Filosofía Política (I): Liberalismo.
En mi vida y edad política, es decir, aquella desde la que tengo plenos derechos para ejercer el voto y para poder debatir con más o menos acierto cuestiones de gestión e interés público respectivamente, siempre me he preguntado qué es lo que realmente mueve a la masa social a decantarse por un partido político u otro. La respuesta en principio se presenta sencilla: los intereses individuales y colectivos de las personas. Es importante fijarse en la configuración de la frase anterior: “los intereses individuales y colectivos de las personas”. Digo importante porque las dos palabras subrayadas adquirirán más o menos relevancia en las prioridades personales de cada persona, en función de cual haya sido la realidad social y ámbito político en el que como individuo, se haya desarrollado y se encuentre en un momento actual determinado en el tiempo. Aquí y como dicotomía en la preferencia de un interés general y amplio (entendiendo a éste como todos los intereses posibles), es donde a mi entender comenzaría la diversidad de concepciones filosóficas para entender el fenómeno político en sus diversas manifestaciones.
Con este artículo abro lo que vendrá a ser una serie en la que humildemente intentaré dar a conocer de una forma más o menos inteligible, las diferentes y más conocidas corrientes filosóficas del pensamiento político. La finalidad de esta serie de artículos no es otra que la de intentar dar un poco de luz al criterio de much@s que votan sin criterio. Todos conocemos a alguien que votaría a favor de un partido político totalmente contrario a sus intereses en general, pero que lo hace engañado por una política concreta de ese partido, creyendo el individuo que es lo que más le interesa. Pues bien, a mi entender esto ocurre generalmente por falta de cierta cultura o conocimiento; he ahí la razón por la que, repito, humildemente me propongo dar a conocer las posturas más conocidas de la política. Aviso que no hablo ex cátedra, por lo que me reservo el derecho a hacer comentarios personales sobre las diferentes filosofías que presente. Sin nada más que añadir, pasemos a conceptualizar el liberalismo.
El liberalismo moderno como pensamiento nace hacia el siglo XVIII como respuesta y revolución al absolutismo (monarquías puras y otras formas de tiranía). Sabemos que hace algún tiempo el rey era el sujeto que ostentaba tanto el poder legislativo (creación de leyes y otras normas) como el ejecutivo (forma de gobernar y aplicar aquellas leyes). La sociedad (en realidad ciertos colectivos) comenzó a presionar a los regímenes autoritarios y absolutistas para limitar el poder del rey y que éste estuviera sujeto a ciertos vetos legislativos y ejecutivos; como ejemplo más radical podríamos hablar de la revolución francesa de 1789. En este sentido, los inicios del liberalismo fueron positivos, pues finiquitaron más o menos el poder unilateral ejercido por un soberano tirano y déspota. Además, el pensamiento liberal defiende a ultranza las libertades civiles, la república, la democracia representativa; de estos pensadores nace la separación de poderes (Locke y más principalmente Montesquieu); desarrollar las libertades individuales y así promover el desarrollo de la sociedad en diferentes ámbitos; el establecimiento del estado de derecho o promover la libertad económica que más adelante nos llevaría al capitalismo, son todos intereses de esta filosofía política.
No haré una correlación cronológica de los datos que van aumentando y enriqueciendo esta filosofía y sus diferentes variantes, ya que sino el artículo sería más largo de lo deseable. Sí diré que los que defendieron en sus principios este pensamiento eran básicamente personas con cierto poder adquisitivo a expensas de sus actividades económicas o de sus expectativas (comerciantes, mercaderes, etc.) y poder político, pues la liberalización de estas actividades del control del estado aumentarían exponencialmente sus ingresos. A este respecto cabe decir que el liberalismo propugnaba un estado mínimo, es decir, la influencia del estado debería limitarse a la seguridad, la justicia y las obras públicas (como la comunicación por tierra, etc., para facilitar sus intereses económicos claro…). A medida que este pensamiento y forma de gobierno se instauraba en las sociedades, los que habían tenido la iniciativa empresarial o simplemente, la facilidad por influencia política para tenerla, iban alejándose económicamente hablando, del resto del pueblo, que con suerte, trabajaban en sus empresas para ir subsistiendo. Las políticas públicas se limitaban a la seguridad y a facilitar el crecimiento económico de la sociedad que cada vez se hacía más rica, pero a costa de la explotación sin medida por parte de la oligarquía social, que no era otra que los mismos que controlaban el estado; las élites económicas.
Así, un pensamiento que defendía las libertades civiles e individuales de la persona quitándole casi todo el poder al estado, lo único que había conseguido era propugnar aquellos derechos únicamente para sus propios intereses industriales y económicos, persiguiendo y vetando al mismo tiempo las libertades de asociación de trabajadores, de organizaciones sindicales y de derechos laborales, mientras potenciaba las asociaciones de propietarios y empresarios. En este sentido cabe destacar diferentes episodios negros en los que la oligarquía social asesinaba a todo individuo trabajador que osase levantar la voz en defensa o reivindicación de lo que se creía justo para con ese colectivo. Ya en plena revolución industrial, los trabajadores comenzaron a organizarse (ilegalmente para los derechos que el estado de derecho liberal les otorgaba), y no fueron solo los trabajadores quienes acabaron asesinados; también algunos oligarcas de las élites empresariales y económicas. Estos enfrentamientos y los continuos discursos y movimientos de trabajadores, llevó a la mesa de negociación a ambas partes, comenzándose a reconocer ciertos derechos de los que hoy disfrutamos: limitación de horas de trabajo semanal, días festivos, etc. Esto es importante retener: hubo quienes murieron para que hoy disfrutemos de muchos de nuestros derechos laborales, y hoy nos los están quitando y nosotros los vemos desaparecer casi sin rechistar.
Hay muchas críticas al liberalismo por parte de personas ilustres. Citando las más destacadas diríamos que principalmente son aquellas que se dirigen al liberalismo como que siendo padre de las libertades individuales y de los derechos civiles, no ha hecho más que defender las libertades de una minoría social, de una libertad para el pueblo oligárquico que era el único que disponía realmente de derechos civiles y políticos; la llamada sociedad civil. El resto, el populacho (donde me encontraría yo y muy probablemente usted también), careceríamos de derechos de ningún tipo más allá del de disponer libremente de nuestra vida mientras no perjudiquemos a un tercero. De esta limitación social de acceso a los derechos civiles y políticos, nacieron la esclavitud o el colonialismo, y no es que lo digan sus objetores, sino que los mismos pensadores liberales lo corroboran desde el momento en que escribieron diferentes ensayos para intentar justificar la esclavitud de personas (Jefferson, Madison o Washington); para justificar el colonialismo (John Stuart Mill o Tocqueville) o simplemente para justificar las guerras de exterminio contra los pueblos “inferiores” (Tocqueville respecto a Algeria, Locke respecto a los nativos americanos o los liberales británicos respecto a la India o Irlanda). Diferentes académicos también critican el liberalismo por concebir al trabajador, a la persona diferente de sus élites, como un simple instrumento de trabajo que podían ser encarcelados en cualquier momento en función de los intereses de la oligarquía liberal. También destaca en las críticas el encarnizado ataque que hicieron los liberales contra los intentos de prohibición del trabajo infantil, o a la regulación de los abusos a los trabajadores. Lo peor y más triste del punto anterior; que los liberales consideraron aquellos intentos como “despotismo” del pensamiento social.
En las críticas al liberalismo hay una que a las mujeres les hará especial gracia. Muy señoras mías, que sepan ustedes que fue el liberalismo el que se opuso a sangre y espada contra el derecho a voto de las mujeres; derecho que adquirieron posteriormente gracias a los movimientos feministas y socialistas. También en el ámbito de las críticas y en relación al voto, no podían ejercerlo los no-propietarios ni nadie perteneciente al proletariado; el derecho a voto estaba limitado a los propietarios y empresarios, en definitiva, a la oligarquía que controlaba el poder político a expensas de su poder económico.
Resumiendo, el liberalismo es una filosofía política que se presenta la mar de bonita e interesante, cantando las libertades civiles e individuales de la persona; la libertad de economía y de comercio y las libertades de asociación y organización, a la vez que limitan la intervención del estado más allá del mantenimiento de la seguridad, de la justicia y de las obras públicas. Lo único que tengo que alegar es que cuando sus teóricos y pensadores escribieron sus obras, se olvidaran mencionar que quien disfrutaría de esos derechos serían únicamente los empresarios, los propietarios privados y sus amigotes y colegas varios que por simpatía o afinidad, ellos tuvieran a bien facilitarles el acceso a esos derechos. ¿Libertades y derechos civiles, políticos e individuales? Sí, claro, a la oligarquía; al proletariado un mojón. ¿Libertades de asociación y organización? Sí, claro, a los empresarios y propietarios; al proletariado, una patada en los huevos o en los ovarios, según tocase. ¿Pagar impuestos? Sí, el proletariado para poder financiar las obras públicas para que así la oligarquía tuviera infraestructura suficiente para desarrollar sus industrias. ¿Derecho a la justicia? Claro, aquí todo el mundo tiene derecho a la justicia, mientras no se crucen intereses de la oligarquía claro. ¿Derecho a la seguridad? Hombre claro, seguridad de la propiedad privada y de las empresas y seguridad personal de la oligarquía contra los actos “vandálicos” del proletariado que no se le ocurre otra cosa que reivindicar no sé qué derechos a los que llaman “sociales y laborales”.
Por otro lado y como respuesta al liberalismo social de John Rawls, en el que pretendía organizar una sociedad liberal con ciertos supuestos socialistas para con la justicia social y un equilibrio para con los diferentes estratos sociales, surgió la obra de Robert Nozick en 1974: Anarquía, Estado y Utopía, base de lo que sería a partir de entonces el Neoliberalismo, aplicado en occidente primeramente de mano de la Sra. Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Nozick a diferencia de Rawls, era un filósofo liberal al más puro estilo clásico (párrafo anterior con ciertas diferencias). No entraré en sus postulados de una forma taxativa, pero con palabras de andar por casa podríamos decir que Nozick apostaba por un estado mínimo y venía a decir que cualquier persona tenía derecho a la propiedad privada, a la educación, a la sanidad, a la constitución de empresa, a la justicia, etc. Lo que a Nozick se le olvidó apuntar en su obra, es que en virtud de su concepción del liberalismo toda persona tenía derecho a disfrutar de aquellos derechos, siempre y cuando dispusiese de medios económicos para poder acceder a ellos (a ver, apuntar lo hizo, lo que no hizo fue dejarlo de una forma inteligible para cualquier persona que leyese su obra). De lo contrario, no podrían tener acceso a una sanidad o a una educación, pues el estado no debía tener suficiente poder como para injerir en los bienes de terceros para la creación de un estado social que procurase un bienestar más o menos equilibrado para con el pueblo en general.
Y yo me pregunto ¿a esto es a lo que se refiere la señora Aguirre cuando dice a los cuatro vientos: “yo soy liberal”? Pues qué quiere que le diga señora… bueno, mejor no digo nada. No obstante hay que matizar, pues de lo contrario estaría actuando como lo hacen ellos y perdería cierta objetividad y por ende, credibilidad. El liberalismo que vivimos o que sufrimos hoy en día en nuestras sociedades, está condicionado por aquellas palabras que ningún estado moderno se olvida escribir en sus constituciones: “estado de derecho, democrático y social”. Estas cláusulas llevan implícito su propio significado dando por hecho ciertas premisas que hoy en día ni nos paramos a pensar; que nos resultan tan evidentes que ni siquiera somos conscientes de ellas de forma positiva. No obstante esto, no es necesario ser muy inteligente para constatar que la vida política ha ido configurando la legislación de forma paulatina para beneficiar, de nuevo, a la oligarquía económica. El liberal, el liberalismo, no entiende ni acepta que ciertos “negocios” (servicios públicos como la sanidad) estén en stand by por injerencia y competencia estatal, que es lo que en principio garantiza que el servicio sea de cierta calidad para todo el mundo sin diferencia alguna. Para el liberal, la sanidad y como ésta cualquier servicio público, debe ser liberalizada, privatizada como ya intentaron la señora Aguirre y su secuaz hace unos años en Madrid. Y cuando un gestor público tiene interés en que una empresa privada gestione lo que hasta ahora había sido un servicio público, me pregunto: ¿Qué intereses además de los de la empresa, puede tener el gestor público? ¿Lo están untando? ¿Lo untarán una vez privatizado el servicio? ¿Lo harán miembro del consejo de administración? ¿Si es un gestor de lo público, por qué no se dedica a gestionar en lugar de privatizar para tener menos que gestionar? Y como estas preguntas, podría escribir alguna más, pero tampoco es cuestión de hacer todo el trabajo.
Dicho esto, finalizaré haciendo una pregunta al lector: ¿Quieres esta filosofía política para tu sociedad, para tus hijos, para ti? Si con el tiempo quieres estar sujeto a la segregación social, política, económica y de derechos que hace la oligarquía económica, ya sabes a quien votar. En el congreso tienes a dos partidos políticos que representan ampliamente a esta filosofía, y otro que aunque en principio no es liberal, como si lo fuera, pues elude los principios con los que fue fundado.
Compañero no te quitaré tu parte de razón que la tienes sin duda, sin embargo la gente los ciudadanos «el pueblo» no entiende de filosofías si no de mensajes directos y claros de aquello que les preocupa y quieren oír (mejoras sociales, laborales, fiscalidad, corrupción, jueces, etc.) lo demás les da igual.
Sobre el 77 en París, Carrillo se reunió con Mugica en el Rst Verd Galant y carrillo le dijo a Mugica, en la Constitución deberíamos dar más poder al pueblo y este le contesto, no es hora del pueblo es hora de los partidos, lo contó Teodulfo Lagunero compañero de fatigas.
Un saludo