Hay entidades físicas que permanecen a lo largo del tiempo. Día tras día ofrecen su servicio silencioso sin que nos detengamos un segundo para agradecer su generosidad, su presencia. Se convierten en sitios de encuentro, referencia de amores furtivos, nerviosos, puntos geográficos en los que compartir primeros besos, despedidas interminables.
No hace mucho tiempo, me preguntaba sobre la extinción de uno de estos dones que la civilización trajo cuando la civilización aun traía cosas a los seres humanos. ¿Qué fue de las fuentes públicas? ¿Qué fue de aquellas obras de arte en las que podíamos calmar nuestra sed haciendo uso y abuso de nuestro status de ciudadano?
Una a una las fuentes municipales fueron cegadas, un buen día acudías con tus morros sedientos a su boca y te encontrabas con aquella tuerca horrenda con los pelitos de la estopa sellante sobresaliendo para evitar que escapase una sola gota en el lugar donde ayer brillaba un precioso grifo de bronce.
Una a una cayeron, las fuentes desaparecieron conforme los estantes de los supermercados se llenaban de botellas de plástico transparentes, nuestras fuentes públicas eran asesinadas a traición, con nocturnidad muchas, con alevosía, todas. Y entretanto eran sustituidas por agua mineral embotellada a precio de oro.
Acusar al mercantilismo liberal de robarnos las fuentes para favorecer el negocio de sus amigos, en su momento, me pareció excesivo incluso a mí que soy un malpensado compulsivo. Tantos años de benevolencia regalada para darme cuenta de que los abusos de hoy no son sino el resultado de los negocios de siempre.
Entendí que no era una cuestión de momentos ni de decencia; era una cuestión de dinero. Dinero que no crece solo sino es a costa de vidas humanas, dinero cuya existencia choca cada día con más fuerza con la vida, con la existencia misma de la naturaleza. Dinero que no comporta alma ni sentimiento alguno fuera del egoísmo.
Te das cuenta de esto cuando escuchas a hombres como el austriaco presidente de la multinacional NESTLÉ, Peter Brabeck-Letmathe, solicitando la privatización del suministro de agua. Si a lo que hace gente como este individuo se le puede llamar “solicitar”. Tienen tendencia al reproche, a la amenaza, a la exigencia; es lo que tiene ser atendidos por siervos.
El mismo tipo que dirige una empresa que explota un manantial cuya licitación venció hace veinte años y que nunca renovó. El mismo tipo que dirige la empresa líder en la venta de agua embotellada, opina que la disponibilidad de agua como un derecho humano, amenaza los setenta mil millones de euros que su empresa se embolsa al año por vender agua embotellada.
Y no le falta razón, por eso desaparecen nuestras fuentes, porque el tipo tiene toda la razón y si no la tiene, hay gente bien pagada que se la va a dar. Porque nuestro hambre es dinero, nuestra sed es dinero y antes o después; si alguien no lo evita, nuestra vital necesidad de respirar lo será también.
El ansia de poder, la acumulación de bienes y de dinero no tiene límites para esos megaempresarios modernos. La reflexión que cabe hacerse es si es admisible permitir que existan entes, empresas con un tamaño tan bestial que superen en capacidad de gestión y poder incluso a los Estados en los que operan.
Alguien debe empezar a reflexionar sobre la envergadura admisible para una empresa; porque hoy, sigamos hablando de NESTLÉ, hay firmas que consumen recursos naturales, no a nivel local, ni siquiera a nivel comarcal o regional; sino que devoran insumos naturales ya a un nivel planetario.
Esta es la justificación que explica el alcance y la intención real contenidos en las palabras del señor Brabeck-Letmathe. Él y su empresa quieren el control del agua mundial, toda el agua, para ellos. No se refiere al agua del Ebro o a la del Amazonas; no, se refiere al Agua, con mayúsculas; Al Agua substancial.
Y uno ya se tiene que preguntar seriamente si el lucro puro y duro es su verdadera intención, si no se esconde tras esa ambición desaforada una ambición mayor; la de dejar morir a la gente que no puede pagar el agua. Es tal la fijación de estas gentes por hacer cosas que matan gente, que cabe pensar si no será precisamente esa es su intención real.
Tiene un discurso aceptable, incluso podría suscribirlo cualquier persona con inquietudes ecologistas más o menos activas. «Es para combatir el despilfarro de agua», incluso propone una dosis que él considera aceptable para cada ciudadano, no habla de cuanta necesitarían sus hijos, su señora o su señora madre, no.
Pero una cosa si deja clara, el resto para él; para su empresa. Y hasta parece razonable el tipo, solo falta que nos diga cuánta agua desperdicia o contamina su empresa en sus procesos productivos y que proponga el racionamiento a sus muy fascistas compatriotas austriacos, verá lo aceptable de sus propuestas en la respuesta de sus conciudadanos.
Pero ¿qué opinarán los que hoy no tienen acceso al agua potable? Estarán encantados con la propuesta del director de NESTLÉ, de beber barro a disponer de cinco litros para beber y veinticinco para lavarse el «Up» es maravilloso. ¿Comprenderán nuestra indignación con la empresa y su dirección?
No, ellos tienen sed y padecen enfermedades precisamente por carecer de agua potable. Y este es el fin real, el de siempre, el que manejan las empresas que se hacen más grandes que los estados. Enfrentar, confrontar, enemistar, matar y sacar provecho de los cuerpos sin vida, de sus tierras, de sus existencias.
La desquiciada lógica de los mercados que agotan el planeta, que destruye naciones y países, que promueve guerras y las financia. Todo por controlar la propiedad sobre las cosas de todos, la salud de la humanidad, la vivienda de las familias, e incluso la educación de los individuos en un afán de lucro irracional.
Volvemos al problema real del liberalismo salvaje. No el de las privatizaciones, no el de la educación, ni siquiera el de la sanidad. El problema del liberalismo es que vende cosas que hacen felices a la gente, cosas que mejoran la vida. Pero no nos dice que debemos hacer con los que no puedan pagar esas cosas, con su tristeza, con sus vidas, con sus enfermedades.
Esa es la respuesta que no nos van a dar, porque esa es la parte no rentable del negocio y esa parte no les importa en absoluto. Solo les importa cuando quieren dinero de un estado y este lo dedica a solucionar las carencias que provoca en la ciudadanía el sistema liberal, entonces maldicen, exigen y organizan disidencias.
Es suyo y lo quieren caiga quien caiga. Son empresas incompatibles con la vida, incompatibles con la humanidad y mientras permitamos que existan, seremos esclavos, morirán humanos de hambre y sed, morirán niños en el mar o bajo andanadas de obuses. Son empresas que hacen nuestro planeta cada día menos habitable y nuestra humanidad cada día más efímera.
El agua embotellada queda fuera del ciclo del agua, los animales y los vegetales enlatados quedan fuera del ciclo de la vida, así es todo. Alguien debería empezar a advertir a esas empresas más grandes que estados que romper el ciclo del agua es malo, los campos se secan, los ríos se mueren, los deltas se hacen más salinos, los climas cambian.
Alguien debe advertir a esas macroempresas que los peces enlatados no pueblan los mares, no se reproducen y no crean más peces y que pasa lo mismo con todas las especies animales y vegetales que se sirven en conserva hoy en día. Que el problema no es la conserva, que el problema es el cupo excesivo que se da a las conserveras.
Alguien debe empezar a tomar decisiones serias con las empresas que contaminan acuíferos y luego cobran por limpiarlos. Empresas que una vez han cobrado el servicio, lo que hacen es envenenar de nuevo los ríos para eximirse de la responsabilidad inherente a la limpieza no realizada.
Y es que tanto si le pesa a nuestro estado como si le pesa al señor Brabeck-Letmathe, el agua está protegida legalmente, es un derecho humano y ahora solo faltan gobiernos que tomen decisiones difíciles y les pongan en su lugar.
A la sombra.
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