receptores de TDT (los últimos, instalados ya en los televisores), que permiten ampliar la vigilancia de hábitos de consumo y suministro de información prácticamente a toda la población; ello se debe a que tienen un identificador tan único como lo pueda ser el de un ordenador o el de un teléfono móvil. La televisión de pago ofrecía ya datos personalizados o mejor dicho, familiares, de consumo televisivo, pero limitaba mucho el espectro de personas bajo vigilancia. Por eso se inventaron la obligación de que en varios países a la vez se eliminase la televisión analógica y se instalase la TDT, que ofrece incluso más datos que la televisión de pago tradicional y, como decía, permite incluir en la vigilancia a las clases bajas.
Igualmente, el intercambio de dispositivos USB permite saber telemáticamente quién ha estado en contacto directo o indirecto con el usuario, y en este último caso, quién fue el intermediario. También otros dispositivos conectados como impresoras o auriculares proporcionan información adicional.
Pero recordemos que lo que Estados Unidos ha interceptado es el grueso de la fibra óptica, por la cual no viajan solamente nuestros datos privados, sino información mucho más sensible: información médica completa, incluyendo exploraciones e incluso operaciones en tiempo real; información jurídica y legal; información contable; investigaciones tecnológicas y científicas; comunicaciones internas… Y, en general, todo lo anterior, tanto de estados como de particulares y empresas.
Aún no tengo absolutamente claro si Snowden, ese simpático jovencito que dice haber sido espía, es realmente otro instrumento para medir la reacción de la población ante ciertos abusos, pero voluntariamente o no, está contribuyendo a esa saturación de información y la pertinente recopilación de reacciones. Lo que sí sé con seguridad es que no ha pasado ni una semana, y la gente sigue dormida.
Dejar una contestacion
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.