La llegada de un turismo de masas procedente de regiones europeas más avanzadas, tanto desde el punto de vista tecnológico como democrático y cultural, provoca un impacto en la sociedad española, que, hasta el momento, el régimen había procurado mantener cerrada a las influencias exteriores de todo tipo. Comienza a dibujarse, para posteriormente imponerse, usos y costumbres más en consonancia con los que disfrutaba la Europa Occidental de aquel período. Esto conlleva que la mayoría de la población deje de prestar atención a la retórica y parafernalia fascistoide de la dictadura , por supuesto no las élites ni los fanáticos intransigentes, que continuaban “impasible el ademán”. No se trata de un rechazo abierto, que el régimen hubiera podido combatir mejor utilizando sus habituales métodos coercitivos, sino de una indiferencia total hacia los mismos, que comienzan a ser contemplados desde el chiste y la parodia. (A este respecto, y aunque se halle fuera de contexto, la saturación de la que actualmente estamos siendo objeto con “Venezuela” , está llevándonos ya hacia el chiste y la parodia, pues si en la época dorada del franquismo, todo era “Imperial”, ahora todo es “Venezolano”, y el saludo “buenos y venezolanos días” podría sustituir al “buenos e imperiales días” de aquella época).
A este respecto, incluiré un chiste muy conocido en aquellos tiempos, y que indica el grado de chufla que entre la población habían alcanzado los principios del Glorioso Movimiento. Se trata de dos campesinos andaluces que van caminando por una carretera solitaria en uno de esos asfixiantes días veraniegos. De repente divisan al borde de la misma una gran mierda cubierta de moscas. Uno de ellos se vuelve hacia el otro y con expresión seria le dice: “mira compare, como España, una grande, libre y cara al sol”.
La otra implicación negativa para el régimen deviene del despegue industrial. Aumenta el número de obreros, cada vez más concienciados y encuadrados en organizaciones sindicales. Los movimientos estudiantiles de protesta se extienden y diversifican, así como la labor de la oposición al franquismo. Proliferan las huelgas y algaradas universitarias, que en algunos casos llegan a provocar decretos de “estado de excepción”, que llevan aparejado la suspensión de todos los derechos, de los pocos que existían, por supuesto.
Sin embargo, el mayor golpe que recibió el franquismo y que, a la postre, significaría su caída, no vino precisamente de la oposición de izquierdas ni de los movimientos obreros o estudiantiles, sino de su principal sostén y valedor: la Iglesia Católica.
Para comprender el impacto que provocó, debemos tener presente que el régimen franquista fue sobre todo, y por encima de todo, un nacional-catolicismo . La Iglesia Católica no solo era su principal sostén interior y exterior con el apoyo del Vaticano, sino que constituía su base ideológica, los cimientos sobre los que se asentaba. Era tal el grado de aquiescencia, que la Iglesia había acuñado el rimbombante título de “Cruzada” para definir la guerra civil.
Pues bien, en esta década está postura de apoyo ideológico cambió sustancialmente. ¿Las causas? , el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII en octubre de 1962 y finalizado por Pablo VI en diciembre de 1965.
La llegada de las normas emanadas del Concilio a partir de 1966 y su implantación en la iglesia española, ocasionó un auténtico terremoto en el seno de la misma. En justicia podríamos afirmar que el Concilio Vaticano II, supone un punto de inflexión en el franquismo. Con él terminaba el “pleno franquismo”, para dar paso a una nueva fase, el “tardofranquismo” y con ella al fin del régimen tal y como se presentó en 1939.
Lo que ocurrió fue que la iglesia española dejó de apoyar al régimen, y comenzó a desligarse del mismo, llegando incluso a una fase “contestataria” como la protagonizada por el movimiento denominado de los “curas obreros” que renunciaban a la paga del Estado para trabajar en fábricas. Incluso personalidades relevantes como el cardenal Tarancón, daban el paso de “pedir perdón al pueblo por el apoyo de la Iglesia a la dictadura”. Naturalmente tal postura le granjeó intensos odios entre los sectores más ultras del franquismo. En aquellos días resultaban frecuentes las pintadas en muros y fachadas con el siguiente texto: “Tarancón al paredón”. En el plano exterior, el Vaticano también mostró su rechazo al régimen, demorando la firma de un nuevo Concordato con la Santa Sede, a la par que resultaba harto conocida la animadversión que Pablo VI sentía por Franco.
Ante esta situación el régimen optó por una postura de dureza, lejos de iniciar una apertura se encerró en sí mismo, en una defensa a ultranza de unos principios superados ya hacía bastante tiempo.
Sin embargo, algunos sectores se percataron de la necesidad de renovarse, siquiera para continuar sobreviviendo, por lo que quizás lo más característico de la oposición al franquismo en este período, con independencia de la postura de la Iglesia, es la aparición de sectores considerados, al igual que ésta, fieles seguidores del mismo y que se decantaron por adoptar posturas que contradecían la ortodoxia del mismo. Es el caso del carlismo, que tras ver decepcionadas sus esperanzas de convertir al hijo de don Javier, Carlos Hugo, en candidato oficial al trono, evolucionó hacia una postura que él mismo definía como socialista, autogestionada y federal.
¿Qué ocurría mientras tanto con el socialismo en la oposición?.
En realidad en el interior de España el socialismo había seguido un rumbo que poco tenía que ver con los deseos y la estrategia de Rodolfo Llopìs. En 1967 celebró su Congreso el Moviment Socialista de Catalunya cuyas principales figuras aparecieron entonces con una pretensión de autonomía con respecto a la dirección del exterior. Al año siguiente fue fundado el Partido Socialista del Interior, que no era otra cosa que la nueva denominación del grupo de seguidores de Tierno Galván, quien había militado en el PSOE en 1965 y que actuaba ahora con independencia. El PSI fue casi exclusivamente un partido de profesores universitarios , y que con respecto al PSOE tenía dos novedades importantes que conectaban mejor con la evolución de la España de la época: la desaparición del anticomunismo y un cierto tono libertario.
Aunque el PSI logró algunos apoyos exteriores no habría de ser, sin embargo, el verdadero renovador del PSOE. Tal misión, en cambio, les correspondió a tres grupos de jóvenes dirigentes de procedencias geográficas distintas y de militancia, en general, relativamente reciente: Múgica y Redondo, por el socialismo vasco. Castellanos representaba al de Madrid y Alfonso Guerra y Felipe González, los más recientes en la militancia socialista, dirigían la organización sevillana , procediendo el último, un abogado laboralista, de los sectores que en la capital andaluza seguían las inspiraciones del democristiano Giménez Fernández.
El definitivo triunfo de la tendencia renovadora tuvo lugar en el otoño de 1974, con ocasión de un Congreso celebrado en Suresnes, cerca de París. La dirección elegida supuso la victoria de Felipe González (Isidoro) , que logró gracias a exponer un informe político, que hacía ver el valor en el plano internacional de los contactos y relaciones que mantenía con la social-democracia alemana y, por supuesto, por la voluntaria marginación de Nicolás Redondo.
Pero, ¿Que ocurría mientras tanto en España?
La década de los 60, “la década prodigiosa”, finaliza con un escándalo mayúsculo de corrupción político-empresarial, el caso Matesa, que supuso una crisis de gobierno. Se inauguraba así una práctica mafioso-corrupta que se afianzaría en la política española a partir de la segunda mitad de la década de los 80. De todas formas, la bisoñez de esta práctica queda patente en el hecho de que originó una crisis de gobierno, algo impensable en nuestros días en que numerosos escándalos de este tipo e incluso mucho mayores no inmutan al gobierno de turno, que haciendo gala de una desfachatez increíble y aprovechando la aquiescencia y carencia de sentido crítico de una población adormecida y manipulada por los medios de comunicación, no llegan a inmutarse.
No obstante el caso Matesa, año 1969, representó el pistoletazo de salida de un quinquenio en el que se consumaría la desaparición del franquismo de 1939, aunque el referéndum celebrado en diciembre de 1966, en el que se aprobó una Ley Orgánica destinada a convertir una dictadura constituyente en una monarquía limitada, puede considerarse como el inicio de la Transición, y ese mismo año de 1969 D. Juan Carlos era nombrado sucesor de Franco, a titulo de rey.
Recalco este punto, porque resulta conveniente conocer que el franquismo no desapareció con la muerte del dictador en 1975. Se retiró a la sombra, agazapado, en espera de que surgiera la ocasión propicia para entrar de nuevo en la escena política, bajo nuevas formas y apariencias, más acordes con la realidad histórica del momento y alejado de la trasnochada retórica de 1939: debes cambiar algo para que todo continúe igual. Y esto sucedió en la década de los 80, de la mano de una formación política, Alianza Popular, fundada por uno de los más fieles seguidores del dictador, Manuel Fraga. Como quiera que esta maniobra fracasara, el propio Fraga refundó este partido con otra denominación: Partido Popular, que tras un período inicial frustrante, se vio coronado por el éxito con el nombramiento como presidente de José Mª Aznar, gran admirador de los Estados Unidos, sobre todo del partido republicano, de cuyos postulados era firme seguidor, hasta tal punto que cuando alcanzó la presidencia del gobierno, a imitación de la política estadounidense, limitó voluntariamente su mandato presidencial a dos legislaturas. Aznar no solo dirigió el partido con “mano de hierro”, sino que supo ver la favorable coyuntura que se le presentaba con la posición de la Iglesia española que, olvidados los principios aperturistas del Vaticano II, había regresado a la política de apoyo a las doctrinas franquistas. De esta forma, pone en marcha una nueva forma de gestión política: el liberal-catolicismo, con el que esperaba restaurar el post-franquismo.
Tras este inciso, podemos decir que en los años transcurridos entre 1970 y 1975 se consuma la extinción del franquismo de la Guerra Civil.
El 20 de diciembre de 1973 Carrero Blanco, mano derecha de Franco, muere en un atentado perpetrado por ETA.
Poco después, el 25 de abril de 1974 el otro régimen dictatorial de la Península Ibérica, Portugal, cae con los acordes de Grándola, Vila Morena.
El dictador no vería acabar 1975, marcado por la crisis del Sáhara. Fallecería el 20 de noviembre de ese año.
Artículo de @morenoroigjose2 para Alcantarilla Social.
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