Ante todo, quiero dejar claro que este no es un artículo para defender o atacar a nadie, pues no creo que el tema que nos ocupa deba necesariamente que tener dos bandos. Cada cual debe valorarlo desde su propio punto de vista y respetar al que no piense igual.
Una vez le dije a una amiga mía que me gustaba describirme a mí misma como una mujer que tenía hijos. No como una madre. Como mujer tengo muchas facetas. Y una de esas facetas es ser madre. Pero como soy un ser humano que al menos intenta completarse lo más posible, tener hijos no es lo que me define. Ante todo, soy una mujer.
Samanta Villar ha sido madre y en su momento decidió contar su proceso de pasar de ser una mujer sin hijos a ser una mujer con hijos. Ha contado su “propia experiencia”. No ha intentado en ningún momento dar una disertación de la maternidad, ni de sentar cátedra. Ella, en su libro y en su programa (que no he visto y tampoco he leído, no quiero mentir) creo yo que no estaba intentando decirle a todo el mundo qué es ser madre. Por las informaciones que he podido recopilar, solo ha contado cómo ella se convirtió en madre. Pasó por un proceso de fecundación artificial y ahora tiene dos pequeños que estoy segura alegran muchos de sus momentos diarios.
En situación normal una mujer puede ser madre. Es decir, puede procrear. Esa es la parte biológica de nuestra anatomía. El ser humano es un mamífero, y como tal, las hembras gestan en su interior a la cría. En ese estricto sentido natural, nos diferenciamos poco de otros mamíferos. Pero la maternidad no es desarrollar un feto en nuestro utero y luego parirlo. Si de algo nos ha servido ser un ser inteligente (sin exagerar) es poder dar un sentido más amplio a nuestras funciones biológicas. Como decía, en situación normal, las mujeres podemos ser madres. Otras muchas veces, no es tan fácil como hacer el amor con un señor que nos gusta y quedarnos embarazadas. Diversas complicaciones de nuestro sistema reproductor pueden generar que el embarazo no se produzca. Tampoco vamos a entrar en la anatomía masculina o su capacidad reproductiva porque no viene al caso. Hoy toca hablar de nosotras.
Pero salvando el proceso natural o no tan natural del hecho físico de la maternidad, este proceso tiene una importante carga emocional y por supuesto social. Ser madre es para muchas mentes estrechas y cortoplacistas, la culminación básica de la mujer. Para much@s, si nosotras no tenemos hijos estamos incompletas. Nada más falso que eso. Las mujeres no nos completamos nada más que con aquellas cosas o aspectos de la vida que deseamos hacer. Ser madre o no serlo es una decisión, que ha de tomarse con la seguridad de quererlo. Pero tanto una como la otra son tan válidas y respetables. Yo tengo hijos, mi hermana no los tiene. Yo soy feliz y ella también. Pero no me hace más feliz que a ella tenerlos ni a ella más feliz que a mí, el no tenerlos. Cada una de nosotras, en un momento dado tomamos una decisión, en libertad.
Cuando uno toma una decisión debe asegurarse de que está preparado para las consecuencias que esa decisión conlleva. Si te compras un piso en la sierra no es lo mismo que comprarle en el centro de la ciudad. Tu vida en esa vivienda será distinta si la vives en un sitio o en otro. Jamás compararía una decisión tan seria como ser madre con la compra de un piso. Donde quiero llegar es que ser madre es una decisión que conlleva unas consecuencias y que, aunque elegidas y la mayor de las veces deseadas, algunas son muy difíciles de sobrellevar.
Haciendo un ejercicio de objetividad, ser madre es muy difícil. De un día para otro, tu cuerpo sufre una transformación, que, aunque paulatina, va dejando rastro. Tanto físico como emocional. Durante nueve meses, los cambios son vertiginosos. Engordas, te crecen los senos, te duele la espalda, vomitas, tienes nauseas, cambios de humor, te salen hemorroides, arde el estómago, te duelen las piernas, a veces aparecen varices, meas constantemente y al final eres como un paquebote que casi no puede andar. Emocionalmente sufrimos ante lo desconocido, tenemos no estar a la altura, dudamos de estar preparadas para lo que se nos viene encima. Nuestras hormonas se desatan y nos hacen vulnerables. Estamos preparadas físicamente para embarazarnos pero no deja de ser una agresión «natural» para nuestro cuerpo. Además a eso deberíamos sumar que algunas mujeres desarrollan problemas sanitarios que por desgracia pueden perdurar en el tiempo tras el parto.
Luego llega el parto. No os voy a deleitar con esas horas de dolor desgarrador en la que te acuerdas hasta del último de tus antepasados. No es preciso. Donde quiero llegar es que esa es la parte más sencilla de la maternidad. Tener físicamente un hijo. Ahora, una vez que has parido y te le ponen encima, es cuando tu vida como mujer que tiene hijos, empieza.
Samanta dijo en una entrevista que ser madre resta calidad de vida. Y, en mi humilde opinión, es cierto. Partimos de la base de que cada uno de nosotros tiene un concepto personal de la calidad de vida. No tiene que ver con las muchas críticas que recibió en su momento haciendo referencia a salidas nocturnas, viajes estupendos o sesiones de spa. La calidad de vida cambia porque la prioridad de tu existencia pasa por la vida de otro ser humano antes que la tuya. Su vida, su alimentación, su bienestar, su salud, su educación, se convierte un tema prioritario. Es decir, tú pasas a un segundo plano. Tus necesidades se posponen, se retrasan. Y eso es perder calidad de vida. Algunas personas podrán tacharme de egoísta aunque no es por ahí por donde deberían ir. No es que seamos egoístas es que ahora una parte de nuestra propia vida ya no nos pertenece.
Muchas mujeres pierden sus trabajos, son menospreciadas laboralmente (la maternidad es un techo de cristal con el cristal muy grueso) y para seguir en activo como antes de tener a tu hijo, tienes que hacer un esfuerzo titánico. Y lo aceptamos como un reto más. Nos encontramos con el muro de una sociedad que relega a las mujeres a los aspectos más domésticos de la existencia y cuando te resistes, te niegas a dejar de ser una mujer, soportas críticas de ambos lados. Los que te niegan el derecho a seguir siendo la mujer que eras porque ahora tienes hijos y ya no puedes ser como antes y los que intentan demostrar que si tienes un vida profesional y personal llena es porque no quieres a tus hijos como deberías.
Muchas mujeres y hombres tienen idealizada la idea de la maternidad. Es cierto que a las que tomamos la decisión de ser madres, nuestros hijos nos proporcionan unas alegrías inmensas. Pero también frustraciones. Porque te cansas, y no se lo puedes decir a nadie. Porque a veces tus hijos te superan y no sabes cómo responder ante ello. Porque la vida se complica en muchos aspectos y en algunas ocasiones, tirar para adelante requiere de una fuerza que no siempre somos capaces de encontrar. Ella, dijo algo con lo que estoy completamente de acuerdo. Cuando el hijo nace, nuestra vida anterior desaparece y tenemos que construir otra nueva. Ese cambio provoca que los lugares donde antes nos apoyábamos ahora sean diferentes. Pero ese proceso de reconstrucción lo realizamos muchas veces a lo largo de nuestra vida. Es sano hacerlo porque es natural. El ser humano se está construyendo siempre. Y pobre del que no lo hace y se estanca en un momento de su vida por muy hermoso que sea. La maternidad es un cambio importante. No podemos verle solo a través de los lados hermosos, debemos ser capaces de ver las aristas para que no nos corten. Debemos adaptarnos. Si no avanzamos, si no nos reinventamos, puede ocurrir que un día no sepamos ni quienes somos.
Quiero desde aquí desmitificar la idea de ser madre. Querer a nuestros hijos y preocuparnos por ellos no nos hace seres especiales ni magníficos. Todos los animales cuidan y protegen a su prole por un instinto de supervivencia natural. Compartir la vida con ellos puede ser algo maravilloso pero las mujeres que no sienten esa necesidad o simplemente no lo desean no son peores que nosotras. Son tan mujeres como yo. En su totalidad.
No me arrepiento de ser una mujer con hijos. Cuando los miro me siento satisfecha de haberlos tenido y de que hoy formen parte de mi vida. No sé cómo habría sido mi vida sin ellos. Pero lo que tengo muy claro es que no son lo único que llena mi existencia. Son una parte, grande, pero no todo. No podría ser una madre si dejase de ser una mujer. Creo que lo que Samanta Villar quería decir es que, aunque sus hijos la colmen de alegría, sigue queriendo ser una mujer.
Magnífica reflexión!Gracias.