La guerra de los números ha empezado. Han empezado a surgir como setas – todas esas setas que este otoño caluroso nos ha sustraído de los bosques – las encuestas sobre los posibles resultados de las elecciones de Cataluña.
Se me hace difícil entender que haya quien, a estas alturas, todavía pueda tomarse medianamente en serio este tipo de experimentos. Más que experimentos, intentos de influenciar a la población en el sentido que el solicitador de la encuesta ha determinado a la empresa demoscópica que ha contratado.
No hay que ser excesivamente inteligente, o perspicaz, o, simplemente, observador, para advertir que, dependiendo del medio que publica la encuesta, así se obtiene un resultado. Por tanto, tampoco es demasiado aventurado afirmar que, si las encuestas tuviesen el más mínimo rigor, se parecerían mucho unas a otras, o, dicho de otro modo, no se diferenciarían tanto unas de otras.
Pero las encuestas deben de dar bastante juego, de otro modo, ¿por qué hacerlas? En primer lugar, proporcionan un sujeto pasivo sobre el que concentrar debates radiofónicos y televisivos, que redundan en un beneficio económico. Por otra parte, siempre existe un porcentaje de población influenciable, por los propios resultados de la encuesta y por las opiniones vertidas por los tertulianos a los que ya me he referido.
La encuesta, conjuntamente con los grandes medios de información no deja de ser un instrumento de manipulación que, sin embargo, raramente se ha mostrado eficaz, ya que los resultados reales una vez realizados los comicios, difieren sistemáticamente con los datos proporcionados por los estudios demoscópicos.
Las encuestas que se están ofreciendo sobre las elecciones catalanas del 21-D tienen una clara e inequívoca seña de identidad: propulsar a Ciudadanos, que se ha autoproclamado defensor de los derechos de los catalanes no independentistas de Cataluña, y ya se ha envuelto en la bandera rojigualda esgrimiendo la espada de la españolidad y de la constitucionalidad, tomando un relevo del PP, que no tiene nada que hacer en Cataluña e intentando arrebatarle el protagonismo a lo que fue CiU y que ahora nadie sabe exactamente qué es. El PSOE o PSC, que tiene que defender su postura de defensa de la aplicación del artículo 155 de la constitución, no puede salir mal parado en las encuestas, pero a Podemos, ese diablo vestido de morado incómodo, no pueden otorgarle un buen resultado, ya que han sido detractores del 155 y han abogado por el diálogo y por llegar a un acuerdo pactado para llevar a cabo un referéndum sobre la independencia, que es lo mismo, para el régimen del 78, que mencionar la soga en casa del ahorcado. Hay que hundir a Podemos como sea, tal vez ese podría ser el resumen.
Pero, como ya se ha dicho, una cosa son las encuestas y otra muy diferente los resultados reales. La guerra de los números ha empezado.
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