El Partido Popular ya ha escogido fecha para la investidura de Mariano Rajoy como nuevo presidente del gobierno. El acto tendrá lugar el 2 de agosto, martes, que no me coge de vacaciones y bien que lo siento. Sin embargo, tamaño evento estará condicionado a que el señor aspirante a presidente y de hecho presidente en funciones tenga los apoyos suficientes con el resto de partidos que integran la Cámara Baja, para conseguir su propósito. O qué el Partido Socialista haya tomado la decisión de abstenerse. Si no él, en un arrebato premeditado, se quedará sentadito en su escaño viendo pasar las horas. Su prepotencia es de tal magnitud que no le apetece pasar el bochornoso espectáculo de perder el debate y quedarse como hasta ahora: en funciones.
Por mi parte deseo de todo corazón que no lo consiga, pero como yo ya hice mi trabajo ahora le toca a nuestros representantes currarse su parte y lograr si los números son posibles, evitar por todos los medios un nuevo gobierno pepero. El partido más votado en democracia no tiene que ser obligatoriamente el partido gobernante, tan claro como eso, por mucho que le pese a los barones del PP y quizá también a muchos del PSOE.
¿Quiénes son los que desde el principio han intentado con uñas y dientes que el señor Rajoy su caterva de ministros vuelvan a sentarse en la bancada azul? Pues en principio y sin dudas, los partidos de izquierdas y algún que otro nacionalista. Pero el que ha recibido el balón en su tejado más veces ha sido nuestro querido Pedro Sánchez que ha tenido en bandeja el gobierno español y que le rechazó por hacer pactitos con quien no debía y que ahora tiene una nueva oportunidad pues Unidos Podemos y algunos más estarían más que dispuestos a llegar a acuerdos con él y sacar adelante un gobierno formado por los representantes de los 12 millones de españoles que no hemos votado al Partido Popular ni a C’s.
¿Qué sería difícil? Seguro ¿Qué hay mucho que hablar? También ¿Imposible? No, desde luego que no. Imposibles en política hay muy pocos, y la mayoría de ellos se basan en la cerrazón mental y en las famosas líneas rojas que todos o casi todos ponen como primera condición. Pero que se puede hablar con todo el mundo y llegar a acuerdos es una realidad difícil pero realidad al fin y al cabo.
Pedro Sánchez aparte de alto, guapo y moreno, es un político débil. Débil en el sentido que su integridad política y personal no deben estar tan arraigadas como para permitir que la estructura rígida que tiene el partido en el que milita y del cual es secretario general, le de la suficiente manga como para callar la boca de todos aquellos dinosaurios que siguen tomando más decisiones de las que deberían. En primer lugar, la lideresa. Susana Díaz y su peso en el partido tienen a Pedro con las manos cuasi maniatadas. Los demás barones, incluidos los que a día de hoy gobiernan con el apoyo de Podemos e IU (salvo la presidenta balear, que parece que sí que tiene dos dedos de frente) en algunas comunidades autónomas, están más preocupados de que esos apoyos se lleven a nivel nacional y que llegue el día de sentarse con Pablo Iglesias, Alberto Garzón y los demás para formar un gobierno que sea capaz de recuperar el país tras el vuelo de las carroñeras gaviotas, incluso conociendo el hecho de que sus apoyos pueden tambalearse ante la actitud que están poniendo en evidencia a la hora de formar gobierno estatal. Los otros grupos parlamentarios se lo han repetido por activa y por pasiva, pero el PSOE sigue haciéndose de rogar, teniendo así la sensación de que permitir a Rajoy gobernar es la decisión menos mala que pueden tomar.
Si el PSOE se abstiene en la segunda votación, porque parece que en la primera va a votar negativamente, por mucho que quieran maquillarlo y vender tantas burras como puedan, será cómplice de todo lo que pase a este país a raíz de la investidura. Y que honradamente no podrán tener un líder de la oposición porque sería un puñetero vendido. Ahora, que eso sea realmente lo que les quite el sueño, lo dudo yo. Un sector importante de la vieja guardia y otro de la nueva, ven con buenos ojos esa posibilidad. Aunque sea lo más rastrero, hipócrita y asqueroso que un partido que se llama así mismo socialista pueda hacer.
Muchas preguntas deben estar acumulándose en la mente del secretario general del PSOE. ¿Me atrevo o no me atrevo? ¿Me siento con Unidos Podemos, Ezquerra, PNV y demás, hablamos hasta que se nos seque la lengua y buscamos una posibilidad de crear un gobierno que sea realmente la alternativa al PP? ¿Estamos dispuestos mi equipo y yo a pararle los pies a toda la caverna socialista que está impidiendo con sus comentarios y sus declaraciones que haya de verdad un nuevo gobierno en este país, devastado por una crisis económica tan mal gestionada y tan dominada por los intereses de los miembros de la UE, que pueda lograr mejorar la vida de millones de personas? ¿Me veo capaz de hablar con la izquierda nacionalista catalana y ponerle sobre la mesa una alternativa que pueda ser estudiada y que me de su apoyo para gobernar el país? ¿Estoy dispuesto a enfrentarme a la Cámara y defender lo que debo defender? Demasiada presión y demasiadas decisiones.
Sinceramente no espero que ocurra, de hecho, me sorprenderé si al menos se inician las negociaciones. Sorpresa para bien, por supuesto, porque aunque no son santo de mi devoción, porque tienen un pasado demasiado oscuro como para que se nos olvide a todos hasta donde han sido capaces de llegar muchas veces, si con el apoyo de los demás grupos, el PP sale del Congreso escaldado y sin plumas, será una grata sorpresa.
El PSOE al igual que gran parte de la sociedad española, necesita un cambio radical. Y no me refiero a que se traigan al peluquero de Holland, que cobra mucho, sino que necesita que su estructura sea mucho más participativa y mucho más flexible. Que los miembros de su ejecutiva estén más dispuestos a ver la realidad tal y como es en vez de verla desde sus cómodos sillones erigidos sobre miles de euros. Que la “dueña” del PSOE andaluz, que no ha sido capaz esta vez de ganarle al PP, se centre en su labor de presidenta de Andalucía, resuelva los problemas de su Comunidad Autónoma que son muchos y muy graves, y deje a quién el partido ha encomendado la tarea, hacer su trabajo. Que Felipe, Alfonso, Juan Carlos, y demás expresidentes cogiditos todos de la mano, se vayan a su casa, disfruten de su bien pagada jubilación y saquen a sus nietos de paseo en vez de estar encizañando en contra de los demás. Su momento llegó y se pasó. El siglo XXI sigue su curso y no se puede estar en política toda la vida porque se la contamina.
Y sobre todo necesitan la transformación que hará que la sociedad española deje de verlos como los primos del PP capaces de hacer gobernantes a los mayores traidores a la sociedad que ha dado la historia. Si el PSOE permite un gobierno con un ministro del Interior metido en líos de escuchas y conspiraciones, un ministro de Economía que hoy dice A y mañana dice B, que está dispuesto a vender a su santa madre por una rebaja en el deficit y un partido con tantos casos de corrupción política que si devolviesen lo robado nos sacaban de la crisis en un chascar de dedos, será no solo traidor a los socialistas de toda la vida que mantienen una fidelidad ciega, sino que ya nunca podrán dejar de sentir que cuando se les acusa de ser lo mismo que el PP, sea cierto.
Hace tiempo dije que Pedro Sánchez tenía los días contados. Si apoya al PP le dejaran muchos de sus votantes (que ya han empezado a hacerlo reduciendo aun más su número de diputados tras su breve affaire con Albert Rivera, que les han proporcionado el peor resultado electoral de su historia) y si se pone al mundo por montera y se sienta a negociar con la izquierda, la guillotina socialista le rebanará el pescuezo sin remisión. A mi parecer a día de hoy, la posibilidad de un gobierno al menos de un tono rosado como el vino, es bastante improbable porque uno de los protagonistas de la película no va a ir al rodaje. Pedro, como soy muy educadita y mis padres me enseñaron muy bien para que en ciertos momentos sea diplomática aunque me cueste la vida, el día que vea tu cabeza rodar, te diré: ¡Qué te vaya bonito!
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