Cada vez que un estudiante de economía va a tratar el temido fenómeno de la hiperinflación, se nos suele dar como ilustre ejemplo el caso de la República de Weimar acontecido entre 1921-1923. Nos cuentan que este vino provocado por una creación masiva de dinero, y que al haber una mayor cantidad de dinero, quedando una misma cantidad de bienes, los precios irremediablemente acaban subiendo. Y que por ello, “crear dinero alegremente nunca es bueno”.
Lo cierto es que esta historia no es del todo cierta, y está tergiversada. Es importante mencionar que durante La Primera Guerra Mundial comenzó en toda Europa un proceso inflacionario, y tras la guerra, las duras condiciones impuestas a Alemania mediante el Tratado de Versalles, tuvo unos efectos terribles sobre su estructura productiva. Pero fue cuando el comercio exterior se detuvo y teniendo que seguir realizando los pagos de guerra, el gobierno alemán tomó la decisión de seguir gastando, cuando debió de haber realizado una restricción del mismo acorde a su nivel de producción, de esa manera no se hubiera provocado la hiperinflación. Pero decidió no hacerlo debido a las tensiones políticas durante 1921.
Es por ello que el miedo a la inflación está implantado en el subconsciente colectivo de los alemanes. Existen estudios que indican que los alemanes tienen más miedo a la inflación que a contraer una enfermedad grave, ser víctima de un crimen salvaje, separarse de su pareja, sufrir la soledad o sufrir una guerra (William Mitchell, La Distopía del Euro). Esta irracionalidad se manifestó en su momento en el funcionamiento del Bundesbank, posteriormente en el Banco Central Europeo (BCE) y la Unión Europea (UE).
No es de extrañar que el BCE tenga como único objetivo el control de la inflación, ignorando otros dos objetivos que desde mi punto de vista serían también de gran importancia, siendo el crecimiento económico y el pleno empleo. Incluso estableciendo artículos cainitas como el “123 del Tratado de funcionamiento de la UE”, que prohíbe la monetización del déficit fiscal. Por lo tanto, se hace prácticamente imposible la utilización de la Financiación Monetaria Directa (FMD) por parte del BCE como posible solución a la crisis económica.
No hay que ser muy avispado para darse cuenta que la élite financiera europea es el verdadero beneficiado que está detrás de la construcción de esta institución. Puesto que es curioso que no pudiendo los estados financiarse a través del BCE, si lo pueda hacer la banca privada al 0%, y posteriormente, con ese mismo dinero le preste al estado. Llevándose unos jugosos beneficios, que en el caso de los 28 países de la UE pagaron un total de 335.347 millones de euros en concepto de intereses en el año 2015. Y por otra parte, se ve beneficiada por ese control sobre la inflación, puesto el más perjudicado sería el capital financiero.
Otras de las perlas en el diseño de la UE viene a ser El Pacto de estabilidad y Crecimiento (PEC), que limita el déficit público en un 3% sobre el PIB y la deuda pública en un 60% sobre el PIB. Que como muchos recordarán, el PEC en el caso de nuestro país pasó a ser norma constitucional, tras la reforma del artículo 135 en aquel 27 de septiembre de 2011.
Me parecería interesante contar una historia acerca de la procedencia de esta regla del 3%, la cual, se dio a conocer tras la entrevista a Guy Abeille en el periódico Le Parisien, un alto funcionario del Ministerio de Finanzas de Francia con Mitterrand, en la entrevista se dijo lo siguiente:
“Visualizamos la cifra del 3% en menos de una hora, era un cálculo hecho en el reverso de un sobre, sin ningún contenido teórico (…), Mitterrand quería que rápidamente le entregáramos una regla sencilla que pareciera económica y con la que se enfrentaría a los ministros que desfilaban por su despacho pidiendo más dinero (…). Necesitábamos algo sencillo (…) ¿3%? Era un buen número, una cifra que había soportado el paso del tiempo y que evocaba a la trinidad (…). Mitterrand quería algo estándar, nosotros se lo dimos. No creíamos que durara más allá de 1981.”
Desde mi punto de vista, todo ello supone un cinturón de fuerza económico e ideológico que está estrangulando a los países europeos a través de la austeridad, y que por otra parte está destruyendo el estado del bienestar europeo que tanto beneficia a las clases sociales.
Creo que tenemos motivos para no seguir en la actual dirección que nos ha llevado a este desastre económico y social. Por lo que tenemos dos posibles opciones:
- La UE debe dar un giro de 180 grados, acabando con todo acuerdo que perjudique a la mayoría social, entre ellos el PEC. Tras ello la UE debería tender hacia una Unión política y fiscal, elevando el gasto público lo suficiente como para acabar con el desempleo y manteniendo la inflación estable. El déficit debería ser financiados mediante FMD, ahorrando a los estados la desproporcionada cuantía destinada a intereses sobre la deuda pública.
- En caso de que la UE siga con esta dinámica de autodestrucción creo que debemos plantearnos la posibilidad de romper con esta institución, salir a su vez del euro y recuperar la soberanía monetaria, para aplicar una política fiscal orientada hacia un aumento del gasto.
Pero muy seguramente nuestros impasibles dirigentes no van a mover ni un dedo desde sus cómodas poltronas, los cuales viven en una burbuja ajenos a los problemas reales de los españoles, como demostró la frase de la ministra Fátima Báñez a Alberto Garzón en un debate en el congreso, «Nadie que trabaje 40 horas cobra por debajo del salario mínimo, sería ilegal». Yo a eso solo le puedo responder, Salud y República.
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