Hace unos días se volvió a comentar en algún medio el tema de la Renta Básica Universal (RBU). Parece una gran propuesta; desde luego, viene siendo una reivindicación de la izquierda desde hace mucho tiempo. La duda surge al ver que ahora a la derecha también le parece una buena idea.
Pero, ¿realmente sería una medida apropiada para nuestra sociedad actual? Veamos.
Para entender cómo se distribuye hoy la riqueza hay que rebobinar y volver a la época en que comenzó la acuñación de moneda. El mundo no se llenó de golpe de monedas que reemplazaban al trueque, todo fue muy, muy paulatino y centrado en algunas partes del mundo solamente; aunque es cierto que en épocas similares del pasado distintas civilizaciones usaron diversas formas de pago estandarizadas. No obstante, lo que nos ocupa ahora es la organización social en la que se produjo la “revolución monetaria”.
Todos sabemos que la cúpula de la sociedad, como ahora, se encargaba de administrar los bienes públicos, pero todo individuo, al menos hasta cierto punto (recordemos que ya desde muy antiguo se redactaron códigos legales que regían el comercio, la agricultura, la ganadería y otras profesiones) tenía cierta libertad para buscar fuentes de ingreso legales y acumular las riquezas obtenidas mediante ellas.
Semejante sistema tenía toda la legitimidad, pues era lo bastante justo en tanto en cuanto todo el mundo actuase con honradez y honestidad. En los aspectos social, económico y comercial las injusticias suelen provenir de la carencia de estas dos vitaminas.
Desde épocas muy tempranas, en cambio, en los individuos, y sobre todo en aquellos individuos explotados, comenzó a surgir un sentimiento de injusticia al ver la acumulación excesiva de bienes en unas pocas manos, y la miseria generalizada en el resto.
La llegada de la Revolución Industrial, que forzosamente convertía a unos pocos privilegiados en propietarios de los más eficaces medios de producción, y que precisaba de una numerosa mano de obra sometida al arbitrio de aquellos nuevos empleadores, hizo surgir lo peor de éstos, quienes no dudaron en emplear incluso a niños en duros trabajos y agotadoras jornadas parcamente retribuidas.
También es de todos conocido que todos esos abusos, junto a muchos otros, y gracias al sentimiento de compañerismo que se creaba entre los empleados, dieron lugar a los movimientos sindicales, que lucharon por conseguir, al menos, mejores condiciones de trabajo y mejores remuneraciones. Más tarde llegarían otras formas de protección social, como el subsidio por desempleo, con el fin teórico de garantizar a todos los ciudadanos un medio de subsistencia.
Ahora bien, las sucesivas crisis económicas del siglo XX, y especialmente la primera del siglo XXI, junto a la extensión de la tecnología, que en la primera mitad del presente siglo va a constituirse en la nueva gran revolución industrial, amenaza no ya con destruir gran número de empleos a causa de la robotización de las tareas, a la vez que deja un número de éstos ridículo para repartir entre la creciente población en edad de trabajar, y aun esos pocos, de una sangrante precariedad, todo lo cual creará trabajadores pobres y sin perspectivas de prosperar, amén de unas enormes masas de población con formación, crecidas en sociedades avanzadas e intercomunicadas a nivel mundial, cuya más osada ensoñación será trabajar algunas horas al mes para hacer frente a las necesidades más básicas.
Frente a la amenaza del engrosamiento de estas multitudes de precariado, los empleadores, esto es, los empresarios, así como su cúpula adscrita, léase los mandatarios públicos, han visto en la llamada Renta Básica Universal una válvula de escape a la colosal presión social que probablemente se formará en pocos años.
En principio parece una buena solución para quienes no disponemos de ingresos fijos, y aún no tenemos edad para jubilarnos. Pero no os dejéis engañar por las apariencias. No penséis en vuestro bien individual, no hemos de centrarnos en ello, pues de lo contrario sería como si varios náufragos peleasen por agarrarse a la tabla más cercana: terminaríamos hundiéndonos todos.
En el mejor de los casos sería deseable, y hasta parece lo más razonable, que se mantuviesen las prestaciones sociales en el ámbito de la educación y de la sanidad, de modo que fuera cual fuera el importe de esa RBU, éste pudiera dedicarse exclusivamente a la alimentación y vestido, así como a la vivienda y sus suministros (luz, gas, agua, etc.), y a impuestos y caprichos. Pero recordemos que no vivimos en el país de Alicia, sino en el mundo real.
Ya sabemos por experiencia que la consigna suele ser reducir gasto social con el fin de favorecer la competencia entre nosotros para que nos devoremos unos a otros, de modo que lamentablemente no sería de extrañar que con la excusa de lanzar una RBU se eliminasen partidas como la dedicada a dependencia, subsidios de desempleo, y otras, y también se verían reducidas las inversiones en becas de estudios o de transporte, tratamientos médicos, y algunas más.
Sea como sea, lo peor no sería el día después de iniciarse la aplicación de la RBU, sino el mes después y el año después, así como los meses y años siguientes; y aquí es donde subyace el verdadero peligro de esta medida: aunque no se incrementase sensiblemente el consumo en conceptos extraordinarios, al haber más personas con capacidad para consumir éstas se proveerían de los productos básicos (alimentos de primera necesidad, elementos básicos de higiene, etc.), de modo que se produciría un aumento de la inflación, especialmente en esos productos, con lo que aumentaría el precio de dichos artículos y la RBU sería rápidamente insuficiente (suponiendo que en algún momento lo fuera); y el Estado, por su parte, para entonces ya se habría lavado las manos al otorgar esa RBU. Pero es más, ¿y si en los años posteriores la población creciera significativamente, pero no así los ingresos del Estado? O incluso aunque no se produjese ese aumento de la población, ¿subiría la RBU al mismo ritmo que el IPC anual, o quizá ocurriría lo mismo que han hecho con las pensiones, y subiría sólo un mísero 0’25% cualquiera que fuese el IPC?
No nos dejemos engañar. Es cierto que aplicar una RBU sería una gran idea, pero lo sería en una sociedad que no se basase en el dinero o, al menos, en el crecimiento económico y, por tanto, en el beneficio anual del Estado. El gobierno de un estado no ha de ocuparse de convertir a éste en rentable, sino que ha de procurar el bienestar de su gente.
La comunicación con otros seres humanos nos hace sentir que tenemos algún vínculo con ellos, incluso aunque sea a través del rechazo; la prueba está en el vínculo que se ha formado entre todas las comunidades hispanohablantes, con las excepciones obvias. De modo que, cuando de aquí a dos o tres décadas haya surgido una conciencia colectiva mundial de pertenencia a un colectivo humano a nivel planetario, ¿seremos capaces de descoser las fronteras y gestionar los recursos naturales y los recursos productivos, incluida la mano de obra, sea humana o robótica, de una manera eficiente y solidaria, o ya para entonces estaremos esclavizados porque os empeñáis en no leer ni entender el futuro que se nos viene encima? Más os vale pensar no en vosotros ni en los vuestros, sino en todos, y además pensar por vosotros mismos; informaos y no os apacentéis en el pienso medio mascado que ahora prometen, porque ése puede ser nuestro hambre de mañana.
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