¡Qué hartazgo, señores! ¡Qué dilapidación de recursos económicos! ¡Y qué inutilidad! Los jubilados asfixiados por la pérdida de poder adquisitivo de las pensiones y el monarca, Jefe del Estado que se presenta muy digno ante la opinión pública, léase asimismo, ciudadanía, para defender la unidad de España – esa unidad de destino en lo universal que clamaba la nación franquista – enarbolando, como si de un héroe de película se tratara, la Constitución Española, aquella que algunos votaron en el 78. Y digo algunos, porque no sé cuántos de ellos quedarán ya vivos.
Ese señor, descendiente de Felipe V de Anjou, primer Borbón en reinar sobre estas tierras, para nuestra desgracia y la de todos nuestros antecesores, ese que le continúa en la ordinalidad que marca la dinastía regia, haciendo el sexto, se permite el lujo de alejarse de la realidad de la nación cuya Jefatura ejerce – bueno, por decir algo – para dedicarse a esquiar en Formigal. Buen ejemplo para los ciudadanos. Una encomiable muestra de empatía con la amarga situación que vive nuestro país.
Una mayoritaria masa de la población con el alma encogida por la desaparición de un niño – también compatriota, señor Borbón – y otra buena parte encolerizada por la broma de mal gusto del gobierno de España, de subir un 0,25% las pensiones, mientras el Jefe del Estado se deslizaba a placer por las blancas y luminosas pistas de Formigal. Mientras la mayor franja de pensionistas recibe una remuneración media de 700 euros mensuales aproximadamente, el emérito Juan Carlos, conocido como “el campechano”, incrementa cada año su cuenta en 200.000 euros, no es una mala pensión para ser todos iguales ante la ley, y no sería tampoco mala la igualdad ante la ley si todos los pensionistas tuviéramos derecho a semejante pensión, porque más que pedir que le reduzcan la pensión al rey depuesto, soy más partidario de solicitar que nos equiparen la de todos a la suya. Pero como tal cosa no va a producirse, continuará nuestro monarca asomándose a nuestros hogares, sin pedir permiso, y a machacarnos nuevamente con la igualdad de todos ante la ley, de la unidad de España, y de lo malos que son los catalanes secesionistas y republicanos que le han declarado persona non grata.
Persona non grata debiera ser en todos y cada uno de los rincones de este país, por varias cosas: Por olvidarse de todos los españoles en las situaciones más adversas, por incitar a la confrontación entre los ciudadanos, por insensibilidad ante los problemas de la gente, por recibir 8 millones de euros al año, mientras existe población española en riesgo de pobreza, por no condenar abiertamente los casos de corrupción de su propia familia…
Seguramente haya quien piense que hay que echarlo a patadas. Yo no. Creo que hay que abrirle la puerta y conminarle amablemente a que se vaya. La plebe no tiene que seguir ciertos ejemplos, y debe obrar con elegancia.
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