Antes que nada quiero dejar claro que ni soy catalán ni soy un analista político profesional, esto es, con la titulación o experiencia profesional adecuadas. Ahora bien, percibo cómo cada día se analiza en todos los medios cada paso que dan tanto el gobierno catalán como el español, y docenas de tertulianos, más o menos informados (casi con toda seguridad, mucho más y mejor informados que yo), se dedican a desgranar todas las cuestiones relacionadas con las causas y las consecuencias inmediatas de cada uno de esos pasos.
Yo, desde la distancia que da no estar en ninguna de las dos posiciones ideológicas en litigio, amén de la geográfica, observo y analizo los mensajes de uno y de otro desde mis estrechas entendederas y veo, o creo ver, por aquello de las dudas y la modestia, no un conjunto de pasos, sino un camino. Y desde la distancia, esto es, con una perspectiva global, lo que se abre a mis ojos no es una mera secuencia de pasos desordenados y aleatorios, sino un camino bien trazado y seguramente planificado, aun con sus vueltas, zigzagueos y saltos; un camino que aún no existe, que no es ni vereda, puesto que se está creando a cada paso, pero con un destino bien claro: una independencia que cuente con el respaldo internacional.
Como decía, los analistas más sesudos se han esforzado por desentrañar el significado y consecuencias de cada una de las decisiones y declaraciones tanto de Puigdemont como de Oriol Pujol y de todos los otros líderes independentistas, pero al hacerlo prestaban atención a sus palabras, confundiendo el destino propuesto con el camino trazado para alcanzarlo. Sin embargo, cuando uno tiene que compaginar el desarrollo de un plan oculto con la atención al público para atraer adhesiones, tan importante resulta lo que dice como lo que no dice, esto es, las palabras y expresiones que trata de evitar en sus intervenciones públicas. De hecho, como si se tratara de una plantilla para hacer grafitis, a veces esas omisiones en su discurso resultan mucho más definitorias de sus intenciones finales que todo lo que pueda llegar a decir.
Durante los dos últimos años detrás de muchas de las declaraciones de los citados dirigentes se advertía un plan minucioso, deliberado, que podía no obstante adolecer de una respuesta concreta a alguna de las situaciones que se han planteado estas últimas semanas; pero incluso el hueco dejado por esas carencias dejaban poco lugar a la duda, a la vacilación, y es más, formaban parte de la fuerza, de la potencia de los planes desarrollados, puesto que suponían una inteligente manera de añadir versatilidad a los planes, haciéndolos más adaptables a situaciones imprevistas. Así por ejemplo, el viaje de Puigdemont y otros a Bruselas puede que no estuviera pensado de antemano, pero hay que reconocer que con ello han hecho un movimiento de tan alta estrategia como elevado riesgo. Todo ello conforma, sin lugar a dudas, un serio plan de independencia, por supuesto; y uno, además, no tan apresurado y descabellado como podría parecer.
Yo también caí en el error de considerar en primera instancia que ese viaje había sido un acto de cobardía; incluso cuando supe que le acompañan varios consejeros seguí firme en la idea de que había sido casi una traición a su pueblo. No obstante, al ver las declaraciones de uno de los consejeros que se habían quedado, afirmando sonriente que tanto los que se quedaron como los que marcharon tenían sus funciones, no me quedó duda, confirmó las sospechas que ya empezaba a tener respecto a que el viaje a Bruselas formaba parte de todo el plan, o al menos, aun siendo posiblemente improvisado, encajaba perfectamente en toda la planificación previa.
Una vez convocadas las elecciones para el 21-D (día que empieza el invierno, y que será la debacle electoral del PP en Cataluña, por más que la campaña electoral se inicie la víspera del Día de la Constitución), tal y como yo adelantaba (“Fiebre para crecer”) la tendencia es a formar un gobierno paralelo, gobierno además cuya mitad principal está en un semi-exilio, fuera del país pero dentro de la zona Schengen.
La involucración de la justicia belga que Carles Puigdemont ha ido a buscar no va a servir sólo para que se conozca más su punto de vista, aun a riesgo de enfadar con ello a la susceptible Europa, que teme que su rebeldía anime a otras regiones; también tiene la misión de ganar tiempo de cara a las elecciones, eludiendo ser arrestado en España antes de que comience la campaña electoral, con que podría presentarse a ellas con el halo de President perseguido ferozmente por la parcial justicia española. Es más, aun en el caso de que no ganase las elecciones, o de que no pudiera siquiera llegar a gobernar, el mero hecho de conseguir un escaño, lo cual, por cierto, tendrían garantizado tanto él como sus ex-consellers en el momento en que presentaran sus candidaturas, podría complicar todavía más su persecución judicial en España. Y añadiría más: la presencia del actualmente expresidente en el corazón de la Unión Europea, junto a su conocimiento de idiomas, especialmente el francés que, recordemos, es lengua oficial de la UE, podría facilitarle contactos con otros políticos europeos a los cuales podría ganar para la causa independentista, sentando las bases para un progresivo incremento del apoyo internacional a una eventual república catalana independiente que podría materializarse dentro de varios años.
En todo caso, cualquiera que sea el curso que sigan los acontecimientos ya ha quedado meridianamente claro que los marcos constitucional y autonómico actuales han quedado anticuados y que requieren de una pronta revisión y actualización. Apenas se puede estirar más esta piel de toro que salió del forzado consenso de 78, y ya va siendo hora de que mudemos de piel sin que ninguna de las naciones y pueblos de la península deba perder su ser, su esencia. Reconocer una identidad no tiene por qué significar dividir, sobre todo si el nuevo marco se establece con el acuerdo de todas las partes implicadas. De hecho, me produce mucha más inquietud la actitud prefascista del gobierno del PP y de sus secuaces naranjas que la de una comunidad autónoma que quiere buscar pacífica y democráticamente una nueva manera de relacionarse con el resto de comunidades. Esperemos que el resultado del 21-D, cualquiera que sea, tenga plena aceptación por todas las partes, o de lo contrario el PP pasará a la historia como el partido “democrático” que logró destruir una convivencia a prueba de fuego que durante siglos había resistido a toda clase de ataques.
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