El planteamiento del sistema educativo y algunos profesores sentencias…

«El que no arpende es porque no quiere» Actualmente Arturo Pérez Reverte dice: «Ahora, el que es inculto es porque quiere» Son falacias que marcan y desvirtúan la realidad.

Invito a que se intente empatizar con personas que tienen dificultades a la hora de aprender. No es cuestión de querer. La cuestión es saber cómo poder culturizarse sin que resulte un auténtico calvario.

De pequeña tenía una gran inquietud por saber de todo. Quería aprender a leer, a escribir. Los números me llamaban la atención. Escuchar a los adultos hablar del pasado, de lo que estaba sucediendo o de lo que podría acontecer si las cosas no cambiaban, era para mí algo fascinante. No entendía nadad de lo que decían, pero no podía dejar de prestar atención.

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Llegó el día de ir al colegio donde iba, por fin, a aprender. Era muy vergonzosa así que, al principio, pasé desapercibida. Observaba cómo mis compañeros evolucionaban y aprendían a leer con facilidad. «La lectura representó una verdadera tortura» Tenía que lograr que esos caracteres tuvieran cierta lógica, comprender que se convertían en palabras que formaban frases con sentido… Pero no era así. Y provocó que en mi interior algo se rompiera. Ya no podría aprender todo lo que quería. No, porque no servía para estudiar.

Empezaron a llegar los informes de los profesores y no resultaron nada alentadores. Decían: «Es inteligente, pero no se esfuerza» «Tiene capacidad para estudiar, pero tiene poca disposición para aprender» «Es lista, pero muy perezosa» «…» 

Fueron capaces de llegar a esas conclusiones sin investigar qué me pasaba. Que el profesorado no tuviera la sagacidad de ver el enorme esfuerzo que hacía me resultó demoledor.

Las matemáticas se me daban bien, aunque cometía errores y la opinión de los docentes era que no prestaba la suficiente atención

«¡Algunos educadores siempre animando!»

Un maestro decidió que todos los alumnos teníamos que leer en voz alta y fue cuando dejé de estar en un «cómodo» anonimato. Sufrí un shock. Sólo pensar que iba a tener que descifrar esos signos, que sonaran bien y fluidos, un sentimiento se apoderó de mí. El cuerpecito se me empapó en un frío sudor que no ayudó con los temblores; el corazón me latía en la garganta. Fueron dos largas e interminables líneas las que tuve que leer. Mis ojos no encuadraban las letras y las tres primeras palabras se me hicieron casi imposibles. Me atropellé, tartamudeé y ni aun así el profesor se apiadó. No decidió que otro alumno continuara con la lectura. Las miradas de todos parecían clavarse en mí y se escuchaban risitas que intentaban ser ahogadas sin demasiado esfuerzo. Me sentí desamparada. El adulto que tenía que protegerme no hizo nada por evitar tanto sufrimiento. Un día horrible. Aunque, al parecer, eso no era lo peor que me podía pasar. Al sacarme de una pequeña clandestinidad fui foco de unos niños con unas necesidades difíciles de complacer. Recuerdo una niña que, siempre acompañada, me insultaba cuando yo estaba sola y me empujaba. Me decía cosas que yo no alcanzaba a comprender por qué lo hacía. Intenté por todos los medios estar lo más alejada de ella, aunque no era tarea sencilla. No fue la única que se dedicó a increparme. También lo hicieron otros «compañeros» con más sutileza, pero igual de demoledores. Algo tenía que hacer para evitar tanto acoso. Sin embargo, tenía claro que no podía confiar en los adultos.

Sentir que estás siendo maltratada psicológicamente de manera reiterada y a lo largo del tiempo, ¡años!, por un sistema que se empeña en demostrar que uno no sirve para aprender, para mí fue el peor de los maltratos y consiguió que mi mundo se derrumbara durante demasiados quinquenios.

De mayor averigüé que en realidad no tenía problemas para aprender sino, más bien, una alteración. Por eso confundía o variaba el orden de las letras. Incluso los números los cambiaba o modificaba. Dislexia y discalculia se le llama. Me dijeron que era algo que se podía superar con mucha dedicación. Hoy es algo muy normalizado. Cuando era pequeña no se tenía tan presente pero sí se ayudaba a niños que lo padecían si se les detectaba. De alguna forma yo lo oculté.

Hace muy poco, por un instante mi cabeza se llenó de recuerdos que pensé borrados cuando me encontré cara a cara con una de las personas que más me acosó. La miré fijamente a sus ojos mientras ella bajaba la mirada por no poder eludirme. Siempre pensé que el contexto en el que tuvieron que crecer esas personas no tenía que ser nada grato.

[Tweet theme=»tweet-box-normal-blue»]Si la enseñanza y la metodología no varía se seguirán repitiendo situaciones de bullying de forma sistemática.[/Tweet]

Por experiencia al trabajar con grupos de niños que, en un principio, parecían odiarse, al darles la oportunidad de contar historias que les hace sentir mal y otras vivencias, los resultados que se obtienen son que el trato entre todos es de respeto, colaboración, empatía y cooperación. Por eso tengo la certeza de que las cosas habrían sido muy diferentes para muchos alumnos y para mí. No habría perdido la confianza en los profesores, las figuras que me tenían que haber hecho sentir segura y capaz de aprender todo lo que se me pusiera por delante.

¡Sí señores!, uno aprende y se culturiza si quiere y no deja de querer hacerlo si el sistema le apoya. Si los que concretan el sistema fallan, uno se rinde y abandona para dedicarse a sobrevivir. Y lo peor es que lo hace con un sentimiento de culpa que… ¿quién lo provoca…?

Artículo de @dalila_sin para Alcantarilla Social.

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