Tras los resultados de la segunda tentativa electoral, uno lee los resultados del encuentro como si de un partido de balonmano se tratase.
Unos corren para un lado, se lanzan la pelota… ahora otros corren para el lado contrario, estos también se lanzan la pelota…
Y ninguno asume la responsabilidad de rematar, de machacar la portería con el tanto definitivo.
Como si hubiesen encontrado en su ánimo un temor inconfesable, miedo a ganar, miedo al ¿y ahora qué?, pavor al ¿Y qué hago yo ahora con semejante marronazo?
Es curioso como en menos de veinticuatro horas y desde distintos puntos de la geografía española surgieron en perfecta sincronía diferentes, numerosas personas emitiendo un análisis idéntico del resultado, causas y efectos idénticos y consecuencias idénticas.
Todos coincidían y aún hoy se empeñan en difundir el pensamiento absoluto de derrota técnica.
«Hagan lo que hagan ganarán, tenemos lo que nos merecemos».
«Con unos delitos más obtendrán mayoría absoluta, tenemos lo que nos merecemos».
Y lo peor es la gente que asiente, que admite la idea bastarda de una España sometida, al mangoneo; sumisa al pensamiento cutre y casposo de que el español es un zángano tramposo que simpatiza con mangantes y facinerosos.
No es así, no es verdad.
El español es currante, muy currante; las manos hechas mierda de nuestros abuelos, padres y hermanos son la prueba de ello.
Nuestras espaldas destrozadas, nuestros codos doloridos son demostración empírica de que nos zurramos de lo lindo para sacar nuestras vidas adelante.
Los españoles hemos experimentado una de las evoluciones sociales, culturales y políticas más espectaculares de Europa.
Hemos pasado de la sacrosanta sumisión fascistocatólica al orgullo de sentirnos cultos, estudiosos y sobre todo admirados, queridos y estudiados.
Hemos exportado maldades, idioteces como los espectáculos vergonzosos en los que torturamos animales o la tauromaquia; pero también hemos regalado al mundo arte, cultura, paisajes, sonrisas, música.
No señores, no es cierto que el PP necesite un par de delitos más para obtener mayoría absoluta y no es cierto que el pueblo tenga que admitir semejante aberración.
El PP ha hecho lo que tenía que hacer para obtener esos resultados.
Ha dado la gestión y contaje de nuestros votos a una empresa corrupta como ellos, a una empresa que ya ha sido denunciada y condenada en otros países por amañar elecciones.
Angola: INDRA acusada de fraude electoral.
Nicaragua: manipulación de resultados que generaron protestas, violencia y de paso cuatro muertos.
España: Indra bajo sospecha de nuevo por la manipulación de resultados en la consulta electrónica sobre la reforma de la Diagonal de Barcelona.
Indra ha sido acusada de de fraude electoral en Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y otros países.
Prácticamente ha salido bajo sospecha en todas las actuaciones que ha tenido.
Y nadie se ha acordado de esto; todos han respondido al toque del silbato y han asaltado las redes sociales con el pensamiento inducido, con el pensamiento inductor.
Obedientes los miles de parásitos se activan como los ácaros de un colchón con el calorcito de una espalda y han recurrido a explicar estos resultados apelando no a la baja credibilidad de una empresa cercana a la derecha y al poder establecido, sino a la estupidez del pueblo que vota a ladrones por pura idiocia y que necesita imperiosamente de la estabilidad política que todos dicen traer para dirigir sus destinos.
Y es que, dada la escasa capacidad para discernir esas cosas de leyes, lo mejor para todo y para todos es que el pueblo se deje de democracias y votos y admita que los de siempre son la mejor; la única opción admisible.
Nunca es culpa de los recontadores aunque hayan sido sorprendidos en docenas de ocasiones trampeando elecciones; eso es imposible porque admitir lo contrario pasa por tragarnos la píldora de que nuestra democracia es una mierda pinchada en un palo y que las elecciones no son más que un paripé.
Pasa por admitir esto y algo peor; admitir que todos los concurrentes lo sabían y que solo se presentaban para intentar pillar un bocado del pastel.
Porque con ideales, con razones y sin ellos… sabían que todo iba a seguir igual, que nada iba a cambiar y que a ellos les parecía estupendo que así fuese.
Ahora es mal momento para ser crítico, es mal momento para frustrarse, para expresar esta disconformidad.
Los míos no son así, son nuevos, decentes, al menos son una posibilidad mínima dentro de un mar de certezas terribles.
Estoy de acuerdo con eso, si hay una posibilidad remota dentro de esa certeza incuestionable de muerte y pobreza hacia la que vamos, yo el primero, me tragaré mis recelos y me agarraré a ella por pequeña que sea como a un clavo al rojo vivo.
Pero no me pidáis que sea ciego, no me pidáis que cierre los ojos para no ver, que apague mis entendederas que quieren saber.
Permitidme alguna pregunta y si os parece bien… responded.
¿A qué tienen miedo?
¿Por qué surgen esos comentarios de asunción fatalista de la derrota precisamente de las filas derrotadas?
¿Es descabellado desconfiar?
¿Es de locos pensar que si la casta ha tenido tiempo para contaminarlo todo; extender su sistema, ha tenido tiempo también de desarrollar una vacuna antibiótica para terminar con el virus de la alternativa?
Porque el sistema de la casta no se limita a contaminar las instituciones a corromperlas y a subyugar nuestros destinos bajo el peso de sus intereses privados.
La casta ha tenido tiempo para diseñar un sistema capaz de contaminar a los otros partidos, capaz de abortar, infectar cualquier alternativa que surja y que pueda poner en peligro su «estabilidad institucional» infiltrando elementos destructivos en sus filas desde la más temprana edad.
Así es que un buen día nos encontramos a un Gaspar Llamazares haciendo campaña por el PSOE, a un Felipe González dándolo todo por el PP, a un PSOE y un PP bombeando fichajes de peso a C´s como Cristina Garmendia y a una manada de palmeros diciendo que sí, que tienen razón.
Palmeros ubicados en los mismos cimientos del partido neonato.
Eso es lo que hace el PP, eso es lo que necesita para ganar y eso es lo que los derrotados no dejan de decir alto y claro.
Los corruptos ganan porque nosotros los perjudicados somos una piara de indocumentados felices y sumisos que queremos que la policía apalee a nuestros hermanos; que las instituciones asesinen a nuestras familias.
Los curruptos ganan porque somos ociosos, vagos y maleantes encantados de perder nuestros trabajos; porque queremos que nos desahucien, que dejen a nuestros hijos sin futuro y a nuestras familias sin vida enterradas en cunetas.
España es así y nosotros también.
¿De verdad es creíble esto?
¿De verdad vamos a acudir a una nueva alternativa, a una última oportunidad de asaltar el futuro sin asegurarnos de que INDRA y el PP van a estar lejos, muy lejos de nuestras voluntades representadas por las urnas y de nuestros votos contenidos en ellas?
Lo peor de todo no es esa suerte de espora derrotista que estalla cada vez que no ganamos, lo peor es que los partidos en los que depositamos esa confianza ultrajada, entran en el juego de la burla asumiendo ese pensamiento horrible.
Hagan lo que hagan nos ganan; cometan la barbaridad que cometan ellos vencen.
Y nosotros aquí, boquiabiertos muriendo.
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