Uno puede meditar mucho sobre el ideal, sobre el significado que se nos vende a través de las siglas del PSOE.
Podemos darle mil vueltas a las mil contradicciones del argumentario que compramos y asumir como inevitables los contrastes dogmáticos que luego asoman cuando los partidos y sus integrantes se acomodan en sus legislaturas.
Llegan los apoyos contra natura, las negociaciones incestuosas, los enfrentamientos, los golpes en el pecho, insultos, acusaciones, etc… hasta que aparece un jugador nuevo en la mesa.
Ahí se terminan las tensiones entre los integrantes históricos de la casta, ahí todos se hacen uno y muestran a todas claras lo que es un «sistema» y el alcance real de la palabra.
Cabe preguntarse, en la tesitura del sistema concentrador, si las reacciones de esos partidos y de sus partidarios frente al nuevo se deben al terror que les provoca que entre gente desconocida en el vecindario.
Miedo a que aparezca gente con ánimos diferentes a los suyos en las instituciones, gente ajena al tinglado general que bien podría, en un momento dado, descubrir la verdadera dimensión de la traición.
Terror a la posibilidad de un joven descontrolado corriendo por los pasillos patrios dando luz a la burla descarnada que el sistema concentrador de ideales ha perpetrado contra los millones de personas que han votado indistintamente a unos y a otros durante décadas.
Alguien que podría poner rejas a sus futuros y fin a sus privilegios.
Tiemblan los sistemas «adecuados» cuando el aire irrumpe porque peligra la farsa creada por y para solaz, mofa y burla de ese grupo de gente que ha vestido de mil colores y que ha puesto mil siglas distintas a un mismo ideal.
Dictadura.
Cabe entonces retrotraerse a aquellos felices ochenta, a la década progre, a aquellos años de «movida» juerga eterna, boom ideológico y también tiempos oscuros de juventud muerta, de heroína y ácido.
Son los años de las chaquetas de pana, de los discursos abruptos, años de ilusión de ebullición social en España.
Nosotros, nuestros padres, se las prometían muy felices, por fin España iba a dar carpetazo a los últimos restos del antiguo régimen, por fin íbamos a poder avanzar, ser un poco más parecidos a aquel espejismo europeo que nos encandilaba.
Allí estaban nuestros chicos, la gente obrera organizándose; aquel PCE subiendo y asustando al mundo postfranquista que aun gobernaba España.
Había que hacer algo, había que crear un partido que pareciese de izquierda, que sedujese al votante de izquierda, que convenciese al obrero que votar liberalismo feroz era bueno, bonito, democrático y muy, muy de izquierdas.
Aparecieron aquellos greñosos y gafapasta, aquellos Algarrobos, Estudiantes, Curros Jiménez y demás bandoleros de patillas pobladas y voz estentórea.
Acento andaluz que hace más a campo, más agreste y cercano, no podía fallar, solo faltaba dinero; un mecenas que tuviese a bien poner ingentes cantidades de dinero encima de la mesa para que el camarada González junto con el camarada Guerra pudiesen levantar su puño al son de la Internacional por estas tierras de manos duras y cerebros vacíos.
¿Quién iba a ser el patrocinador de la emergente nueva izquierda española?
Pues ni más ni menos que el mayor emporio de corrupción conocido en Europa; el emporio Flick alemán. Más concretamente de un tal Friedrich Karl Flick, heredero del principal suministrador de armamento de Hitler, el nazi que al amparo de la Segunda Guerra Mundial y de la vorágine armamentista de la Alemania nazi, construyó su emporio siderúrgico.
El dinero que sirvió para poner en marcha aquel partido socialista español salió de los riñones de aquellos más de cuarenta mil trabajadores forzosos antifascistas procedentes de los campos de concentración del III Reich que sus benefactores, socios y amigos nazis le suministraron.
Felipe González y su equipo falsificaron documentos, borraron o destruyeron pruebas, hicieron todo lo posible para borrar todo rastro del origen del dinero con el que se pusieron a funcionar y con el que se pusieron a las órdenes del nacional socialismo europeo aun fuerte en Europa.
En definitiva, el PSOE solo es el instrumento del que nazis y fascistas españoles se sirvieron para detener el ascenso del Partido Comunista de España y por ende de Europa. Así lo reconoció el representante del criminal de guerra nazi Flick cuando reconoció haber financiado al PSOE para cerrar el paso al comunismo ya que era el partido mejor situado para hacerlo. Felipe González primero lo negó y después reconoció haber recibido ese dinero porque según sus propias palabras “Era dinero para una causa noble”.
Preservar los intereses del fascismo europeo, de los criminales de guerra nazis y de los asesinos españoles eran para el socialista Felipe González «una causa noble». Hicieron suya aquella causa “noble” y se dedicaron a lo que hacen los partidos fascistas; privatizar lo público y hacer pública la corrupción.
El movimiento socialdemócrata estaba «onfire», transformaba el dinero manchado de sangre nazi en partidos políticos afines al régimen hitleriano, colocaban a sus gentes en los puestos de decisión y creaban la Europa que les interesaba. Una Europa homicida en la que, una vez más Alemania sucumbía al impulso atávico de destruír, matar y aniquilar al resto del continente.
Fue precisamente una organización socialista alemana la que construyó el entramado de distracción para canalizar el dinero nazi hacia los congresos de casi todos los gobiernos europeos: la Fundación Friedrich Ebert. Esta fue la fundación que tomaba el dinero de Flick con la mano derecha y lo tendía al PSOE de Felipe González para que en menos de siete años un partido sin estructura y con poquísimos afiliados llegase al gobierno. Felipe González demostró una moderación muy del gusto alemán que miraba con recelo el ascenso del PCE así como la ferocidad del partido de Carrillo que amenazaba con demoler el franquismo y reeditar la Revolución de los claveles portuguesa en España.
González hizo suyas las inquietudes alemanas y lo demostró con la eliminación del ala marxista del partido socialista, la refundación ideológica del PSOE hacia el liberalismo y la puesta de largo del nuevo PSOE en aquel congreso del PSOE en diciembre de 1976.
“Socialismo es libertad”, rezaba el eslogan de aquel congreso, el alemán Willy Brandt y el sueco Olof Palme acudieron para dar empaque internacional al evento ante aquellos españoles seducidos por una Europa que nos despreciaba vivamente.
Aquel fondo nazi de la fundación socialista alemana no reparaba en gastos, financiaron la campaña, los cursos, los seminarios, todo. Incluso el sindicato obrero vinculado al PSOE, la UGT, dependía de los fondos Flick que la FES repartía, así como de La Confederación de Sindicatos Alemanes que hizo donaciones directas y que avaló un crédito de cuatro millones de dólares de un banco alemán para la UGT. De aquellos barros, estos lodos.
De aquellos tratos entre nazis, fascistas y socialistas nació esta España muerta, corrompida e indolente en la que «ni Flip ni Flop» pagan por sus delitos por grandes y dolorosos que estos sean.
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