Mariano Rajoy y Pedro Sánchez miden 1.90 cm y Albert Rivera, 1.80. Es decir, entre los tres se acercan a los seis metros de altura. Y sin embargo, sus centímetros no son lo que les confiere la necesaria altura política para afrontar uno de los más graves y trascendentes problemas que tiene y ha tenido la historia de nuestro país.
El emperador Marco Aurelio, que gobernó el vasto imperio romano entre el 161 y el 180, fue un hombre que pasó gran parte de su vida reflexionando sobre el papel de los políticos y de la política en general. Él, que fue emperador, abogó durante mucho tiempo para que Roma, se convirtiera en una República. Un sistema de gobierno donde lo más importante para gobernar fueran las capacidades y las aptitudes de aquellos que querían ejercer puestos de responsabilidad. Capacidades y aptitudes. ¡Qué dos palabras tan curiosas para aplicar a los políticos!
Cuando en este país, cualquiera de nosotros intentamos optar por un puesto de trabajo en la función pública, tenemos obligatoriamente que aprobar una oposición. Un examen donde se medirán nuestros conocimientos, aptitudes y capacidades para poder desempeñar un trabajo dignamente. Desde los más altos cargos hasta los de más baja cualificación, todos han de pasar por esa criba. Todos menos los que gobiernan. Nadie mide o valora si un candidato tiene las aptitudes precisas para estar a la altura del puesto que va a desempeñar. ¿Qué ha hecho Zoido en esta vida para ser Ministro del Interior? ¿O Mariloli para ser Ministra de Defensa? ¿Qué conocimientos técnicos y específicos de ambos ministerios tienen, para poder llevar a cabo la tarea de forma correcta? ¿Y Mariano? ¿Ser registrador de la propiedad te capacita para ser Presidente del Gobierno? O ¿existe alguna clase especial de sangre, que por arte de magia, otorga a una personan todo lo necesario para ser Jefe del Estado?
Donde quiero llegar es que la mayoría de nuestros políticos no tienen la calidad humana y las capacidades, aptitudes y actitudes precisas para desempeñar unos puestos de trabajo que entrañan una responsabilidad que escapa a las mentes más cortas.
El problema que trasciende del referéndum en Cataluña el día 1 de octubre, es muy grave. Grave, en la medida que las decisiones que se tomen a partir de ahora modificaran de una forma muy importante, la historia política de nuestro país. Para tomar esas trascendentales decisiones que afectan y afectarán a millones de personas, hay que tener una altura política que algunos de nuestros líderes no tienen. Empezando por el propio presidente del gobierno.
Mariano, evitando a toda costa tener que demostrar que no está a la altura, se escuda tras unas leyes que solo acata cuando le conviene. Según él y sus acólitos (véase Pedro Sánchez y Albert Rivera) lo ocurrido en Cataluña contraviene toda la legalidad vigente y para ponerle fin, solo queda la aplicación contundente y sin miramientos de la ley. Una ley que como se ha demostrado ya, es corta, inútil e insuficiente para tratar un problema de tal magnitud.
Tanto si se aplica el artículo 155 de la Constitución como si no se hace, serán los millones de catalanes los que pagarán el pato. Si se aplica, el gobierno inutilizará las instituciones catalanas y tomará las riendas del gobierno autonómico, obligando a los catalanes a someterse, si cabe aún más, a las normas dictadas por un gobierno que no sienten (en un porcentaje muy alto) como su representante. Sí por el contrario, no se aplica porque el president Puigdemont, no lleva adelante la declaración de independencia, el gobierno catalán, perderá el apoyo de la CUP y no podrá gobernar más que en minoría. Situación que aprovecharán los diputados del PP, el PSOE y de C´s para dificultar de tal manera la gestión, que más tarde que temprano, se tendrá que elegir un nuevo gobierno.
En vez de sentarse como personas razonables capaces de escuchar las reivindicaciones del otro y llegar a acuerdos que sean los menos malos para la población, nuestros políticos toman las riendas de la situación de dos formas: la primera, soltando a sus cachorros envueltos en banderas bicolor para que a voz en grito proclamen la españolidad más absoluta en manifestaciones y actos donde el PSOE sale en su compañía (eso porque son tremendamente de izquierdas) y después aplicando una ley injusta y que debe ser modificada más pronto que tarde.
El PSOE, como es tan moderno y abierto de mente, ha acordado con el gobierno enfrentar una reforma constitucional dentro de unos meses. Pero este acuerdo solo lo han hecho entre los dos, porque ¿para qué contar con el resto de fuerzas políticas representadas en el Congreso? Con Albert Rivera, es difícil sentarse a negociar algo sobre el tema catalán, ya que a él y a su españolidad, solo les queda exigir al gobierno que se aplique el 155 y se convoquen nuevas elecciones. Supongo que creen que de esta manera Inés Arrimadas podrá ser la nueva presidenta catalana y llenará las calles de banderas, obligará a todo el mundo a guardarse el catalán para la intimidad y se doblegará más si cabe a las políticas neoliberales que ejercen desde Europa y Madrid. Pobrecillos, esa es toda la altura política que tienen, su propio ombligo. Menos mal que en Cataluña votan los catalanes, no todos los que caben en autobuses fletados desde todos los rincones del país.
Pedro Sánchez, ahora, tras el primer envite en el que estaban al lado del gobierno, desoyendo las voces que clamaban por una posición más cerca del pueblo que de Moncloa, que se negaron a condenar la brutalidad policial durante el día 1 de octubre y que habrían «bailado» de alegría si el gobierno hubiera tomado medidas más contundentes contra el Parlament y sus representantes, se pone de puntillas para ver si alcanza un poco más de altura y se presenta ante los españoles con la capa del adalid de la democracia, capaz de doblegar a un Mariano, que se esconde tras los muros del Palacio de la Moncloa y que da la cara solo cuando no le quedan horas libres a Soraya.
Y por fin, Mariano. Esos 190 centímetros de gallego incompetente, que ha enfundado la sede del PP en una enorme bandera bicolor y opaca para tapar los casos de corrupción política de su partido, el hombre que prefiere ver a los jóvenes de su país esperando aviones y trenes que los lleven a buscar su vida fuera de nuestras fronteras, el hombre que cierra los ojos antes las sentencias judiciales (las que no ha manipulado antes, claro) que condenan a su partido (como entidad) por corrupción, el hombre que fue a declarar por esos mismos delitos y no dijo nada útil, el hombre que asombra con sus frases, por incoherentes, ese hombre, saca la Constitución como si fuera un escudo de acero y se esconde detrás de ella porque está acojonado ante lo que se le viene encima. Si gobernar un país es difícil, en situaciones como ésta, que la cosa se pone muy fea, Mariano se da cuenta que lo que tiene entre manos le viene muy grande. Los problemas le sobrepasan, le inquietan y le anulan más si cabe. Y ahora que el momento histórico requiere más que nunca de una altura política, de un saber hacer, de un poder de negociación, de querer arreglar lo que se le está cayendo de entre los dedos, Mariano se mira al espejo y en la soledad de su habitación se dice así mismo que no tiene lo que hay que tener. Pero que ni Pedro, ni Albert, ni Carles, ni Oriol, ni Anna, ni ninguno, tienen lo que hay que tener.
Y a los poquitos que han demostrado que tienen al menos algo de lo que hace falta, se los ha mantenido y se les mantendrá alejados, sobre todo, para que no sea tan descarada la falta de altura política que tienen, los que sí han de encarar el problema. Compañeros catalanes, en cojonudas manos habéis puesto vuestro futuro.
¿Y qué político propones?