En mi casa, como en todas, me imagino, cada cierto tiempo hacemos limpieza. Hoy tocaba revisar medicamentos antiguos, para tirar los que estaban caducados. He aquí el resultado:
Puede parecer una tontería, pero cada año se tiran a la basura miles de euros en medicinas. Y, qué queréis que os diga, ya sean de nuestro bolsillo o del erario público, me parece un derroche, innecesario y evitable.
El sistema sanitario estadounidense me parece de todo menos un modelo a seguir, pero sí que hay una cosa que hacen bien, y es que recetan la cantidad exacta que se necesita de cada fármaco. Las ventajas que esto ofrece son varias: para comenzar, el ya citado ahorro económico, bien para el usuario, bien para las arcas públicas (que al fin y al cabo son también el usuario). De todos es sabido, o debería serlo, que los medicamentos no se tiran a la basura, sino que han de ser llevados a los puntos Sigre, donde deben ser tratados para evitar su impacto medioambiental; lo que supone más coste. Dando por hecho que no todos vamos a cumplir siempre con este deber, al tirar medicamentos a la basura estamos generando contaminación. Al igual que la fabricación de estas sustancias, que también contamina, y mucho.
Además del gasto y el peligro para el medioambiente, estos medicamentos de sobras que copan nuestros botiquines tienen también riesgos para la salud. Antes de caducarse están ahí, y son muy tentadores, por lo que favorecen la automedicación (más aún con las esperas que tenemos que sufrir muchas veces en el médico). Así “matamos mosquitos a cañonazos” y, según los expertos, llegará el día en el que seamos inmunes a los antibióticos, de tanto tomarlos cuando no toca… Y una vez caducados, corremos el riesgo de tomarlos y qu nos sienten mal.
Pero la pregunta que verdaderamente me hago es: ¿quién se beneficia realmente de todo esto y quién sale perdiendo? En Sigre dicen que son los propios laboratorios los que pagan por el tratamiento de reciclaje según los medicamentos fabricados, pero, investigando un poco más, descubrimos que esto repercute sobre el precio de los fármacos. Conclusión: pagamos nosotros, los de siempre.
Mientras los laboratorios están vendiendo más unidades de las que se necesitan, es decir, aumentando sus beneficios, los consumidores estamos pagando por el reciclaje de estas unidades sobrantes, sin poder elegir si queremos adquirirlas o no.
Lo que ahora mismo me viene a la cabeza es: ¿qué poder tienen estos grandes laboratorios para que no se les haya cerrado aún el grifo? Lanzo la pregunta y espero vuestras respuestas en los comentarios.
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