¿Una invisible más? 

La encontré sentada delante de la portería. De tal forma acurrucada que para acceder al edificio le tenía que pedir que se apartara. Preferí agacharme para preguntarle si se encontraba bien y necesitaba alguna cosa. En ese momento vi su rostro. Tenía las mejillas manchadas de rimel, hundidas, pómulos salidos. Sus ojos tenían la mirada perdida, afligida, desolada, oscura. Reflejaban un alma con apariencia descarnada, despedazada, tan destruida, que parecía querer escapar a esa realidad.

Con un leve gesto de hombros y pequeña negación pareció querer decir que sólo estaba muy cansada. Aunque de su garganta brotó una quebrada voz que empezó a contar su historia. Hechos desgarradores. Era una anónima, peor, una invisible que dejaron sin habla. Explicó que si sus recuerdos no le traicionaban al poco de cumplir seis años murió su madre. Sin saberlo la dejó en manos de un depredador sexual, su padrastro, que la intimidó, la aterró, abusó de ella hasta que se cansó. Con apenas trece años la vendió a un proxeneta cruel, sin escrúpulos, sádico, que insultaba, pegaba, denigraba, a las chicas cada día antes de que se pudieran ir a “descansar”. Contó que se sentía vacía a pesar de que los consumidores la utilizaran como un recipiente para verter sus fluidos. Y como un makiwara, punching bag, saco de boxeo, para golpear, vejar, soltar rabia, agresividad, de muchas y horribles maneras. Como si ella no tuviera sentimientos, no fuera nada…

Respiraba con dificultad, parecía quedarse sin aliento. Tras un largo suspiro en el que cerró los ojos sujeté con suavidad sus manos. Haciendo un esfuerzo para que mi voz no temblara de impotencia y dolor, le pregunté, le propuse ayudarla. En ese instante ella se puso en pie diciendo con mucha congoja: «¡¡¡Ya nadie me pude ayudar!!!». Su tez tornó tan blanca que pensé iba a desaparecer. Se empezó a desplomar y aún pudo susurrarme un «gracias por verme». Intenté sujetarla y, mientras caía al suelo con ella, grité desmoralizada: “¡AUXILIO, QUE ALGUIEN ME AYUDE! ¡POP FAVOR NO, NO TE MUERAS!…” al mismo tiempo que macaba el número de urgencias.

No pude evitar pensar que el cruel sino que la señaló me arrebató la oportunidad de poder hacer algo para evitar… ¡no sé qué!

Entre tanto esperaba que llegaran los sanitarios, acuné ese cuerpecito mientras sentía como su alma la abandonaba. Su vida hacía años que se ausentó sin darle ni una triste esperanza…

Al llegar la ambulancia la abracé, la apreté con fuerza a mi pecho como si pudiera lograr que su alma y su vida sintieran que ella no estuvo sola… Sin embargo…

He sentido mía la historia al escuchar el relato. Rompe el alma visualizar cómo es descrita la experiencia de una niña a la que le robaron la infancia. Le dejaron sin adolescencia, presente, futuro, sin existencia en vida. Con dulces ojos, rostro, a la vez sin vida y cuerpecito con apariencia delicada por lo muy delgado.

No hace falta viajar. Por desgracia, es una crónica que se da en todas las partes del mundo donde haya y se permita, legal e ilegalmente, la venta del cuerpo. Es un horror que el sistema promueve y anima al derecho de pernada, por el abuso de poder. Todo es negociable, vendible. La acumulación de grandes cantidades de capital en pocas manos logra que la vida de muchos deje de tener sentido por poder ser utilizados, vilipendiados, desvalorizados, olvidados. Estos hechos se sucederán y se silenciarán entretanto la mujer esté vista como un objeto a explotar, para satisfacer caprichos, perversiones, placeres, deseos, aberraciones, de quienes por pagar se creen superiores y con derecho a todo y sobre todos. ¿Quién sigue interesado en que eso no se acabe? ¿Por qué se sigue permitiendo? ¿Qué y cómo hacer para evitar que tantas niñas y mujeres sean utilizadas? ¿Cómo impedir que los déspotas sigan actuando con libertad y total impunidad?

La razón por la que decidí contar su historia es que no es al azar. No, porque no fue una invisible más a pesar de desconocer su nombre, ya que alguien la vio, la escuchó. Se podría pensar que ella era frágil. No obstante, un ser quebradizo jamás hubiera podido soportar tanta brutalidad, escarnio, crueldad, ultraje, maltrato. Fue una luchadora que destrozaron su vida cuando aún era muy niña.

Se ha de dar voz, sacar a la luz todas las historias tan llenas de sufrimiento, impotencia, ocultadas. Luchar para que no haya más anónimas, sin nombre, invisibles. Quien las tapa es cómplice de esa barbarie.

 

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2 comentarios

  1. Estremecedora historia, y sobre todo tu forma de narrarla hace que al leerla, llegue mucho más el sufrimiento de la protagonista, que lamentablemente, y como bien dices, no es la única víctima de este tipo de historias. Muchas quedarán sin contarse, pero al menos, que la tuya sirva para que otras tantas , salgan a la luz. Gracias y felicidades por el artículo, Dalila.

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