¿Por qué creyó que tenía que dar las gracias por esa vida?
La experiencia por la que Ella pasa pude ser análoga a la de alguien más cercano de lo que imaginas.
Ella era algo tímida, discreta, con una bonita cara, grandes ojos, mirada ingenua, cuerpo esbelto y larga melena ondulada. Siempre vestía recatada, era prudente y cautelosa. Fue educada en un entorno donde era el padre el encargado de hacerlo seguro y la madre no articulaba palabras para no contrariarlo. No le faltó de nada y estudió la carrera de diseño de interiores.
En una fiesta le presentaron a un muchacho bien parecido. La vida del chico no había sido fácil, su padre fue demasiado duro con su madre y con él. Todo el que lo conocía lo valoraba y consideraban que era un buen jefe para la empresa que dirigía. Estuvieron un tiempo conociéndose y él la trató con respeto y cariño; se enamoraron. Al casarse le sugirió que dejara de trabajar, con lo que ganaba podían vivir muy bien y cuando tuvieran hijos no les faltaría de nada. También le comentó que su afición consistía en disfrutar de la buena comida, por lo que le pedía que ella le cocinara. Ella le hizo caso y dejó todo para poder dedicar su vida a su pareja.
Al poco tiempo ella descubrió que él se enfadaba si la comida no estaba como le apetecía. Ella leía y miraba libros de cocina, se esforzaba por aprender, aunque nunca era suficiente. No se atrevía a explicar su situación, sus padres adoraban a su marido y siempre estaban de acuerdo con lo que él decía; hasta cuando la menospreciaba por la comida que tanto esfuerzo le costaba hacer. Ella llegó a creer que se tenía que sentir agradecida por esa vida, no le faltaba de nada… Él le solía explicar que trabajaba mucho y por eso no le tenía que poner nervioso o alterar. Le decía que la culpa de que le chillara, le apretara los brazos hasta marcarlos, o que se le fuera la mano, era de ella por no tener las cosa como él le reclamaba, «no le pedía tanto». Ella estaba confusa y en algún momento se llegó a sentir identificada con Julia Roberts en durmiendo con su enemigo. ¡No, no podía comparar a su marido con Martin Burney! Muchas noches dormía sola, se despertaba agitada, sobresaltada, angustiada, llorando, por tener pesadillas. Soñaba que no podía subir a la barca de Caronte, al no tener ni un óbolo no se podía pagar el viaje al más allá.
Él llegó un día con una gran sorpresa, le había apuntado a una escuela de cocina. Ella se sintió agradecida y aliviada, por fin aprendería a hacer las cosas como a él le gustaban. Allí conoció a Eider una chica muy vivaz, jovial, animada, con mucha chispa que iluminaba toda la sala cuando aparecía. Eider se acercó a ella y le preguntó si quería ser su compañera. Juntas siempre se rían y ella parecía recuperar la alegría, la vida.
Solía llevar chaquetas o mangas largas, para tapar las marcas que en ocasiones él le dejaba sin querer. Un día de esos en los que no podía ocultar sus heridas en la cocina hacía mucho calor y se quitó la chaqueta, sin reparar en que Eider le miraría los brazos. Así lo hizo abriendo mucho los ojos, la cogió de la mano y la sacó de la sala. La hizo sentar en un banco y le empezó a hacer preguntas. Ella se derrumbó, lloró tanto que pensó que no podría parar. Eran lágrimas contenidas de demasiado tiempo y Eider la consoló y le habló con mucha ternura. Le explicó que ella tenía que comprender que el que ama no se enfada, grita y exige a la persona amada que las cosas las haga como a él le apetecen. El que ama no aprieta hasta dejar marcas, no pega, no menosprecia, no controla, ni siguiera sugiere que se cambie de vida para dedicarse en exclusiva al «ser amado».
Ella ya no pensó que tenía que sentirse agradecida, agradeció a Eider y tantas otras personas que dan esperanza y enseñan que la mujer no nace para servir y satisfacer al hombre, y por manifestar que las cosas deben y pueden mejorar y cambiar.
Ella comprendió que se convirtió en víctima en el momento que por ser mujer tenía que estar pendiente de no ofender, no provocar. No tenía libertad para hacer lo que le pudiera apetecer sin que alguien por ello la juzgara. Decidió luchar, no por ser valiente, porque pensó que valientes son todas las mujeres. Las que callan y las que dan voz, las que aceptan y las que deciden cambiar el destino, las que no saben que han de ser ayudadas y las que ayudan sin más, las que se sienten identificadas y las que no. No todas comprenden que se han de liberar de la lacra que las deja indefensas, impotentes, inseguras, que las oprime y que las incapacita de ser ellas. Toma esa decisión porque no quiere que las más jóvenes sigan creciendo sin libertad, con menos derechos, con miedo a no ser escuchadas ni creídas.
El ejemplo de la comida se puede trasladar a muchos otros que ahora les denominan «micro machismo» para suavizar. La madre de ella está atrapada, su vida ha estado llena de agravios, ofensas y humillaciones que normalizó, por eso adoraba al muchacho y no dio importancia a cómo menospreciaba a su hija. Sin golpes ni palizas que dejan marcas físicas fáciles de detectar ¿Cómo se descubre, se demuestra el menosprecio, manipulación, vejación, control, maltrato?
No hace falta que te maltraten físicamente, duele mucho más el maltrato psicológico, el control que,sin darte cuenta, van ejerciendo. Primero te quitan las aficiones o los hobbies, luego el trabajo o la búsqueda del mismo, deapués los amigos, hasta crear una dependencia de él que llega a ser vital, como el aire que respiras. Él goza de libertad. Entra y sale cuándo y cuánto quiere y sin dar explicaciones. Tú, en cambio, tienes que justificar tus entradas y salidas hasta que llega el momento en que no comentas lo que vas a hacer, pides permiso.
Y esa vida tiene un nombre y solo uno:ESCLAVITUD
Gracias por tus palabras. Me ayuda a seguir con estos temas para, de algún modo, ir dejando claro que las cosas han de cambiar. El maltrato no siempre es visible por no dejar marcas en la piel.
Un saludo.
Fantástico relato; no puede llamarse de otra manera. Define con claridad meridiana la situación del yugo machista que, desgraciadamente, se da mucho más de lo que parece.
Bravo Dalila