Radicales

El diccionario de la RAE define radical como: De la raíz o relacionado con ella. Que afecta a la parte fundamental de una cosa de una manera total o completa”.

A partir de esta definición y pensando en cómo se utiliza el término actualmente sobre todo para referirse a feministas y políticos, podemos determinar claramente que la mayoría de la gente lo utiliza de forma incorrecta. En otras búsquedas más exhaustivas he encontrado frases como ésta para definir radical: Radicales son las corrientes de pensamiento o ideologías que buscan realizar reformas profundas en lo político, económico y social”. Es decir, ser radical no es malo. Es simplemente ser firme. Es buscar una economía, una sociedad y una política que suponga una modificación sustancial con respecto al punto de partida.

Normalmente se utiliza radical como sinónimo de extremo. Los líderes de los partidos de derechas utilizan la palabra radical para intentar demostrar que los anhelos sociales de la izquierda son irrealizables, precisamente por ser extremistas. Pero claro solo son extremistas para ellos. Que la izquierda reclame derechos sociales y laborales es intrínseco a su ideología. Cuando dejan de hacerlo, o se conforman, es cuando pierden su sentido de ser. Muchas veces oímos a políticos del PSOE que se autoproclaman de izquierdas y se dan golpes de pecho con su rojerío, definir a otros líderes u otras expectativas como radicales. ¿Quién es el de izquierdas entonces? ¿Los críticos o los criticados? El radical quiere un cambio. El moderado que todo quede como está o el cambio sea tan poco significativo que ni tan siquiera se note. De ahí que muchas veces las políticas llevadas a cabo tanto por el PP como por el PSOE sean prácticamente iguales. Porque han hecho de la moderación su razón de ser. Contentar a ricos y a pobres, a empresarios y a obreros, es casi imposible. Al final la moderación lleva a tomar partido por un lado o por el otro. Y que casualidad que siempre eligen el mismo.

Cuando los políticos y el público en general critican a las llamadas RadFem, lo hacen con la saña del que está en contra, de principio a fin, con los postulados que ellas defienden. Lo mismo que hacen para referirse a sus adversarios ideológicos, consideran que los pilares del feminismo, son extremistas. Pero confunden la velocidad con el tocino.

Sin embargo, para nosotras, las llamadas radicales, esa radicalidad es el cimiento donde sostenemos nuestros ideales. Las llamadas líneas rojas (no me gusta nada la expresión pero se ha hecho tan viral que todo el mundo tiene claro su significado) son para nosotras, esos puntos de nuestro ideario que no podemos ni queremos modificar. En algunos aspectos muy trascendentes de nuestra ideología no podemos ser ”moderadas”. La moderación podría entenderse como la capacidad de ser flexible, pero en nuestro caso, supone sucumbir a la presión social para rebajar nuestras expectativas de lucha. No estamos dispuestas a ese descenso en nuestros objetivos. Para nosotras, moderado significaría por ejemplo, aceptar que la prostitución es un trabajo, que la gestación subrogada es altruismo o que la brecha salarial no existe.

Si las radicales cedemos a la moderación, vendemos nuestros principios. El moderado es capaz, según él, por el bien común, de ceder ante la presión o llegar a acuerdos. Nadie pone en duda que hay que dialogar y llegar a puntos de comprensión mutua, pero eso no deja de ser, una venta de parte de los pilares ideológicos. Si consideramos que los moderados son capaces de conseguir algo, estamos equivocados. Los moderados solo están en tierra de nadie, no son ni carne ni pescado. No tienen cimientos.

Una persona de izquierdas y una persona feminista no pueden ceder en sus ideales. No podemos permitir por ejemplo que la brecha salarial con respecto a las mujeres baje un poco. No, nuestra meta es que desaparezca. Y es ahí donde está nuestra lucha. Es cierto que no lo conseguiremos ni hoy ni mañana, pero nuestra presión debe ser igual de intensa si es de un 13% o de un 11% o de un 9%. Si cedemos y moderadamente aceptamos “la rebaja” nunca alcanzaremos nuestro objetivo.

Al igual que con la ley de Violencia de Género. Permitir que moderemos nuestras reclamaciones dejando que se considere violencia doméstica a lo que  desde cualquier punto de vista es violencia machista, habremos permitido que las mujeres que lo sufren se sientan desamparadas por sus propias compañeras. Tampoco podemos aceptar sentencias judiciales laxas con delitos de violación, porque nuestra permisividad perpetuará en el tiempo que no se endurezcan las penas, que no se reconozcan los delitos en toda su magnitud y que no haya cambios profundos en la legislación.

Cuando en las RRSS nos llaman radicales y exageradas, nos está instando, exigiendo moderación en nuestras reclamaciones, porque no se consideran tales. No podemos aceptar los piropos como algo natural, porque sería consentir que nuestro aspecto físico sea valorado por desconocidos que no tienen ningún derecho a opinar sobre nosotros.

No hay temas más o menos trascendentes en lo tocante a los derechos. O se tienen o no se tienen. Si se tienen se disfrutan si no, se reclaman. Las mujeres hoy tenemos un camino muy largo todavía que recorrer en cuanto a derechos sociales, económicos y políticos. Hay quien nos dice que las cuotas obligatorias son una locura, que hoy cada uno puede llegar donde le den sus capacidades. Eso es falso. Tanto como una peseta de madera. La sociedad patriarcal en la que nos movemos, tiene mecanismos para que una mujer solo llegue donde se le permita llegar. Incluso siendo la más válida, la más preparada y la más competente, se encontrará con barreras insalvables, porque no dependen de ella sino de la sociedad en la que se vive. Por eso, aunque a muchos les cueste aceptarlo, hasta que la sociedad sea justa e igualitaria, las cuotas son importantes. Obligar mediante leyes a la paridad empresarial o institucional, servirá para que llegado un momento no sea necesario, ya que la sociedad elegirá de verdad a los mejores sin tener en cuenta lo que tiene cada uno entre las piernas o si puede o no embarazarse. Si existe el techo de cristal tiene obligatoriamente que existir un mecanismo que lo rompa. Al menos mientras el machismo campe libremente a sus anchas.

Aceptar por ejemplo los micromachismos diarios como “bromas”, sin darles la profundidad que tienen, en el mantenimiento de los comportamientos machistas de algunos hombres, socaba la profundidad de nuestras exigencias. No hay bromas que justificar, no hay actitudes permitidas. Hay que erradicar que se pueda justificar como algo lúdico que se menosprecie a una mujer, asignarle un rol preestablecido o achacar su comportamiento a una situación biológica natural (sí, me estoy refiriendo a la menstruación), todo eso menoscaba las profundas raíces de nuestras reivindicaciones. Esa es la moderación de la que tenemos que huir.

Por eso, cada vez más mujeres se declaran RadFem. Porque no hay otra forma de pelear contra el patriarcado que siendo radical. Que yendo a la raíz del problema y combatirlo desde ahí. Porque cada una de nosotras tiene unos pilares, unos cimientos que son firmes e inamovibles, que nos ayudan todos los días a sujetarnos y a los que nos aferramos para no caer. Si cedemos al idílico mundo de la moderación, se volverán agua y no habrá nadie que nos sujete cuando nos empecemos a ahogar.

Podéis llamarme feminista radical porque nunca me lo tomaré como insulto. Para mí ser radical es ser fiel a mí misma, a mis hermanas, a mis convicciones y a mis ideales. Y como el camino del feminismo es largo y duro, me aferraré a mis radicalidades para que no me pueda el cansancio y la moderación. Moderado en el comer para no enfermar, en la lucha esa palabra, no tiene validez.

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Me gusta ser diferente. Feminista, atea, de izquierdas. Baloncesto. Autora de El Espejo.

1 comentario

  1. Completamente de acuerdo, ser radical es ir de cara, explicar tus razones, luego podemip discutir otros puntos de vista. Lo contrario no es ser moderado, es ser ladino, es no querer implicarse, no querer tomar partido, ser falso

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