Este es un mundo hostil.
La humanidad ha entrado en uno de esos bucles existenciales en los que acostumbra a entrar cuando los seres humanos que la conforman evolucionan dejando atrás la capacidad de su propia civilización para asumir los cambios que tal evolución conllevan.
Los costumbrismos, los referentes con los que hemos explicado nuestras incógnitas, de repente se tornan inciertos; incompletos; insuficientes y eso nos da miedo.
No somos bichos inferiores, no podemos despojarnos de nuestras corazas para crecer, no somos animales sin cerebro capaces de asumir en la inconsciencia las vulnerabilidades que exige el cambio hacia un ser más grande, más fuerte, más capaz.
Es por eso que nos cuesta tanto entender, es por eso que los cambios nos asustan y disparan en nosotros todos esos mecanismos de agresión contra todo lo que nos lleve al avance, todo lo que nos extraiga de esa placidez del idiota.
Por esta razón, por nuestra resistencia a evolucionar, es que vivimos tiempos fronterizos; tiempos de sangre.
Sabemos lo que tenemos que hacer, pero ¿cómo dejar atrás todos aquellos paradigmas sin abrir la caja del horror?
Sabemos que para construir ese mundo nuevo que nos viene encima deberemos destruir las viejas obras, deshacernos del equipaje que carga nuestras espaldas.
Y sobre todo, sabemos que los que no quieren caminar no se van a conformar con quedarse atrás solos, no son chimpancés que se quedarán en un árbol boquiabiertos rascándose la coronilla, el sobaco y viendo como el humano pierde pelo, se levanta y camina.
Los que no quieren avanzar quieren que nos quedemos con ellos, quieren sofocar nuestro instinto de avanzar, quieren que los que hablan de evolución mueran y que los que sobrevivan no quieran otra cosa que la misma que ellos quieren.
Y los matan, vaya si los matan.
Ese es el problema.
Los malos, los cobardes, los atrasados matan.
Nosotros no somos así, nosotros somos progresistas, somos humanistas,
creemos en la vida por encima de todas las cosas.
Y eso es bueno.
Pero por por muy bueno que sea, la realidad es la que es; si no destruimos el mundo de los cobardes, si no desatamos el horror sobre ellos, ellos nos destruirán a nosotros.
Lo sabemos y nos da miedo decirlo, porque es una verdad empírica que se ha empeñado en recordarnos la historia en cada fin de ciclo.
Cada cambio, cada cambio de paradigma, ha supuesto ríos; mares de sangre y solo la incapacidad moral de los que avanzan para asestar el golpe aniquilador sobre los tiranos, es lo que, una vez más, tiene a la humanidad entera al borde del desastre.
Lo peor de todo es que cuando un nuevo mundo se nos echa encima, es imparable.
Los cobardes matarán, los buenos sufrirán; pero nada es eterno, ni siquiera la resistencia del hombre de paz.
Llegará un momento en el que tengamos la claridad meridiana para entender la realidad de lo que es vivir un tiempo fronterizo.
Llegará la iluminación, la convicción y con esto; llegará la desesperación.
La confrontación es inevitable, la humanidad ya se sacude las pulgas y los que sobran, a pesar de su poder; a pesar de su determinación homicida sobran y lo saben.
Los poderes que han gobernado este mundo ya no dan para más, ya no son motor ni dirección.
Todos aquellos poderes se han convertido en debilidad, en corrupción, en enfermedad y como a tales hay que tratarlos.
No van a permitir por las buenas que esta humanidad avance, lo han estado impidiendo durante décadas, siglos y nuestra humanidad ya no da para más.
Milenios de pensamiento filosófico; siglos de razonamiento luminoso y no haber conseguido que esta sociedad nuestra entienda que hombres y mujeres valen lo mismo; que jóvenes y viejos valen lo mismo; que el color de la piel no importa una mierda; que las convicciones ajenas nos complementan, que juntos somos más fuertes.
¿Por qué?
¿Por quién?
Porque somos los buenos y los buenos no matamos.
Por eso hoy existen religiones que invitan a los hombres a matar hombres, por eso hay leyes que diferencian a unos hombres de otros según su color o condición, por eso no avanzamos, por nuestra incapacidad emocional para deshacernos de la infección, limpiar las heridas y convertir las cenizas de los tiranos en barro, en cemento y cimientos para ese nuevo mundo que nos devora y que nos aplastará antes o después.
Es por eso que los buenos pierden las guerras, es por eso que los malos son los héroes de las grandes historias.
¿Quiénes fueron aquellos héroes?
Muy simple, los que más enemigos mataron, los que más sangre derramaron, los que más ciudades destruyeron, los que más decisión pusieron y los que más fuerza aplicaron a esta humanidad para evitar al precio que fuese el avance de un nuevo paradigma.
El problema es que los tiempos fronterizos son así y vamos a morir a millones si no forzamos el milagro.
No tenemos opción.
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