Ana Pastor, Presidente
Pero no, no es esta Ana Pastor (más quisieran ella y su marido). Así que, lo diremos mejor:
Ana Pastor, de Fomento, Presidente.
Un partido político es como un equipo de fútbol: siempre sale al campo a ganar. Bueno, siempre y cuando sea un equipo con presupuesto suficiente. Y siempre y cuando ganar no le suponga salir perdiendo, por ejemplo, en el número de seguidores. En el caso del fútbol, esto último puede ocurrir si la victoria es por medios antideportivos, no ya en los despachos, sino amañando partidos, comprando a los árbitros, etc.
En la política, en cambio, estas victorias tan onerosas suelen ser cuando circunstancias “imprevistas” fuerzan al Gobierno a tomar medidas contrarias a sus promesas o incluso a su presunta ideología.
Ya en los meses del otoño pasado se preveía que el gobierno que saliese de las urnas habría de gobernar una situación económica extremadamente difícil, de modo que todos los partidos con posibilidades de gobierno hacían el paripé, fingiendo querer ganar las elecciones cuando en realidad no era así. La única excepción, y no fue excepción total, sino parcial, fue Podemos, a quienes les hacía tan felices ganar como no ganar, puesto que un gobierno suyo habría significado el orgasmo político de su cúpula, aun en las más duras circunstancias.
Cuando el recuento de los votos llevó a Mariano a la convicción de que “ni contigo ni sin ti” podía haber gobierno, se quedó mareando la perdiz durante cuatro largos meses en los que no se cansó de repetir, eso sí, con la boca pequeña, aquello de la «Gran Coalición», invitando a su cama a Pedro Sánchez, y dejando un hueco para que Albert Rivera se metiera también, si así lo quería. En el fondo, ninguno de los tres quería gobernar o, dicho de otra forma, ninguno quería rollo, aunque Albert y Pedro se dieron el lote en público, para ver si Mariano se excitaba.
Ahora, con la nueva configuración europea que se adivina tras el Brexit, y con la posibilidad de sanciones económicas a España por haber incumplido el déficit impuesto por Bruselas (sanciones que quedan en el aire, pendientes de saber qué gobierno se formará), tienen aún menos ganas de gobernar, si cabe. Incluso el ímpetu de Pablo Iglesias se ha rebajado como las ganas de moverse del pesado de turno que se empeña en bailar hasta la música del telediario y, viendo que nadie se anima, suelta aquello de «bueno, pero si alguien se anima, que me avise». De hecho Podemos es el único que, ocurra lo que ocurra, saldrá ganando: si se forma un gobierno de derechas, como parece ser que ocurrirá, se reforzará la promesa de su modelo alternativo, y la necesidad de cambio; si Mariano no logra suscitar suficiente amor, Pablo se vestirá de nuevo de galán oportunista y, sabiendo que Alberto Garzón le secundará, le guiñará un ojo a Pedro y le soltará aquello de “¿nos lo montamos tú y yo?”. Es más, esa pérdida de votos de la coalición Unidos Podemos, más que hacer retroceder a Pablo, le ha servido para, en su escalada hacia el poder, afianzar el pie sobre el que más se apoya, y así buscar con más confianza y seguridad un apoyo firme sobre el que dar su siguiente paso.
No obstante, a pesar de todo, prácticamente nadie medianamente bien informado duda de que se forme un gobierno del PP con todos los apoyos de investidura necesarios y con algún acuerdo de apoyo parlamentario, fijo en algunos casos (probablemente, Coalición Canaria, y quizá algún otro partido nacionalista) y modelo Guadiana en otros, modelo del que Ciudadanos podría formar parte, lo que le daría al nuevo gobierno los votos necesarios para sacar adelante según qué leyes.
La gran duda de estos días, la postura del PSOE, ha quedado muy clarificada leyendo entre líneas la estrategia socialista anunciada por Pedro Sánchez este sábado: «No a la gran coalición, no a apoyar un Gobierno desde fuera y no a apoyar la investidura de Mariano Rajoy». Es decir, un no rotundo a una alianza con el PP; un no rotundo a votar a favor del PP aun no formando coalición con ellos; y un no directo a la candidatura de Mariano Rajoy, lo que deja abierta la puerta a que en última instancia, para evitar unas terceras elecciones, exijan el cambio de candidato a cambio de su abstención. Ya lo están avisando Fernández Vara y otros juglares del PSOE. De entre los candidatos alternativos el nombre de Ana Pastor es el que parece contar con más posibilidades. De modo que da igual el paripé en el que se encuentren ahora las distintas formaciones políticas de cara a sus respectivos electores más bobalicones: la realidad política actual lleva ineludiblemente a la formación de un gobierno presidido muy probablemente por Ana Pastor.
La cuestión es que todo esto me lleva a una pregunta: si yo, lerdo de mí, soy capaz de llegar a estas conclusiones, ¿cómo es que la prensa se hace la confundida e incluso los analistas políticos cierran los ojos para fingir que están dando palos de ciego?
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