A las mujeres, durante toda nuestra existencia nos han vendido que uno de nuestros logros a conseguir, es formar una pareja. Pertenecer de alguna forma a un tándem donde nuestras más básicas funciones; a saber: criar hijos, cuidar de nuestra familia y ser esposas amantes de nuestros maridos; se desarrollen en su totalidad. Todas hemos vivido esa situación donde anteponíamos nuestra vida a la de otro, ya sea nuestro marido o pareja o nuestra prole. Porque además se espera que lo hagamos. Debe ser que es intrínseco a nuestra biología femenina, aunque nadie sea capaz de demostrar que es así, básicamente porque no lo es.
A la mujer se la señala como ese ser capaz de todo por amor, incluso perderse. Perder su existencia, diluirla en una relación amorosa que, según algunos, completa nuestra vida.
El mito del amor romántico ha dado mucho que hablar, muchas películas, libros, carteles publicitarios, etc. Heroínas que hacían cualquier cosa por su hombre, llegando incluso a anularse como seres humanos. El machismo se nutre de ese mito. Muchos hombres utilizan el amor de una mujer como pilar para sostenerse. Por cobardía, por inseguridad o por otras muchas razones, su ideal del amor, se encuentra precisamente, en sentirse fuertes cuando alguien está a su lado. A veces, incluso, manipulando y exigiendo desde una posición de poder ficticio, que se ejerce con violencia, bien física o bien emocional. Pero eso implica que la mujer que comparte amor con él ha de soportar esas frustraciones vitales y supeditarse a ellas. Desaparecer para que ellos brillen más, quizá porque no tienen brillo.
Hoy, después de mucho tiempo, os vuelvo a escribir un relato sobre mujeres y sus vivencias
Espero que lo disfrutéis y prometo no tardar tanto la próxima vez
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