Lector asiduo de titulares, especialmente de eldiario.es, me encuentro de cuando en cuando con noticias que me llaman la atención y cuyo titular tuiteo, casi siempre con un comentario de cosecha propia. Por lo general creo que no necesito extenderme más, amén de lo que tanto periodistas como voces anónimas puedan decir en sus medios habituales. Sin embargo, a veces he sentido el impulso de explicar más cosas en relación a mi comentario, que no suele ocupar más de tres o cuatro palabras.
Así, ante el titular “El desabastecimiento de fármacos para transexuales evidencia nuestra dependencia de las farmacéuticas” mi comentario, que originalmente incluí en mayúsculas, fue «… ergo, nacionalicemos los medicamentos».
En la Antigüedad las relaciones comerciales eran de una maravillosa sencillez: los individuos que explotaban directamente aquellos recursos naturales presentes en el territorio que ocupaban, ya fuera mediante la caza, la pesca, la agricultura, la recolección de plantas o frutos silvestres, la ganadería (incluyendo la apicultura) o la minería, intercambiaban sus excedentes por artículos que no poseían en la cantidad necesaria. La extensión del uso de un bien como el cobre, la plata o el oro a modo de patrón de intercambio no supuso una profunda modificación del modelo.
No obstante, vivimos en una era en la que el intercambio comercial se produce masivamente y en un volumen muy superior a cualquier otro, mediante un recurso ilimitado: el pago electrónico (esto es, mediante transferencia electrónica, ya sea mediante una tarjeta de crédito o débito o bien por cualquier otro método); esta forma de pago, que a nivel del individuo de a pie está sometida a férreas limitaciones, para grandes empresas y sobre todo para los gobiernos con la suficiente influencia el margen es virtualmente infinito. Ya sé que la economía virtual se basa en cálculos hechos a partir de la real, pero esos cálculos se pueden soslayar, ningunear a voluntad cuando dicha voluntad existe. Es por eso que se condona toda o parte de la deuda de una nación, especialmente cuando ésta ha sido devastada por una guerra o por un cataclismo natural, sin que por ello se resientan las economías de los países acreedores.
En un mundo globalizado, no obstante, que dice regirse por el reconocimiento oficial y por escrito de la completa igualdad entre todos los seres humanos y de todas las naciones entre sí, la arbitraria superioridad de unas naciones sobre otras en relación a su acceso a los recursos naturales no debería ser un argumento admisible en las relaciones comerciales entre aquellas. Es más, en la actualidad esa apropiación no la llevan a cabo las naciones, sino grandes corporaciones internacionales que al fin suelen tener un único propietario o, al menos, un dueño mayoritario de sus acciones, lo que en la práctica puede convertir a un único individuo en amo y señor de todo un país.
En el caso de las empresas farmacéuticas, como en el de las que producen y distribuyen energía o alimentos, el abuso es brutalmente sangrante, ya que explotan en beneficio propio recursos naturales que, por definición, son de toda la humanidad, o mejor dicho, están a disposición de toda la humanidad. Y la argumentación de que han adquirido esos derechos de explotación pagando no sirve, porque para empezar esos pagos en muchas ocasiones son ridículos en comparación con el beneficio que les generan, y a veces ni siquiera se efectúan realmente. Pero sobre todo, digo que no sirven porque debemos a toda la humanidad, a lo largo de la historia, cada avance científico y tecnológico; no olvidemos que el estado actual de la población humana en el planeta se debe a todas las acciones que, para bien o para mal, llevaron a cabo quienes nos precedieron: observaciones astronómicas enervantes y agotadoras, sin apenas recursos; distinción y clasificación de plantas, animales y minerales, y estudio de su aprovechamiento con el método paciente de prueba y ensayo; descubrimiento de nuevas regiones y, por tanto, de sus recursos naturales en viajes exploratorios de lo más aventurado… Esto es, la humanidad a lo largo y ancho del planeta y de su historia ha funcionado como un equipo con individuos saboteadores del bien común pero, sobre todo, con individuos que creían en dicho bien común o que al menos supieron mantener una supervivencia digna y una comunidades coherentes en medio de las mayores catástrofes y cataclismos imaginables.
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De todo esto nos estamos beneficiando hoy día y, como decía anteriormente, si realmente la humanidad se considera inmersa en un sistema social basado en la igualdad y la protección del débil no hay excusa para que la explotación de recursos naturales no implique un beneficio colectivo del cual cada individuo obtenga su porción alícuota o, al menos, su derecho a acceder a la misma en caso necesario.
Siempre han existido conflictos de intereses entre productores, administradores y consumidores. Tradicionalmente estas diferencias se han dirimido de distintas maneras dependiendo de las armas o herramientas de las que unos y otros dispusieran, así como de las ocurrentes maneras en que les diese por utilizarlas. Pues bien, si la democracia y la justicia son de verdad las herramientas de la modernidad tenemos derecho a reclamar el acceso a todas aquellas sustancias que nos ayuden a vivir dignamente y manteniendo una calidad de vida adecuada, y el deber de hacerlo por nosotros mismos y por quienes no pueden hacerse oír. Cualquier otra cosa implicaría mantener a la humanidad en el salvajismo egoísta de antaño, cuando dos grupos de primates se agredían unos a otros con piedras, palos y huesos por el acceso a una fuente de agua o de alimento.
No es comunismo: es la dignidad de los individuos y, por ende, la dignidad de los pueblos.
Qué cierto, lógico y sencillo. Pero nos vamos alejando día a día de las soluciones naturales y obvias, pues somos tan inteligentes como maleables, y contra toda lógica humana siempre habrá gentuza que no mire más allá de sus cuentas sin importarle en absoluto el resto de mortales. Va bien desahogarse para no caer en la desesperación, Mejor sería no tener que hacerlo.
Salud y ánimo.