En una de las noticias sobre ciertas obras de arte antiguas que saldrían de Cataluña en dirección a una pequeña población aragonesa vi un rótulo en unas oficinas donde, a diferencia de la ortografía que todo el mundo utilizaba, el nombre Sigena aparecía así, con “g”. Dado que absolutamente todo el mundo lo escribía con “j” tuve la curiosidad de comprobar cuál era el nombre exacto de esa localidad. Sólo tuve que introducir “sijena” en Google para encontrar al instante abundante información, tanto oficial como oficiosa, sobre la misma. Mi mayor sorpresa fue que ciertamente el pueblo se llama Villanueva de Sigena. Y una tuitera, cuando divulgué esta información, me respondió diciendo asombrada que hasta en el diario “El Heraldo de Aragón” lo escribían con “j”.
Es cierto que al parece se admite en ambas formas, pero si hubiera habido un solo periodista que se hubiese tomado la pequeña molestia que yo tomé en vez de dar por supuesto cómo se escribía ese nombre, al menos alguien lo habría escrito en su nomenclatura más ortodoxa. Con ello llegué a una conclusión: el rigor periodístico ha muerto. O, por ser magnánimo, digamos que ha quedado recluido a unos pocos rincones aislados de la prensa.
La periodista Ana Pastor goza de gran predicamento en los círculos de izquierda. Aunque su compañero Antonio García Ferreras (Ferreras para los socios, Antonio para los amigos) recibe pedradas más o menos merecidas por su cojera tanto en el ámbito de la profesionalidad como en el de la objetividad, Ana en cambio parece un tótem intocable.
El pasado jueves, día 14, en el programa “¿Dónde estabas entonces?” dedicado al año 1981 comentaron el caso de la colza. En su relato en off Ana afirmó que se trató de aceite industrial que se había vendido como aceite de oliva. Analizando un poco su aseveración se advierte ya algo extraño: entonces, ¿por qué se conoce como el “caso de la colza”? ¿Quiere eso decir que la colza es un aceite de uso industrial? Primer elemento de falsedad y desinformación.
Para empezar, el aceite de colza, procedente de la planta del mismo nombre, normalmente es perfectamente apto para el consumo. El problema surgió cuando un grupo de personas sin escrúpulos, para obtener mayor cantidad de aceite, lo combinaron con aceites industriales; a los consumidores habituales de aceite de colza, que los había, les dijeron que era aceite de colza tal cual, pero a los demás les engañaban diciendo que era aceite de oliva. En la propia Wikipedia nos dicen que se trató de «aceite de colza desnaturalizado, distribuido en venta ambulante como aceite de oliva». Podría haber admitido que Ana Pastor hablase de “aceite de colza desnaturalizado” (tal y como hicieron en la tan denostada Canal Sur), pero ella pronunció literalmente la expresión “distribuir aceite industrial como si fuese de oliva” (podéis revisar la grabación del programa), con lo que la confusión y la desinformación quedaron servidas.
Pero las consecuencias de la afirmación de Ana Pastor no quedan ahí. Lo peor son las reflexiones a las que todo esto nos lleva. Solamente las personas más pobres se fiaron de consumir un aceite que venía en garrafas y sin etiqueta alguna. Estas personas, por muy pobres que fueran, estoy seguro de que sabían distinguir por el olor y por el sabor un aceite industrial de otro comestible (aunque viendo el mapa de afectados entiendo que en aquella época cayeran en el error al no conocer suficientemente bien el aceite de oliva). Es decir, indirectamente, con la ¿errónea? expresión de la afamada periodista los pobres, encima de envenenados y perjudicados de por vida, cuando no envenenados hasta la muerte, fueron tan tontos o tan insensatos como para ingerir aceite industrial frito y hasta crudo (en ensaladas o tostadas, p. ej.) sin ponerle ninguna pega; que fueron tan egoístas o tan irresponsables como para dar a sus mayores y a sus hijos un aceite industrial como si eso fuera lo más normal del mundo. No me negaréis que la conclusión a la que conduce la frase de Pastor resulta cuando menos repugnantemente insultante.
Hace muchos años que en mi casa no entra aceite de girasol, pero todavía recuerdo la enorme diferencia que hay entre el de oliva y el de girasol; quienes consumimos exclusivamente el primero incluso advertimos la diferencia entre un aceite de oliva refinado y el virgen extra, o entre este último y el aceite de primera molturación o de primera cosecha, que es el mejor de todos, aunque muchísimo más escaso y costoso. No me cabe duda de que en la mezcla maldita que intoxicó a miles de personas la proporción de aceite de colza debió de ser lo bastante alta para ocultar o disimular los sabores y olores de un aceite industrial. Y no lo sé de oídas, porque durante unos dos meses trabajé pringado hasta las cejas en aceite industrial.
Estoy escribiendo esto el domingo, 17 de diciembre; desde el viernes por la mañana estoy intentando que Ana Pastor o alguno de sus secuaces me respondan a este tuit:
@_anapastor_ Dijísteis q era aceite industrial q se vendía como de oliva, identificando el aceite de colza con el uso industrial. NO ES CIERTO. Recuerdo q era aceite de colza mezclado con aceite industrial, que algunos vendedores pregonaban que era de oliva. RECTIFICA O CORRÍGEME
— Sinelo (@sinelo1968) December 15, 2017
Sigo sin obtener respuesta. Espero que este texto, que con suerte tres o cuatro personas leerán, sirva para motivarles a responderme.
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