A lo largo de las pocas semanas que he publicado mis artículos en www.alcantarillasocial.com he centrado los mismos en la opinión política, pero esta semana quiero escribir sobre otro tema que me llega muy hondo.
Durante estos días, hemos visto publicado en la prensa un hecho que sinceramente, no puedo dejar escapar porque me llena de tal grado de indignación que no sería yo misma si no lo comentase. En Brasil, un grupo de hombres ha difundido un video en las redes sociales, vanagloriándose de haber violado a una joven de 17 años. Su imagen, borrosa, se ha repartido por el mundo mientras los hijos de perra que llevaron a cabo el delito, se mostraban orgullosos ante tamaña barbarie. Han recibido comentarios alentadores de otro montón de machistas, enorgullecidos de que hubieran llevado a cabo ese hecho. Del horror a la indignación, todos aquellos que tenemos dos dedos de frente, hemos experimentado demasiadas sensaciones, incluso algunas que podrían avergonzarnos. Yo, sin ir más lejos, no sé cómo habría reaccionado si los hubiese tenido delante.
En este horrible planeta, se cometen ese tipo de crímenes todos los días. Y no uno o dos, sino miles. Solo en Brasil, la estadística dice que se produce una violación cada once minutos. Mi jornada laboral es de siete horas y media, es decir, mientras yo trabajo en mi oficina con mis compañeros, charlando y comentando los partidos de fútbol o las estadísticas de intención de voto, en ese país, se viola a 40 mujeres.
Si ese valor numérico terrorífico, se multiplica por todos los países del mundo (tomando como referencia los 193 países presentes en la Asamblea General de la ONU) nos da un resultado de 7.720 mujeres violadas durante el transcurso de una jornada laboral media. No quiero hacer la cuenta de lo que sería un día entero porque los datos son tan escalofriantes que me asusta el hecho de que puedan ser ciertos.
La violación es un acto brutal, desgarrador. Ninguna mujer vuelve a ser la misma persona que era antes de sufrir algo parecido. No puedo imaginar cómo se vive con algo así en tu vida. Sin embargo, millones de mujeres, y digo millones porque es cierto, viven el resto de sus vidas con ese dolor incrustado en el corazón y ese recuerdo imborrable en sus mentes.
No es una cuestión de sexualidad, es una cuestión de poder. Millones de hombres en este mundo siguen pensando que el cuerpo de las mujeres está hecho para que lo cojan cuando les apetezca, lo usen, lo destrocen y luego dejarlo tirado. Ni se plantean el hecho de que dentro de ese cuerpo vive un ser humano que siente, que sufre no solo físicamente y que tiene derechos. Sobre todo el derecho a decir que no. No a su brutalidad, no a su prepotencia, no a su fuerza física, no a tener relaciones sexuales con alguien si no le da la gana tenerlas. El cuerpo es algo nuestro, que nos pertenece a nosotras y que solo nosotras gobernamos.
Para esos hombres, la mujer no es más que un pedazo de carne, que está ahí para su disfrute. No ven a la persona, o sí, y una de las causas por las que las violan, es para dominarlas. Para sentir que su ego masculino sigue vivo dentro de ellos porque todavía son capaces de meter miedo a una mujer, humillarla, golpearla y violarla para satisfacer los más bajos instintos y sus más depravadas imaginaciones. Por la fuerza. Como putos cobardes.
Se sienten en muchos casos arropados por el resto de hombres e incluso por jueces e instituciones que le dan la vuelta a la situación, creando el sentimiento de culpabilidad en la mujer. Ella iba borracha, llevaba ropa provocativa, se negó a continuar en el último momento y él ya no pudo contenerse. Es decir, para un gran número de seres humanos, la mujer es responsable de ser violada. Es ella la que parece que va buscando hombres así. Los hombres tienen una sexualidad más potente, según palabras de ciertos neandertales que ocupan cargos jurídicos y policiales, y llegado a un punto no pueden dominarse y han de llevar a cabo el acto sexual incluso a costa de la integridad física y psicológica de la mujer que tienen al lado.
Hoy leía en la prensa una terrible frase que sin embargo define la machista y desalmada actitud de algunos hombres: la cultura de la violación. Escalofriante ¿verdad? Pues sí. Pero real. En algunas culturas y sociedades, esa normalización de algo que debería resultar monstruoso, se trata de un hecho tan común como otras muchas actitudes humanas. Trivializar el acto, asumirlo como una práctica normal, culpabilizar a la víctima para mermar las consecuencias penales del delito, incluso utilizar la violación de mujeres y niñas como arma de guerra, para minar la moral del contrario.
Todos los días, millones de mujeres en todo el mundo son obligadas a realizar prácticas sexuales aberrantes, son explotadas, vendidas al mejor postor, para la satisfacción de un grupo de seres humanos que no ven en ellas a un congénere. Solo ven aquello que pueden dominar, maltratar y destruir.
En todas las escalas sociales, niveles económicos, culturales o sociales hay víctimas del machismo, de la violencia y del abuso. Las mujeres somos el grupo social más marginado que existe porque somos marginadas en los grupos marginados. La injusticia y la violencia se ceba con nosotras en todas sus expresiones y formas. Para un grupo demasiado grande de hombres, nuestros derechos están sometidos primero a sus voluntades. Esclavas sexuales o laborales, sumisas, obedientes, temerosas. En ciertos países con menos derechos que las piedras. En Arabia Saudí, país amigo de España gracias a nuestro querido e ínclito monarca, las mujeres viven encerradas en cárceles de tela negra. Pasan del poder del padre, del hermano o del tío al poder del marido. Carentes de todo derecho a realizarse como seres humanos, deben aceptar la superioridad masculina a costa de su propia vida. En Afganistán, su existencia no puede llamarse vida.
El machismo no es solo una forma de odiar a las mujeres. Es un estilo de vida. Define todos y cada uno de los pasos que da un hombre. Educará a sus hijos en la dominación al otro sexo y a sus hijas en la sumisión. Negará la existencia de los más básicos derechos de las mujeres. Es una cuestión de poder. El machista ve, en las mujeres libres, como peligra su estatus social, su posición de macho dominante. Ellas representan todo aquello que él necesita aniquilar para sentir que su existencia tiene sentido. Porque su vida no tiene ningún valor si no es sintiéndose por encima de otro. Internamente no debe ser más que un insecto insignificante que pasaría desapercibido si no fuera porque una mujer, que vale siempre mil veces más que él, le tiene miedo. Por eso utiliza la violencia, la fuerza bruta. Porque ella más tarde o más temprano abrirá los ojos y comprobará que clase de ser humano tiene a su lado y sacando fuerzas de donde no le quedan, se marchará y vivirá su vida libremente sin el yugo que él la ha puesto. Y eso no puede pasar, él no puede consentir semejante valentía. Entonces, va y la viola. O la mata.
Cuando nos declaramos abiertamente feministas, nos persiguen, nos insultan y tratan de humillarnos. ¡Pobres ilusos! No se dan cuenta que no pueden hacernos mella. Hemos abierto los ojos, hemos comprobado la realidad y le hemos hecho un corte de mangas. Lucharemos por nosotras y por ellas, las que no pueden porque siempre tendrán un hombre pisando sus pechos para impedirles respirar y que estirará la mano para partirles la cara si se toman la libertad de hablar. Cambiaremos esta sociedad y la suya para que no haya un solo hombre en el mundo que se atreva a arrinconar a una mujer y abusar de ella. Gritaremos tan fuerte que nos oirán en todos los rincones del planeta para que ningún macho cabrón vuelva a atreverse a reunir a otro grupo de machos cabrones y violen en grupo a una joven en cualquier calle del mundo.
El dolor que produce ver a una de nosotras violada, golpeada, destruida física y mentalmente por el abuso de un hombre es demasiado fuerte como para callarlo. Tiene que salir, tiene que ser liberado y exigir cambios sociales, jurídicos, educativos y de todo tipo, para que ninguna de nosotras tenga que volver a vivir algo como lo que vivió esa joven de 17 años que fue violada en Brasil. Y si ha de imponerse, que se imponga, porque no estamos pidiendo nada que no entre dentro de la más básica lógica social.
Nuestras sociedades, gobernadas mayoritariamente por hombres, todavía no da a esta realidad la importancia que tiene. Se necesitan cambios profundos, para que los delitos contra las mujeres, por el hecho de ser mujeres, sean castigados con el rigor necesario. Debemos obligar a que esos cambios se hagan efectivos porque un importante sector de la sociedad no los contempla como tales. Aun hoy, no se otorga la misma exigencia penal que merece.
Si sufre una, sufrimos todas. Si muere una, morimos todas. Las mujeres somos demasiado valiosas, demasiado fuertes y demasiado inteligentes como para dejar de luchar. Muchas antes que nosotras dieron su vida para darnos lo que tenemos hoy. Es nuestro derecho, nuestra responsabilidad y nuestra obligación, seguir luchando para que las que vengan detrás disfruten de una libertad que jamás nadie ha debido poner en duda. El valor de un ser humano no está ni en su dinero, ni en su estatus o su nivel de cultura. Es intrínseco a cada uno de nosotros. Tenemos valor solo por el hecho de estar vivos, de ser seres humanos. No pararemos hasta que todas y cada una de nosotras viva con la seguridad de que su existencia no depende de lo que piense un hombre. Lo único importante es lo que nosotras pensemos de nosotras mismas.
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