Nuestra mente teje la realidad en la que vive a partir de los hilos de información que captura. La parte más íntima de esos hilos nace en nuestra propia mente, basándose en el concepto que tenemos de nosotros mismos y de aquello a lo que aspiramos ser. Como por capas, esos hilos van proviniendo de esferas cada vez más externas a nuestro yo, de modo que la realidad social en la que nos integramos se compone de una parte de percepción, en los niveles más inmediatos de nuestras sociedades, esto es, el hogar, el bloque, el barrio, la localidad y, en su caso, las poblaciones adyacentes o incluso las pequeñas comunidades efímeras que se forman en un medio público de transporte, y de otra parte de información; de esta última depende la forma en que nos relacionamos con personas de otros lugares, ya sean poblaciones cercanas aunque desconocidas para nuestra cotidianidad, o países en el punto más alejado del planeta.
Este último punto ha sido bien conocido desde la más remota antigüedad y los gobernantes han sabido explotarlo para hacer que unos pueblos luchasen contra otros, les odiasen, o desconfiasen al menos. En el mundo actual, plagado de información y de redes de comunicación, la única manera posible de conseguir el odio, el temor o la desconfianza entre personas de distintos orígenes radica en aportar información manipulada, sesgada, o incluso totalmente falsa, acerca de aquellos otros individuos con quienes no tenemos ningún o casi ningún contacto.
Toda esta introducción viene al caso de los últimos atentados ocurridos en suelo europeo. Bélgica, Francia, Alemania… “Casualmente” han golpeado el corazón de la Unión Europea, sus países fundacionales, en una época en que la protección social y transnacional que los tratados de la UE proporcionan están siendo cuestionados incluso desde el seno de la propia Unión. En relación a esos atentados la lluvia de informaciones, de datos (de origen desconocido, dicho sea de paso) resulta incesante. Se discute mucho de la autoría de los mismos: la gente busca respuestas a las preguntas más obvias. Quizá sea por mi temprana afición a las aventuras de Holmes, pero yo miro a veces un poco más allá.
Los ataques protagonizados en Europa por los llamados “lobos solitarios” no tienen en principio nada en común, salvo su irrupción inesperada (normal en un atentado, por otra parte) y su ejecución en viernes. Incluso el del pobre desgraciado de Niza, que fue en jueves, fue en viernes. Me explico; ese musulmán que, según nos dicen, bebía hasta la embriaguez actuó en lo más básico de acuerdo a su formación musulmana: para quienes han conservado sus preceptos religiosos más invariables, judíos y musulmanes, el día comienza a la puesta del sol y termina en la puesta del sol del día siguiente. El terrorista de Niza (al que llamo pobre desgraciado por ser tan víctima de otros como otros lo fueron de él) actuó tras la puesta de sol del jueves, es decir, para él ya era viernes. Pero es que incluso el de Münich, que parece totalmente desvinculado del islamismo radical (como el de Niza, por más que poco a poco fueran “descubriendo” pruebas de que sí lo estaba), también ha actuado en viernes (y curiosamente de forma espontánea la gente se compadece de él al igual que de sus víctimas). Este último ataque en Alemania, ejecutado por un tipo al que tachan de desequilibrado y a quien confirman no conectado con el islamismo radical, podría justificar su acción en viernes por haber coincidido con el quinto aniversario del ataque de Breivik, pero en ningún caso dejaría por ello de formar parte de una cadena de atentados cometidos en viernes por individuos con diversos bagajes sociológicos (el más reciente parece de extrema derecha) que no obstante deciden actuar en viernes. Del significado del viernes para los musulmanes da cuenta esta explicación, extraída de una página especializada en esa religión y escrita por musulmanes:
«En muchos países de mayoría musulmana, el viernes es día de descanso semanal, a veces combinado con el jueves o el sábado. Sin embargo, no hay cierre obligatorio de los negocios excepto durante el tiempo de la oración congregacional». (fuente)
En mi opinión, más allá de la significación de un día u otro para una determinada religión, este dato común a todos estos atentados no es para nada casual, y demuestra que algo o alguien (probablemente alguien), empuja a estos terroristas a actuar en viernes, ya que teniendo en cuenta que el viernes es el día sagrado para la religión musulmana, no parece muy piadoso para con los preceptos de su religión aquel musulmán que atenta en viernes. Por eso, insisto, quien menos respetó el viernes fue el de Niza, quien nos cuentan sufrió una “radicalización exprés” sin pies ni cabeza, como se ve. Es más, me permito recordaros que hace algunos meses los terroristas islamistas fingían no ser radicales básicamente bebiendo alcohol o llevando ropa occidental y escuchando música de todo tipo, y jamás se hablaba de “radicalización exprés”, sino que se nos daba a entender la preexistencia de una radicalidad latente.
Como quiera que sea, este es el dato en el que deberíamos fijarnos ¿Qué implicaciones sociales tiene que los atentados sean en viernes? Así de entrada se me ocurre que la principal es la repercusión en los medios de comunicación y en las redes sociales. Los medios pasan ya todo el fin de semana inundando nuestras conversaciones de informaciones y de opiniones cuyo verdadero valor desconocemos. Luego, durante la semana, se produce como un efecto eco que, cuando ya parece extinguido, es sustituido por otro atentado. Llenan los medios impidiendo, por una parte, que circulen informaciones veraces que nos hagan ver la realidad, y por otra, sofocando otras noticias realmente graves y que sí tienen una enorme repercusión en nuestra vida diaria.
Otro efecto obvio de esos ataques es el miedo que se imbuye en toda la población europea, pero más intensamente en la de los países atacados, que les lleva a aceptar las medidas más represivas, como el estado de excepción, o un control generalizado y exhaustivo de las comunicaciones, por privadas que sean.
Por todo ello, ¿no sería más lógico que nos preguntásemos qué empuja a esos “lobos solitarios” a actuar en viernes, o quién les motiva a actuar en ese día?
En resumen, si esos llamados “lobos solitarios” por la misma maquinaria propagandística que les insufla ese espíritu atacan en el corazón de Europa, atacan nuestras libertades, no es porque ellos odien nuestras libertades, sino porque quienes les incitan a actuar sienten esas libertades como un vendaje que les dificulta ejercer un poder más total y absoluto sobre nuestras decisiones, desde el aborregado acto de votar, hasta la protesta callejera, pasando por las opiniones libres y sinceras en los más variados medios.
En nuestra mano está seguir creyéndonos dueños de nuestros destinos por introducir un papelito oficializado en una urna cada X años, o tomar valientemente las riendas decidiendo por nosotros mismos qué queremos hacer con nuestras vidas, con nuestras sociedades y, por ende, con nuestro futuro y el de nuestros descendientes.
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