Todo el panorama mediático y las redes sociales está inflamado de una palabra: cobardía. Esta palabra está referida a la actitud de Forcadell y a la de Puigdemont y sus consellers.
Me avergüenza leer esto. Independientemente de lo de acuerdo que se pueda estar en cómo se ha gestionado el asunto del proceso para la independencia de Cataluña.
Era más que obvio que el gobierno, más pronto que tarde, iba a aplicar el artículo 155. Era obvio también que más pronto que tarde se iba a pedir la cabeza de los sujetos más visibles de la tentativa independentista. Era de cajón de madera de pino que la justicia iba a intervenir de manera furibunda, especialmente la Fiscalía General del Estado, al servicio lacayo del Gobierno. Se trataba de la venganza, strictus sensu. Ante determinados hechos la independiente justicia de este país, no juzga, sino que se venga. El asunto del separatismo catalán no es un asunto judicial, por mucho que quieran judicializarlo, es un asunto político que únicamente puede tener soluciones políticas. Y es un asunto político porque, no se trata del capricho de cuatro descerebrados, a los que se les ha ocurrido la idea de independizarse de un estado, sino que se trata de millones de personas que abrazan esa misma idea. Luego, es absolutamente razonable que Forcadell trate de defenderse y que Puigdemont y sus consellers traten de ponerse a salvo, ante la venganza de un estado.
Es humanamente razonable. Y es humanamente razonable que haya individuos como Junqueras u otros que tengan el arrojo de afrontar el desafío hasta las últimas consecuencias. Todo, absolutamente todo, es comprensible y lógico.
Por ello para los que hablan de cobardía, sería bueno saber cómo interpretan:
Los “no sé” y “no me consta”, de los imputados en evidentes casos de corrupción.
Los “ese señor del que usted me habla”, cuando se conocen conversaciones muy íntimas a través del teléfono móvil.
Los “despidos en diferido”.
Los propietarios de empresas en paraísos fiscales que, súbitamente, lo desconocían.
Los propietarios de cuentas en Suiza infladas de millones robadas al erario público, que son la consecuencia de una herencia, o de una extraña e indemostrable venta.
Los que establecen su residencia fuera de España para no pagar impuestos.
Los agraciados innumerables veces con el gordo de la lotería.
Los que se ocultan detrás de un testaferro para realizar negocios sucios o ilícitos.
La incomparecencia de las autoridades del país ante los problemas de primera magnitud, corruptelas próximas a la Jefatura del Estado y tratos de favor.
La separación del poder judicial de jueces incómodos.
¿Y cómo de valientes juzgan ustedes que fueron todos aquellos que, el 23F, se escondieron bajo los bancos de los escaños, especialmente esos que han pedido vehementemente que se aplique el artículo 155 de la Constitución?
Nunca me han gustado ninguno de los dos antónimos del binomio valiente – cobarde, prefiero en su caso el vocablo compromiso. Hay en esta sociedad personas que nunca se comprometen a nada ni con nadie y hay otras que toda su vida es un compromiso, con la sociedad, con los necesitados con la vida y con sus propios principios e ideas. Entre estos, los comprometidos, es entre los cuales quiero encontrarme, no por valentía (según los unos), ni por cobardía (según los otros), sino por compromiso, es por eso que admiro y respeto a todos los que se comprometen, por mucho que a algunos les guste más tildarlos de cobardes