El pasado 30 de noviembre leí un titular muy explicativo: “Así confesó Bernardo Bertolucci cómo agredió sexualmente a Maria Schneider junto a Marlon Brando”.
El pasado 30 de noviembre leí un titular muy explicativo: “Así confesó Bernardo Bertolucci cómo agredió sexualmente a Maria Schneider junto a Marlon Brando”. En el artículo se remitía a un blog, “El Mundo de Alycia” de donde proviene la noticia. En dicho blog han subtitulado un fragmento de una entrevista hecha a Bertolucci en 2013 que creo que conviene divulgar por muchas razones. Por cierto, me parece que los subtítulos tienen un error; donde dice que en el cine a veces hay que ser “frío” yo entiendo “free”, es decir, “libre”, un adjetivo que tiene unas connotaciones mucho más duras que el aplicado, ya que sugiere librarse de la propia conciencia para ser capaz de ir más allá en el dominio sobre otras personas. Respecto a esto puedo aportar mi insignificante experiencia rodando cortos; como persona acostumbrada a obedecer reconozco haber sentido una inquietante sensación de poder viendo cómo dos personas sentadas en un sofá estaban atentas para hacer exactamente lo que yo les dijera; después de dos o tres días de rodaje improvisando a cada paso, necesitaba retomar las riendas de mi proyecto inicial. Sin embargo, aquel corto no tenía nada de erótico y mucho menos de pornográfico, por lo que imagino que eso, unido a mi inexperiencia, me ayudó a no tiranizar sobre los cuerpos de los actores.
Este es el fragmento de la entrevista que se puede ver también en “El Mundo de Alycia” y en el artículo de la web de Antena3:
Algo parecido ocurrió con la famosa película pornográfica “Garganta profunda”, al parecer pagada por la mafia; años después de su rodaje la desafortunada Linda Lovelace contó que había rodado esa película, y muy particularmente las escenas más conocidas, a punta de pistola y sin cobrar nada. De hecho, su primer marido la prostituía y la maltrataba, y el segundo también hacía esto último. Su propia madre le arrebató su primer hijo, que tuvo con 20 años, y lo dio en adopción sin que ella lo supiera. (fuente: Wikipedia)
Esta última película, dado el género al que se adscribe, ha contado siempre con mayores trabas para su divulgación, pero la reconocida “El último tango en París” que yo sepa continúa proyectándose sin ningún problema en países que persiguen la violación y los abusos sexuales que, recordemos, en el filme no fueron fingidos, sino reales. Eso sitúa a este título prácticamente dentro del subgénero snuff, de contenidos considerados ilegales.
La cuestión es que hasta que no se obtienen datos y testimonios fiables acerca del modo como se ha desarrollado la grabación de una película el espectador se ve obligado a aceptar que por defecto toda la acción es fingida y que toda la casquería es simulada.
En una época en que cualquier individuo con un teléfono móvil con cámara de vídeo o, al menos, de fotos, puede grabar todo tipo de escenas, desde las de contenido sexual más crudo hasta las más violentas e inhumanas, es virtualmente imposible asegurarse de que la acción que uno ve tras la cámara es fingida. Los niños y adolescentes caen así en su ansia de morbo llegando a disfrutar con acciones que consideran provocadoras o divertidas, sin ser conscientes del daño físico y/o psicológico que pueden llegar a sufrir algunas de las personas o animales que ven en las imágenes. Incluso los adultos nos vemos muchas veces en la duda acerca de la naturaleza irreal y, por tanto, legal de determinadas imágenes.
Dejando aparte el gusto o el interés que puedan sentir los espectadores al contemplar las escenas sexuales de “El último tango en París”, que no dejan de ser una suerte de gerontofilia, desde que se conocen las circunstancias en que se rodó la llamada “escena de la mantequilla” creo que resulta más comprensible entender cómo una persona puede excitarse viendo escenas con todo tipo de agresiones y abusos sexuales: el contrato implícito entre el equipo técnico y artístico por una parte y el espectador por otra que conlleva el rodaje de vídeo o la obtención de fotografías obliga a los espectadores a dar por hecho que los creadores respetaron las consideraciones legales y morales a las que se supone que su trabajo está sujeto; dicho de otra forma, si uno ignora que lo que está viendo es real, puede llegar a tomar por una pura ficción en la que todos los participantes están de acuerdo hasta los más abyectos comportamientos aun siendo éstos reales.
Ahora bien ¿asegurarnos de que tras toda grabación y fotografía haya una actuación legal debería llevarnos a prohibirlas todas hasta que se verifique dicha legalidad? Como decía antes, resultaría materialmente imposible, y socialmente poco recomendable, actuar con un extremismo semejante. Lo que sí debemos hacer es tomar medidas contra aquellas obras que, por muy legales que sean en su producción y distribución, y por mucho valor artístico o histórico que tengan, hayan incurrido, como en la famosa película, en acciones punibles no ya desde el punto de vista penal, sino como mínimo desde el punto de vista ético.
La falta de esta última exigencia, la ética, es la que permite, por ejemplo, que se rueden exitosas series de televisión en las que se incumplen sistemáticamente las condiciones de los contratos de los extras. Los sindicatos y otras organizaciones piden acciones legales y hasta el boicot a empresas que, como Coca-Cola incumplen al parecer contratos y hasta sentencias judiciales, pero nadie exige la misma contundencia contra las producciones audiovisuales que proliferan en todo tipo de pantallas.
Mientras no nos tomemos en serio que toda la sociedad llegue a consensuar, implantar y seguir unas líneas éticas o, cuando menos, legales, nadie va a ser capaz ni de frenar los abusos ni de impedir que éstos vayan en aumento. El mayor obstáculo lo constituye la globalización, la cual hace que varios miles de millones de personas pertenecientes a entornos, religiones y culturas muy diferentes deban afrontar problemas y situaciones comunes a todas ellas y que pueden tener su origen en cualquier punto del planeta. Es por eso que la solución a todo problema actual ha de pasar inevitablemente por una puesta en común de los problemas en un foro con el suficiente reconocimiento internacional y en el que toda la ciudadanía de todos los países (al menos de aquellos países no sometidos al caos a causa de la guerra o por cualquier otro motivo) pueda implicarse directamente. Mientras tanto seguiremos sufriendo una creciente libertad para generar contenidos y al mismo tiempo una creciente inmadurez para filtrar éstos, una confluencia que puede llevarnos a un desastre global.
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