Requiem por Palmira

“Así llegué a la población de Hems, sobre las riberas del Oronto; y hallándome cerca de Palmira, situada en el desierto, resolví reconocer por mí mismo sus ponderados monumentos: al cabo de tres días de marcha en las soledades más áridas, habiendo atravesado un valle lleno de grutas y de sepulturas, observé repentinamente, al salir de este valle, una inmensa llanura con la escena más asombrosa de ruinas colosales; era una multitud innumerable de soberbias columnas derechas, que, como las alamedas de nuestros jardines, extendíanse hasta perderse de vista en filas simétricas y hermosas. Entre estas columnas había grandes edificios, los unos enteros, los otros medio destruidos. Por todas partes estaba el terreno cubierto de cornisas, de capiteles, de fustes, de pilastras todo de mármol blanco, y de un trabajo exquisito. Después de tres cuartos de hora de camino sobre estas ruinas, entré en el recinto de un vasto edificio, que fue antiguamente un templo dedicado al Sol; admití la hospitalidad de unos pobres campesinos árabes, que habían establecido sus chozas sobre el pavimento mismo del templo y resolví detenerme allí algún tiempo, para considerar atentamente la belleza de tantas y tan suntuosas obras”.

 Estas palabras pertenecen al François de Chasseboeuf, conde de Volney en el primer capítulo de su libro más conocido “Las ruinas de Palmira” publicado en el año 1791, este filósofo y escritor francés, tras estudiar derecho y medicina, relizó un viaje por Líbano, Egipto y Siria, a su vuelta publicó un volumen “Viaje por Egipto y Siria”,  durante la Revolución Francesa fue elegido miembro de los Estados Generales, fue gran defensor de las libertades públicas, enemigo del clero y secretario de la Asamblea en 1970.

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Posiblemente en el transcurso de los próximos días ó semanas, si Volney volviera de nuevo a Siria y más concretamente a Palmira, no podría describir con palabras tan bellas los que vio allí.

ISIS ha llegado a las puertas de Palmira, la ciudad dorada, el cruce de caravanas más importante de Oriente, una de las ciudades más relevantes de la Ruta de la Seda, una joya de la Historia que hemos heredado y que no vamos a ser capaces de conservar, al igual que no hemos sido capaces de evitar el desmantelamiento del Museo Arqueológico de Bagdad; la ciudad de Nimrod, patrimonio de la humanidad construida 1.300 años A.C.; la ciudad de Hatra cuyos muros resistieron el ataque de las tropas romanas y han caído bajo las excavadoras de ISIS y la última, Jorsabad, otra belleza de la cultura mesopotámica.

Todos hemos podido ver en los videos difundidos por estos salvajes, con que saña arremetían contra las estatuas de los toros alados, contra las estatuas asirias, sumerias, acadias y griegas, convirtiendo en polvo más de tres mil años de Historia, y todo porque según dicen los comunicados de la organización terrorista, en partes del Coran, el libro sagrados de los musulmanes, el profeta pide a sus fieles destruir todo signo de idolatría.

En el espacio fronterizo entre Irak y Siria se ha instalado el terror, lo que antes suponía una estrecha franja de terreno hoy supone una vasta extensión sembrada de miedo, terror y regada con sangre inocente de gentes que simplemente no creen en lo mismo que ellos.

Están matando no solo a las personas, están destruyendo nuestra herencia cultural, nuestra historia, algo que pertenece al mundo, aparte de religiones y credos, aparte de sistemas políticos y económicos y lo terrible es que nadie hace nada por evitarlo, quizás porque de momento no han tocado intereses económicos de los países poderosos, pero ¿realmente tendremos que esperar a que esos intereses estén en peligro para hacer algo? ¿Tan poco valor tiene la Historia para los poderosos que consienten que se pierda antes de intervenir en una acción común contra esa barbarie? ¿Vale más la vida de un periodista de París que la de un niño cristiano o chiita iraquí degollado por los asesinos de ISIS? Es una pena pero parece que si.

Cuando Volney proclamaba a los cuatro vientos, sentado en el templo del Sol de Palmira el deísmo tolerante, la libertad y la igualdad de los hombres, no se podía imaginar que doscientos años después nadie, nunca más, pudiese volver  a sentarse en ese lugar y describir:

“ Una tarde, que, ocupado mi espíritu en serias reflexiones, me había adelantado hasta el Valle de los Sepulcros, subí a las alturas que le rodean y desde las cuales a un mismo tiempo domina la vista la totalidad de las ruinas y la inmensidad del desierto…Acababa de ponerse el sol, y una zona rojiza marcaba todavía su curso en el horizonte lejano de los montes de Siria; la luna llena se levantaba por el oriente, sobre un fondo azulado, en las riberas planas del Eufrates; el cielo estaba despejado, el aire en calma; la luz moribunda del día aminoraba el horror de las tinieblas; la frescura de la noche calmaba el fuego de la abrasada tierra, y los pastores habían retirado sus camellos; la vista no percibía ya movimiento alguno sobre la llanura monótona y sombría; un silencio profundo reinaba en el desierto, y sólo a intervalos remotos oíanse los lúgubres acentos de algunos pájaros nocturnos y de algunos chacales … Las sombras se aumentaban y ya no distinguían mis ojos en los crepúsculos más que la blancura de las columnas y de los muros… Estos lugares solitarios, esta noche apacible, esta escena majestuosa, imprimieron en mi ánimo un recogimiento religioso. El aspecto de una gran ciudad desierta, la memoria de los pasados tiempos, la comparación del estado actual, todo elevó mi mente a las más sublimes reflexiones. Sentado sobre el fuste de una columna, apoyando el codo sobre mi rodilla, sostenida la cabeza con la mano y dirigiendo mis miradas alternativamente al desierto y a las ruinas, me entregué a una profunda meditación”.

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Insolentemente rojo y peleón. Odio la hipocresía y me gustan las motos. Colaboro en Alcantarilla Social.

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