Quince minutos le han sido suficientes al “señor sobres” para autoproclamarse embajador de Europa ante Estados Unidos. Rectifico, ante Trump. Se habían programado veinte, pero a él le han sobrado cinco.
¡Tenemos un presidente que es un fuera de serie!
Quince minutitos para arrodillarse ante el magnate americano. Ante un individuo que con su verbo, con sus gestos y con su mirada, destila odio, y genera desconfianza en todos los rincones del planeta, especialmente en su propio país, donde las revueltas se suceden, el rechazo se incrementa, y hasta los jueces se ven obligados a atajar sus descabellados decretos, pergeñados en el más absoluto de los delirios fascistas.
Lo preocupante de la situación no son los individuos en sí, como Trump, Rajoy, Le Pen, y otros tantos. Lo preocupante son aquellos que los han aupado a la cúspide, y los palmeros. Esos son el problema, y los culpables.
En tiempos difíciles, es sencillo buscar un chivo expiatorio para que cargue con la culpa de los problemas. La ignorancia hace el resto. De esta forma proliferan los Trump, y demás especímenes de parecido jaez. Son los populistas que acusan de populismo a los que, realmente, están manifestando las verdades.
Estamos acostumbrados. Demasiado acostumbrados, a escuchar esa machacona serenata basada en tres o cuatro vocablos como demagogia, populismo y estabilidad, que usan para hablar de otros o de ellos mismos, según convenga.
Estabilidad es según estos singulares individuos la no existencia de debate político. Político, ni de ningún otro tipo. La no existencia de discrepancia. La no intención de presentarse a liderar el partido. La existencia de una especie de sucesión monárquica dentro de la formación política.
Mientras el resto de organizaciones políticas se mueven por la convulsión de la defensa de determinadas ideas, o de determinados planteamientos, ellos se distinguen por el culto al líder, como si de una secta se tratara. Ese es su modo de entender la democracia. Ocho millones de individuos lo aplauden y les votan en las elecciones, con independencia de que hayan dejado el país como un solar, saqueando sus arcas públicas, destruido la clase media, expulsado a sus talentos, arruinado a los pequeños y mediados empresarios, y amordazado a la ciudadanía.
A Rajoy le podrían haber sobrado, no cinco, sino quince minutos. Ellos se entienden sin palabras, son lobos de la misma camada.
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