Las noticias ejercen una gran influencia y presión social. ¿Con qué tipo de rigor se trata un problema tan delicado como el bullying, cuando no se habla de sus posibles causas y se tiene ya decidido el culpable?
Basta con observar a nuestro alrededor para ver el dechado de contradicciones de algunos adultos. Por ejemplo, en la puerta de un colegio, cuando esperaba que mi hijo saliera, escuché cómo alguien, que parecía indignado, decía a un grupo de padres: —¿Cuándo se ha visto que un niño le falte el respeto a un profesor, ¡a un adulto!? Detrás de este grupo se veía una escena que les pasaba desapercibida. Otro padre, delante de demasiados niños, increpaba a un profesor y a gritos le decía que “no tenía decencia y que él no era quién para llamar la atención a su hijo”. A pocos metros se escuchaba a una madre cómo reñía a su pequeño por utilizar palabras groseras. Esa madre, tristemente, no lograba articular una frase sin, como mínimo, dos vocablos mal sonantes…
Cuanto más miro lo que sucede, alrededor de las escuelas y los institutos, más escenas veo que no me dejan impasible. Así que me cuestiono: ¿Qué ejemplo se les está dando a los niños? ¿Cuánto se llega a influir, sin reparar en ello, en los más pequeños, adolescentes y jóvenes? Algunos especialistas de la comunidad de psicología se posicionan en lo importante que es poner límites a los niños. Una de las razones que aportan para que esto se sostenga es que: “Lo que más les gusta a los pequeños es pasárselo bien todo el día. Pero también han de cumplir con sus obligaciones”. ¿Se repara en que a todos nos gusta pasarlo bien? ¿Se comprende que si las obligaciones son algo que a uno no le divierte se convierten en un suplicio que “obligatoriamente” se han de cumplir? ¿Quién no intenta evitar hacer una tarea que le resulta “fastidiosa”?
Otro hecho que exponen los expertos: los niños buscan explorar los límites del mundo que les rodea en todos sus aspectos. Concluyen que ese impulso puede ser un gran problema para muchos padres, tutores, porque aparenta ser un pulso, “poner a prueba” la paciencia de los adultos. Por eso lo ideal es desarrollar normas y vetos. ¿Por qué no intentar ayudar a los pequeños en esas investigaciones, animarles a que encuentren lo que creen buscar, escucharles para que escuchen, hacerles ver alternativas para que ellos las valoren? Incluso, que sean los niños los que las encuentren y aprendan a saber por qué y cuándo se han de frenar. ¿Poner límites no es lo mejor para que los adultos no tengan que estar tan presentes en las actividades que los niños deciden plantearse?
Los mayores recibimos demasiada información. Tanta, que no se cuestiona la que llega y si la que se utiliza es la más adecuada para que los pequeños crezcan con buena salud, tanto física como mental. El estrés y el cansancio de nuestro día a día no ayuda.
Entre otras cosas, aunque parezca alejado del tema, que no lo es, no puedo dejar de preguntarme: ¿Cuántos padres aceptan la idea de que algún niño o sus propios hijos no sirven para estudiar? ¿Nadie se plantea que los pequeños han de soportar en silencio lecciones interminables de distintas asignaturas? En el fracaso escolar no hay el beneficio de la duda hacia los resultados académicos.
Cuando los niños van a la escuela se han de acomodar a unas normas de conducta, cumplir unas reglas. Han de aprender a escribir y ortografía; adaptarse a una caligrafía y a unos márgenes. Cuando les toca pintar no se pueden salir de la raya. No se les da la oportunidad de buscar una alternativa para aprender las ciencias, las matemáticas… Han de memorizar hechos, nombres, acontecimientos, sin valorar, sin realmente saber para qué les puede servir y cómo pueden utilizar lo que se les enseña. ¿Es una agresión directa a la psicología de un niño el asumir que no sirve para estudiar?
Más situaciones: ¿Qué pasa cuando los niños salen de clase?
¿Cuántos van al parque y allí siguen siendo frenados? No se les deja hacer según qué acrobacias ¿para evitar que se dañen o para no tener que prestar atención y así los adultos poder seguir disfrutando de relacionarse entre ellos? ¿De cuánta libertad de acción disponen los pequeños? Los niños que van directamente a casa no tienen ese tiempo de intentar despejarse al aire libre por haber permanecido demasiadas horas encerrados en unas aulas. O los que han de volver a actividades que pueden ser de más estudios, deportivas, artísticas dirigidas y planificadas por otros adultos con más normas.
Limitaciones, imposiciones, vetos, nuestras inseguridades, el estrés que sufrimos, nuestros miedos, nuestras acciones y reacciones. ¿Nos cuestionamos si no son los auténticos “detonantes” de los comportamientos provocadores y violentos de los niños, adolescentes y jóvenes? Todos sabemos y valoramos lo importante que es la comunicación. ¿Cuánto tiempo se dedica a escuchar a los más pequeños, adolescentes y jóvenes?
Si la función de los medios de comunicación ha de ser informar y ayudar a encontrar alternativas a situaciones de conflictos ¿por qué no investigan más e instan a que se pregunte, se hable y se averigüe qué está pasando para que se generen esos ambientes que, en tantas ocasiones, llevan al bullying?
Artículo de @dalila_sin para Alcantarilla Social
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