Hace unos días de vuelta a casa, me crucé con un vecino de la población que conocí fortuitamente tiempo atrás en la barra de un bar mientras me tomaba furtivamente un café a media mañana.
Está persona tenia y tiene, la habilidad de haberme contado una serie de cuentos o llámenlo historias, que no tienen desperdicio alguno por cuanto simbolizan.
Los símbolos, son aquellas cosas tangibles o intangibles, que remueven conciencias y nos producen un acto de reflexión interna profunda.
Este ciudadano de mediana edad, estuvo en la primera asamblea del 15M de mi ciudad, abarrotada de gente como en tantas otras de toda la geografía de este país. En aquella asamblea le pregunté:
- Qué te parece,… ¿ya era hora, no? – y me contestó….
- …sí, si…, pero lo que más me gusta, es que hay gente joven, muy joven.
- Si es cierto – le dije casi en tono de disculpa ante lo que parecía una crítica irónica hacia la prematura edad de aquellos jóvenes. Y me respondió, como entendiendo mi complaciente condescendencia…
–No, no… si es genial. Son jóvenes y están aquí, luego indica el futuro que vamos a tener, y augura un gran futuro, pues están aquí. Ahora toca a los más maduros y viejos, el cuidarles y llevarles a que mantengan los motivos por los que están aquí. Son jóvenes y necesitan todo nuestro apoyo. El futuro no es ya para nosotros sino para ellos.
Aquella sentencia, tuvo grandes efectos en mí. Desde el principio del movimiento, me he movido creyendo que lo que quería era aportar mi grano de arena al movimiento para poder tener yo mismo un mejor futuro. Sin embargo, y con 42 años, en verdad a lo único que podía aspirar, es a que el futuro de esos jóvenes, y el de los que vinieren detrás (como mis hijos), fuera el futuro que se merezcan. Ello no implica que tuviera que renunciar al mío propio, pero el mío ya no es futuro, sino presente, me guste o no. Lo que si podía, y puedo, es velar para que los jóvenes no caigan en nuestros errores, sino en los suyos propios en todo caso, y proveerles de todas las herramientas para que tengan más fácil el poder solucionarlos.
Y ese es uno de los objetivos que el movimiento tenía, y tiene.
Y tal y como decía al principio, me encontré con este hombre sabio hace poco, me paró para saludarme y hablando un poco de cómo estaba el mundo de hoy día, solté una amarga queja de lo montañoso de los problemas del hoy.
Me respondió contándome una historia cuya referencia no supo recordar, pero que bien podría circunscribirse a algunas de las historias de reflexión personal que circulan por la red o de libros de autoayuda o filosofía oriental.
El cuento más o menos lo transcribo con mis propias palabras y aderezos (pues poco importa el grafismo descriptivo o los datos, sino el mensaje).
Cuenta la historia, que en cierto país nórdico, sus gentes vivían en armonía y felicidad allá por cualquier parte de su territorio. Amén de sus espacios verdes y bellezas naturales del entorno, aquel país disfrutaba por su enclave de los mejores amaneceres y atardeceres del mundo entero. Tanto era así, que era fruto incluso de peregrinaje turístico.
La cuestión no tendría mayor importancia si no fuera por ser uno de los países más al Norte del Planeta, dónde la circulación del sol a través de su cielo formaba diariamente desde el alba hasta su ocaso, una elipse muy próxima al horizonte, por lo que el Sol apenas se elevaba sobre el firmamento sino una ¼ parte de lo que lo hace en el Ecuador del planeta.
Debido a esa inclinación tan particular, al entorno del país y a las condiciones geológicas, los amaneceres duraban incluso hasta horas en ciertas estaciones del año, y los ocasos en infinidad de ocasiones sucedía lo mismo, añadiéndole los efectos de las auroras boreales, tan bellas en su expresión que hasta el mismo arco iris quedaba relegado a un efecto atmosférico menor.
Estos hechos naturales que por siglos se daban por dichas tierras, fueron testigos del paso de generaciones y generaciones de personas. Todas ellas han disfrutado siempre de los mismos placeres visuales, y formaron parte de sus ritos y costumbres. Tal belleza, abrazaba a cada persona al alba, de modo que la importancia de las cosas en la vida quedaba relegada a un plano no preponderante, y hacían que las personas se levantaran siempre con gran ánimo y alegría. Los problemas en la comunidad siempre eran solucionados entre todos, y nada era tan grave como para lamentarlo más de unos días.
La felicidad recorría a cada uno de aquellos habitantes de aquel país de forma continua, siendo reconocida mundialmente la afabilidad, nobleza y hospitalidad de aquellas gentes.
Sin embargo, aquel país tan plano, tenía un pueblo a las faldas de la única sierra de todo el país. La sierra tenía una forma de U, y estaba situada a espaldas del pueblo, con tan mala disposición que tapaba tanto la salida del sol como su puesta, y no era posible observar ninguna de aquellas dos maravillas de la naturaleza. Aquel pueblo, vivía en el medio de aquel valle en U, casi aislado del resto del país. Las noches eran muy oscuras, excepto por los días de luna, y los días eran grises donde la luz del día solo era un reflejo y una claridad que apenas transmitía alegría ni vida, y máxime cuando su fuente, el Sol, nunca era divisable.
Las gentes que habitaban aquella población, eran gente triste, reservada e incluso recelosa. Los viajeros que pasaban por aquel pueblo, contaban siempre la maravilla del país en el que vivían, y del tesoro de sus amaneceres y puestas.
Aquello, generación tras generación se convirtió en una maldición para aquellas gentes, y se rindieron resignados a no poder disfrutar de dichos placeres en la misma medida que los vecinos de otros pueblos o ciudades de su país.
Y bajo esa desazón resignada pasaron generaciones y generaciones.
Un buen día, un vecino del pueblo de mediana edad, tomo de su casa un pico y una pala, y se encaramó hacia una de las faldas de la sierra, y empezó a picar la piedra y a retirarla a paladas.
Trabajó así durante horas. Aquello llegó a oídos de la gente del pueblo, que incrédulos fueron acercándose uno a uno hacia donde estaba nuestro abnegado hombre picando. Las gentes que pasaron se limitaron a observar, algunos a murmurar entre ellos, incluso algunos en cínica sintonía emitían sonrisas contenidas para marcharse posteriormente cabeceando. Cuando hubieron pasado ya unos cuantos vecinos, uno de los jóvenes del pueblo permaneció allí frente a aquel hombre, observando cómo iba picando y apartando la tierra y las rocas de la pared de aquella montaña. Aquel joven, permaneció durante más de dos horas en silencio, observando.
Finalmente, llamó la atención del sudoroso hombre, que inusualmente a lo que era una particularidad huraña de las gentes del pueblo de gesto serio y apático, este sencillo hombre radiaba de serenidad, paz y alegría en su rostro, …y el joven le preguntó:
-Oye, tú… ¿Qué haces?, …¿acaso no ves que aunque trabajaras toda tu vida en esto, jamás llegarías a conseguir quitar la montaña para ver el Sol? – … el hombre, detuvo su tarea, se volvió hacia el joven mientras se apoyaba en su pala, y con voz tranquila y sosegada le contestó amable y compasivamente.-
-Sí…, lo sé…, pero alguien tendrá que empezar, …¿no?-
El resto de la historia, es tu historia. Tú la escribes. Es tu vida.
Tú decides si quieres ver la luz.
Tú decides si quieres tomar pico y pala, o si por el contrario, te vuelves resignado a tu caverna cabeceando.
Tú decides a qué te comprometes.
Difúndelo
PD.(El joven volvió al pueblo, cogió su pico y su pala, y regresó junto al hombre)
Que historia mas bonita y esperanzadora. No estuve en ese 15M e incluso lo miraba con malos ojos porque no lo entendía y en aquella época incluso veía la televisión. Ahora me arrepiento no haber formado parte de esos días, pero bueno, nunca es tarde para iniciar la lucha.