Recuerdo que hace un tiempo, le pregunté a mi querida madre si se reiría de mí si decidía dedicarme a la política. Mi miedo a su mofa viene dado por el chiste que los políticos nos llevan contando desde hace años, y que, al parecer, solo ellos entienden. Y, aunque no diré que opinó mi progenitora, he de confesar, con cierto orgullo por mi parte, que no consigue esconder su sonrisa cuando nos cruzamos por el pasillo.
Y es que la broma de la crisis, la corrupción, y demás desfachateces aparentemente sin solución, inundan nuestro día a día de la misma manera en la que el juez Ruz se ahogaba entre los papeles de Bárcenas. Surgiendo en mí la pregunta, de cómo demonios son capaces de besar a sus madres con la misma boca con la que toman el pelo a aquellos que les depositaron su confianza. Una enorme panda de monologuistas con cargo público que, por civilizados turnos, se suben a un estrado para bien poder empezar con un “¿Se saben ese que…” ¡Y ojo! No es que los menosprecie. Es que ya ni los tomo en serio.
Pués parece que aquellos que nacieron en dictadura (y que son los que, en su mayoría, ocupan ahora los cargos de peso en España), todavía no se han hecho a la democracia. Esa enorme meretriz de errantes que cobija los despojos de una sociedad que, aparentemente, busca conseguir un cargo público para poder desarrollar plenamente su egolatría. Preguntándome a menudo cuántos de ellos estarían donde están si sus puestos no fueran tan lucrativos.
Por otro lado he de decir que antes los admiraba. Personas aparentemente comprometidas con su país, como mi padre con su empleo. Que se levantan cuando despunta el sol y no vuelve hasta que se ha acostado. Cansados, pero con la mente serenada que deviene de un trabajo bien hecho. Pero como si de un chiste malo se tratara, te informan que muchos de ellos ni siquiera acuden al mínimo de reuniones de las cámaras. Donde, las estrellas del show, dirimen sobre el enfoque del problema, en vez de buscar soluciones razonables al mismo. Chupando del tarro como si fueran el oso de cierta compañía de animación. Y aferrándose a una realidad que se desmorona por falsa.
¿En qué podemos, pues, depositar esa confianza perdida? ¿Tendremos fé en la generación que heredara el testigo? Esa juventud actual a la que pertenezco y que, intencionadamente, han echado por tierra con reformas educativas. Esa parte de la sociedad tachada de “ni-ni” y despótica. Y que huye de un país que no les escucha ni les apoya. ¡Y aún más! ¿Dejaremos de lado ideologías y tradicionalismos en pos de un razonamiento práctico, o seguiremos dedicándonos al humor?
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