Las crisis pasadas y la actual, junto a la tecnología y otros factores, introducen en amplios sectores de la población el temor a ser excluidos del sistema.
Mucho han cambiado esos que llamamos oficios desde aquellxs primerxs pedrerxs que abastecían de «piedras de aplastar», «piedras de cortar» y «piedras de romper» a lxs miembrxs de su clan que no eran capaces de proveerse por sí mismxs, hasta la actualidad. El proceso ha sido muy largo y mucho más lento de lo que parece, pero ha estado salpicado de algunas revoluciones.
En estos días estamos en el umbral de una de ellas, y tanto es así que contemplamos desde el quicio los cambios que trae, entre la fascinación ante los brillantes avances y el miedo atávico a que nuestro ser se diluya ante las desconocidas y, quizá, incontrolables fuerzas que se van a poner en marcha.
Fruto de estos temores se producen a menudo artículos que los perfilan, que les dan formas concretas, aun cuando lxs profanxs en los más altos niveles de la ciencia y la tecnología no podamos sino intuir cuáles de nuestros mayores miedos podrían llegar a hacerse realidad. En los últimos días he leído tres de estos artículos. Uno de ellos era una breve reflexión acerca de la preocupación de lxs jóvenes por el futuro del empleo, pero veamos los otros dos…
En un artículo de Economía Digital se planteaban básicamente el temor de que algunos empleos sean incompatibles con el progreso tecnológico (obvio, por otra parte), ya que «[….] según un informe del Foro Económico Mundial nos hallamos en el comienzo de una cuarta revolución industrial en la que peligran cinco millones de empleos» (ignoro a qué ámbito se circunscribe la cifra), debido a que «[l]os avances en campos como la genética, la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, la impresión 3D y de biotecnología, por nombrar unos pocos, sentarán las bases de una revolución más amplia y global que cualquiera que hayamos visto jamás». Si bien en el mismo artículo trataban de dar un toque de esperanza, al pensar en que a la vez aumentará la oferta de empleo para el personal especializado en otros empleos, o incluso en profesiones nuevas, como «analistas de datos […] representantes de ventas especializados» o «expertos para explicar y vender sus ofertas […] [y] también […] ingenieros y especialistas en varios campos. Aparecerán nuevas oportunidades laborales en sectores tecnológicos, servicios profesionales y medios de comunicación […]».
Por su parte, en El Diario.es se recogía otro artículo notablemente más largo de Project Syndicate en el que incluían para el futuro la propuesta del sr. Kaplan, que me parece absurda, insuficiente, descabellada, y hasta esclavista, al confinar la «utilidad social» del individuo a una presumible necesidad de producción futura, degradando a la persona a un mero objeto productor. Además, es insuficiente porque limita su campo de aplicación a aquellas empresas que puedan prever, bien temporadas de mayor actividad, bien la incorporación de nuevos procesos de producción, con lo que en este último caso se limitarían a renovar la mano de obra por otra más rejuvenecida. Por si todo lo anterior no fuera bastante lxs trabajadorxs hipotecarían, ya desde su adolescencia, toda su vida futura, y no a un banco, sino a una empresa que nadie podría garantizar que no fuera a cerrar (¿qué fue de las fábricas de láser-disc, por ejemplo?), salvo que de nuevo se utilizara el dinero público para socializar las pérdidas empresariales. Es más, si el empleo fallase, lxs empleadxs, que no habrían ganado prácticamente nada, se verían con una deuda presente con la última empresa y una posible deuda futura con la siguientes empresas que quisieran «arriesgarse» a formarles.
En definitiva, me parece una propuesta más propia de alguien que, con el espíritu colonial victoriano, comentase en la sobremesa las «tontadas» que le viniesen a la cabeza, con el buche lleno, y bebiendo brandy mientras fumaba un puro.
No obstante, comparto una reflexión de este último artículo al 100%, y es que «[…] lo que realmente necesitamos es transformar la forma como funcionan nuestras sociedades – y necesitamos hacer esto rápidamente». También coincido en su idea de que las propuestas, similares entre sí, de France Stratégie y del empresario estadounidense Nick Hanauer, podrían constituir una base adecuada sobre la que desarrollar muchos cambios, así como en el punto de que «[…] los gobiernos deben mejorar su política de competencia para protegerse frente al surgimiento de monopolios mundiales».
El artículo que considero más recomendable, por acertado, profundo y apegado a la realidad, es el que aparece hoy mismo, 28 de febrero, en eldiario.es, titulado “Consolidación de la sociedad excluyente”, en el que se menciona la necesidad de articular “una estrategia anti-crisis”.
Cuando yo era todavía un niño, a finales de los setenta, principios de los ochenta, nos hablaban lxs profesorxs de la sociedad del ocio, un tiempo que al parecer se avecinaba en el que las máquinas nos quitarían la necesidad de trabajar, o al menos de realizar los trabajos más duros, y todo o casi todo el mundo podría pasar todo o casi todo el tiempo disfrutando de actividades de relax y disfrute, deportivas, creativas… Bueno, sueña cada unx con aquello que más anhela. Y tendemos además a imaginar nuestro mundo ideal viéndonos siempre hacia un extremo. Creo que muy pocas personas pueden negar ya el advenimiento de una nueva era de la humanidad que se caracterizará, o eso debería, por el ocio. Pero no es necesario ni conveniente que el ser humano permanezca ocioso o dedicado sólo a aquellas actividades que mayor placer le proporcionan, porque estamos hechxs para buscar siempre el resultado óptimo con el mínimo esfuerzo (y creo recordar haber leído sobre algún estudio reciente que lo confirma).
En un mundo que ha de enfrentarse al mismo tiempo a retos como el cambio climático, la superpoblación, el agotamiento de los recursos naturales, la obligada convivencia de grandes masas de población de orígenes muy distintos en entornos socialmente hostiles, el desempleo, las desigualdades sociales, y finalmente (por poner término a la lista) el egoísmo de quienes tienen el poder y la mansedumbre de casi toda la población mundial (con el peligro de radicalización que todo ello conlleva), me parece ineludible la introducción relativamente rápida de profundos cambios sociales y en todos los órdenes.
En «El Dilema de la Edad» (libro que puedes descargar gratis sin inscribirte ni suscribirte a nada) recojo todos aquellos que pienso serán necesarios, y realizo algunas propuestas, no sólo en el área social y laboral, sino en todos los aspectos de la organización humana, aunque no a modo de «manual de uso», sino como una forma de dar ideas debatibles que, no obstante, no pueden condenarnos a interminables e infructuosas discusiones. Pero, dado que estamos hablando del empleo, permitidme terminar con esta reflexión extraída del libro y que resume muy bien los fundamentos en que considero han de basarse todas las reformas e innovaciones, planteadas siempre desde la igualdad entre todos los seres humanos:
«[…] los recursos no son propiedad de la población local, sino que su explotación ha de estar necesariamente al servicio de toda la población del planeta, dado que la convivencia en sociedad comporta unas obligaciones para con los demás, y teniendo en cuenta que la realización de una actividad laboral que implique una contribución necesaria para el resto de la sociedad, con el aporte de autorrealización que ello conlleva, resulta a la vez una obligación y un derecho, el trabajo se presenta como uno de los mas básicos de los últimos para todo individuo, y de entre todos los recursos del planeta, uno más de obligado reparto, así como una obligación fundamental; aunque eso sí, asignando tareas según aptitudes, conocimientos y capacidades. Al mismo tiempo, aquellos bienes y servicios que en cada momento histórico se consideren imprescindibles han de otorgarse de manera libre y gratuita a todo individuo en una proporción indispensable y digna».
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