El relato de los hechos que desembocaron en la Guerra Civil, siempre incompleto y casi siempre parcial, o cuando menos cuestionado sean cuales sean las fuentes de información, nos ha impedido hasta el día de hoy reconstruir la cronología de las acciones y situaciones que, de volver a conjugarse de similar manera, podrían desembocar en tan indeseable resultado.
La escalada de tensión que estamos contemplando estos días en relación al secesionismo catalán podría quizá ser observada y estudiada en el futuro como el proceso que llevó, esperemos que no a tan drástico ni generalizado final, pero casi con toda seguridad a graves disturbios y, desde luego, a una crisis institucional y social sin precedentes en una de las vetustas naciones democráticas de la vieja Europa.
Se está dejando notar la carencia de políticos con el suficiente respaldo de la casta dominante o, en su defecto, del pueblo, tan profundamente dividido como el mar ante la vara de Moisés, y por tanto incapaz de dar un respaldo consistente a ninguno de sus posibles líderes alternativos.
No obstante, más aún se está advirtiendo la falta de una voz
realmente sensata entre los sectores más radicales de ambos bandos en conflicto. Además, cegados por sus propios objetivos, o quizás inmovilizados a causa de compromisos inconfesables (¿hay una potencia extranjera intentando debilitar la U.E.?), unos y otros están demostrando una completa incapacidad para desarrollar propuestas políticas basadas en el diálogo. Es posible que también se hallen limitados por una visión decimonónica acerca de la forma en que las naciones se organizan en estados; puede que incluso por una visión coercitiva de estos mismos conceptos. La cuestión es que, personalmente, jamás lograré comprender el atávico temor de la derecha a modernizar la estructura del estado español.
Si no estuvieran tan enrocados en sus respectivas posiciones quizá no tendrían inconveniente ni unos ni otros en aceptar una nueva estructura basada en un modelo confederal, o federal al menos, que no tendría en absoluto por qué estar compuesta por diecisiete estados.
Ante dos bandos que no quieren o no pueden ver más allá de sus respectivas propuestas se hace necesario exponer alguna alternativa que concrete la imprecisión del llamamiento al diálogo. Así, la única solución posible en nuestra época, y la más deseable además, pasa por la celebración de un referéndum. Por un lado, el temor de los nacionalistas catalanes radica en que éste tenga ámbito nacional y vean diluidas sus aspiraciones entre la población foránea. Por otra parte, existe el temor en buena parte de la población del resto de España a que no se les tenga en cuenta a la hora de decidir sobre el futuro de Cataluña. Y a esto se suma la falaz y burlona perorata de los más radicales argumentando que un referéndum en el territorio catalán nos conduciría a un más que molesto goteo
de otros actos similares por toda la geografía autonómica.
Pues bien; la derecha por más que se resista no puede evitar que el estado, en su imparable modernización, se organice de otra manera más pronto que tarde, y para ello, dadas por una parte la ampliamente reconocida plurinacionalidad de España y por otra la innecesariedad de fragmentar el estado en otros de menor entidad, con la consecuente pérdida de importancia en el panorama internacional, no se me ocurre otra fórmula que la organización confederal del estado. Un punto aparte sería que, dando este cambio por inevitable, y como creo que nadie en el mundo sería capaz de imaginar que en el siglo XXI naciese una monarquía confederal (la última fue la británica y
surgió como consecuencia de su históricamente reciente imperialismo), la llegada de la república resultaría de todo punto inevitable, por más que varios millones de ciudadanos sean incapaces de aceptarlo.
En cuanto a los temores de unos y otros a los que aludía antes en relación al modelo de referéndum, creo que se podría consultar a todo el electorado estatal con una única pregunta común que podría ser algo así: «¿Desea que la comunidad autónoma en la que está empadronado se convierta en un estado independiente dentro de una España confederal?». Antes de seguir, quiero aclarar que la alusión al lugar de empadronamiento tiene por misión hacer que la gente se identifique y se comprometa con el lugar en el que reside habitualmente, o al menos donde tiene declarada su residencia habitual, entre otras razones porque será en esa comunidad autónoma en donde se contabilizará su voto. Así, evaluando los resultados por comunidades se podría establecer cuáles de ellas se constituirían en estado, y el resto formarían el núcleo raíz del estado español. Estos resultados deberían tener validez durante un periodo lo bastante largo (pongamos cuarenta años) para dar estabilidad al modelo de estado.
Llegados a este punto me permito recordar a quienes temen que España se disgregue que, según las encuestas, el separatismo es en Cataluña en donde tiene más apoyos, y ni siquiera allí son suficientes para apoyar una declaración de aquella comunidad como estado independiente, desde un punto de vista realmente democrático (todos sabemos que ese es el motivo por el cual los independentistas catalanes se niegan a convocar unas elecciones autonómicas anticipadas) por lo que sus temores serían infundados ante un referéndum nacional, incluso aunque el recuento se
tuviese en cuanta en cada comunidad autónoma de forma independiente.
En fin, todo esto es sólo una loca idea que, amén de su falta de eco y de su futilidad, sin duda llega dolorosamente tarde. En cualquier caso, tomemos buena nota, porque ocurra lo que ocurra estamos viviendo jornadas históricas acerca de las cuales quizá, algún día, debamos dar cuenta a nuestros descendientes (al menos quienes los tengan).
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