En las dos partes más altas de la Pirámide de Maslow se encuentran aquellos aspectos de la autorrealización del ser humano, que coinciden con algunos de los valores superiores que deberían regir nuestra existencia. De entre todas, las más vitales son el respeto, el autorreconocimiento y la falta de prejuicios.
Los seres humanos somos el resultado de la combinación de un hecho biológico y otro cultural. La parte biológica es aquella que nos identifica como ser vivo, con unas características que nos hacen distintos al resto de especies. Incluye nuestras necesidades físicas más básicas como el alimento, el sexo o el descanso. Pero unido a todo esto, está nuestra otra mitad. Nuestra parte social o cultural.
Cuando yo estaba en la universidad, nos enseñaban que a la hora de estudiar a los seres humanos, era imposible hacer una valoración correcta si no teníamos en cuenta el ambiente donde nos habían criado, la educación recibida y la cultura en la que nos desarrollamos. Somos un cúmulo de todas esas importantes y decisivas experiencias.
La sociedad en la que nos movemos está cargada de normas que utilizamos a diario como algo natural, para estereotipar situaciones que muchas veces no somos capaces de comprender. Una de ellas es el género. A día de hoy, todos deberíamos saber diferenciar entre sexo y género. Una cosa es que nuestro aparato sexual y reproductor posea los órganos de uno u otro sexo y otra cosa muy distinta es a qué genero pertenecemos. El género es un rasgo social y cultural que tiene unas connotaciones (la mayoría de ellas equivocadas y cohercitivas) que la sociedad le impone y que de una forma o de otra aceptamos. Los niños visten de azul y las niñas de rosa. Las mujeres son tiernas y los hombres fuertes. Los hombres no lloran y las mujeres lo hacen en exceso.
Todas esas expectativas se van introduciendo en las vidas de los niños a medida que crecen. Los infantes no tienen conciencia de género, porque no es un rasgo visible. Solo muestran sus preferencias de forma natural, sin los condicionamientos que más tarde el concepto de género les impondrá. Es algo que se aprende. Y como aprendizaje conlleva un proceso. Tanto los padres, como la sociedad en general, va enseñando a los pequeños a qué género pertenecen dadas sus características biológicas y con ello, los valores que se añaden a cada uno. Hasta que ellos desarrollan su identidad de género. Es decir, hasta que paulatinamente se identifican con los valores que la sociedad otorga a cada uno de los dos sexos.
La identidad de género es la forma en la que nosotros mismos nos vemos reflejados con respecto a los roles de género que están asignados a nuestro sexo. De ahí, que hagamos sufrir a muchas niñas que no se comportan como la sociedad espera de ellas, llamándolas marimachos o a los chicos que al ser menos “chicos” son tachados de debiluchos desde su más tierna infancia. Es decir, utilizamos los prejuicios para minusvalorar el comportamiento natural de algunos seres. Las chicas no deben ser brutas y los chicos no pueden ser sensibles.
Llevando esta situación un paso más allá, descubrimos a las personas transgénero. Es decir, aquellas que no poseen una identidad de género que concuerde con sus características biológicas de sexo. Si los valores enunciados en la Pirámide de Maslow estuvieran presentes en la totalidad de los seres que conforman una sociedad, no existiría mayor problema con la aceptación de las personas trans o incluso con la amplia variedad posible de seres humanos. Partamos de la base que somos únicos e irrepetibles y que nada en el ser humano es un estándar. Ni tan siquiera la admirada y fomentada heterosexualidad es igual en dos personas. Existe un género para cada uno de nosotros de la misma forma que existe una sexualidad por cada uno de los seres humanos. No nos repetimos.
Sin embargo, hemos sido testigos durante estos días del bochornoso espectáculo de un autobús naranja paseando por las calles de Madrid con un lema que no voy a repetir, no solo porque lo conocemos todos, sino porque me asquea.
Hay un proverbio sioux que dice que no se puede juzgar a nadie hasta no andar tres lunas con sus mocasines. No me imagino lo duro que debe ser enfrentarse a una situación como la transexualidad. Pero el hecho de no poder comprenderla en su totalidad porque no me siento así, lo acepto como algo normal y no me impide respetar que la vida de los demás les pertenece a ellos y que deben vivirla de la mejor manera posible. Les respeto porque quiero ser respetada.
El lema del autobús trataba a los seres humanos desde el punto de vista reduccionista de su hecho biológico, obviando todos los demás aspectos que conforman la personalidad y el carácter. Si tienes pene eres así y si tienes vulva eres de esta otra forma. Y punto. No hay alternativa. La naturaleza y la genética han decidido quién eres, cómo debes comportarte, qué tienes que sentir, qué preguntas debes hacerte. Y si tienes dudas te jorobas. Porque lo que estamos vendiendo no es la posibilidad de que tú vivas en libertad y seas la persona que quieres ser desde tu más tierna infancia. No, si estamos aquí es para salvarte de la perversión que anida en ti. Porque el hecho de que creas que tus genitales no se corresponden con tu identidad, es una engañifa de la sociedad progresista que solo quiere que seas quién tú quieres ser. Tú no sufras, nosotros, católicos recalcitrantes conocedores de la verdad absoluta, vamos a decirte a ti y tus sentimientos que estáis equivocados. Os vamos a obligar a vivir según el género que hemos inventado para ti y si sufres pues te aguantas. Vas a venir tú ahora a decirnos a nosotros qué es un hombre o qué es una mujer. Lo sabemos de sobra. Y todo el que te reconozca que eres tú el que debe decidir con qué género te identificas, pues te está mintiendo. La sociedad no va a aceptarte. Para vivir con nosotros deberás asumir nuestras normas o te convertiremos en un marginado que no tiene derechos.
Los psicólogos y los educadores reconocen que los niños desde su más tierna infancia tienen muestras de su identidad de género, eligen cuales son las cosas que les gustan y cuáles no. Por eso hay niños trans. No se trata de una enfermedad, no es un trastorno de ningún tipo. Es simplemente que el género en el que se sienten realizados no concuerda con el sexo que la naturaleza les dio. Necesitan todo el apoyo posible por parte de sus padres y compañeros, porque básicamente están inmersos en una sociedad que trata por todos los medios de dañarles. En los colegios, en los institutos y en las calles, siempre habrá quién les insulte, les trate de denigrar o les menosprecie.
No sería el primer caso de violencia escolar contra un niño o una niña trans. ¿Por qué? Pues porque hay padres que apoyan, defienden y se identifican con las personas que ponen en movimiento autobuses como el que hemos visto. Educan a sus hijos en esa intolerancia, en esa falta total de respeto por el que tienen al lado y con el derecho a humillar públicamente al que no es como ellos. Tratan de mantener y perdurar en el tiempo la irrespetuosidad más absoluta. Destruyen todo aquello que no entienden. Son dañinos, son alimañas sociales a los que algún que otro gobernante declaró asociación de utilidad pública. No añado más.
Desde aquí os pido, que seamos irrespetuosos, que seamos intolerantes. Pero con la gente de Hazte Oír y sus seguidores. Que no admitamos personas de esa calaña entre nosotros. No hay valor más importante que el del ser humano. Es nuestro, está intrínseco en nosotros mismos. No permitamos que el valor humano sea pisoteado, ninguneado, y encorsetado en pensamientos estrechos. Cada uno de nosotros es dueño de su vida, de sus decisiones y de su cuerpo. Callemos las voces de los que nos quieren partidos a todos por el mismo patrón. Seamos malos por una vez e impidamos que nuestros niños y niñas sufran un minuto por gente como esta.
La sociedad la formamos todos y si todos queremos, la sociedad y con ella la forma en la que nos desarrollamos dentro, será mejor. Para ello tendremos que educar sobre el pilar de la libertad y cerrar la boca a los que solo la usan para dañar a otro.
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