Hace tiempo que escribí una entrada titulada “La arrogancia del poder”, y a medida que el tiempo va pasando, observo, para mi amargura, para mi indignación y para mi desánimo, que éste, el tiempo, me otorga una razón que desearía no poseer. Fundamentalmente porque llevar razón no tiene utilidad alguna. Es una cuestión de ego, de puro narcisismo, exclusivamente.
Somos testigos, y, además testigos mudos, de la ausencia de separación de poderes. Hemos contemplado como el poder judicial actúa con una absoluta falta de criterio, en unas ocasiones, y con un farragoso argumentario jurídico en otras. Es una falta de respeto a la ciudadanía, a la institución a la que representan, al estado y a la patria, tomar decisiones judiciales en función de ideologías políticas.
El caso de Fernández Díaz lo han despachado bajo el aserto de que las pruebas pueden estar manipuladas. “Pueden estar” no significa que estén, y, en cualquier caso debería investigarse si lo están. Y en último caso, si lo están, debería actuarse de oficio para averiguar quién, cómo y por qué, con qué objeto, se han manipulado, y someter al peso de la ley al falsificador de tales pruebas, porque se trataría de un delito. Pero el Tribunal Supremo, supuestamente garante de las garantías jurídicas de los ciudadanos de nuestro país, no le interesa investigar si las pruebas son realmente falsas o no. El Tribunal Supremo se limita a levantar un auto y archivar el caso.
Si un ciudadano es testigo de un delito, ¿no está obligado a denunciarlo?, ¿por qué un tribunal judicial si presume que puede existir un delito no está obligado a investigarlo?
¿A eso le llaman Justicia?
Entretanto, la señora Forcadell, por ejercer su derecho parlamentario, es llevada ante los tribunales, se la condena a la inhabilitación, y, posteriormente se la juzga por desacato. ¿No querías caldo?, toma, dos tazas.
Es “La Justicia” y juzga como le da la gana.
Esta es la democracia, “nuestra democracia”. Es la democracia de los anti-demócratas que presumen de demócratas de toda la vida. Es la democracia de los demócratas que desean, y son propietarios, de una democracia a su medida. Demócratas mientras la democracia les beneficie. Y si no obtienen un rédito positivo, acusan a todos los demás de anti-demócratas. Por el pueblo, para el pueblo, pero sin el pueblo. Y según qué pueblo.
Hay una necesidad imperiosa de cambios en nuestro país. Pero, sin duda, hay uno imprescindible: el estamento judicial. Y con los que gobiernan, y los que miran hacia otro lado, jamás va a cambiarse.
Y, al que no lo quiera entender, que no lo entienda, pero mientras no exista una justicia basada en los principios de ecuanimidad y de igualdad, habrá ciudadanos en las calles, defendiendo a Forcadell, al teniente Segura y a todos aquellos que se ven vapuleados por nuestro sistema judicial.
Magnífico!
Quien le pone el cascabel al Gato?
Los jueces si de verdad son independientes, por qué no se rebelan y empiezan a actuar…
Por qué los jueces son intocables?